Isabel
No hay nada peor que los estereotipos de cualquier especie. No hay nada que atente más contra la libertad que las ideas preconcebidas que atan a los miembros de una sociedad en aras de la convivencia. Y no es que reniegue de ello o lo encuentre innecesario, es sólo que me mata que me digan lo que debo hacer. Hay pensamientos que destruyen colectivamente, como la idea de la soledad y el miedo que suscita. ¿Nos hemos planteado alguna vez cuántos tipos de soledades hay? Creo que simplente nos hemos limitado a permitir que la idea de morir solos, de vivir solos, nos invada precedida por el pánico y haga que cometamos errores imperdonables, como unirnos a quienes no nos aportan nada o dejar que ciertas relaciones destructivas nos arrastren, siempre que nos permitan decir ante la gente que no estamos solos.
En la soledad es donde mejor se conoce uno mismo... y la verdad es que es eso lo que produce más temores. En la soledad no tendría que haber inactividad, sino ser cuna del desarrollo individual. Sólo das cuentas ante ti mismo, aunque las consecuencias se prolonguen hacia la sociedad en la que te mueves.
No es la soledad del anacoreta la que debemos buscar... esa está reservada a sabios y a locos. Es la independencia personal, la que te permite organizar los días y las noches, la que te da poder de elección y sirve de consuelo para los grandes errores. Cerrar las puertas no es bueno, pero tenerlas siempre abiertas sirve de poco en cuanto al pensamiento propio. Y no es un ejercicio de egoismo, que siempre hay problemas de concepto, sino de pura libertad, esa que es tan utópica, tan preciada y tan casi inexistente. No vivimos solos, pero sí pensamos y decidimos solos, así que fomentar el placer de la no compañía en momentos trascendentales es sano e imprescindible.
Para personas como yo, siempre envueltas en gente, siempre con la palabra en la boca, esos momentos de silencios pensantes, de música y de oscuridad son bálsamo para todos los males.