Isabel
... será el último día de un año que recordaré siempre. Un año que empezó incierto, lleno de dudas, que poco a poco, y a medida que pasaban los meses, se fue oscureciendo hasta terminar en esa nada que perturba y te vuelve otra.
365 días llenos de actividad, de ir y venir entre felicidades inimaginadas y los fracasos más sonados. Ha sido el año en que reconocí por fin mi derrota, en que los dados se lanzaron definitivamente y perdí todo lo apostado, que había sido tanto como para volverse loca.
También en él he encontrado alivio... dicen que Dios aprieta, pero no ahoga. Y a cambio de la oscuridad, encontré la luz que me dieron gentes de otros lugares, otros paisajes que me hablaban de otra vida, de otra clase de sonrisa, de otro tipo de miradas.
A cambio me dió recompensas en mis hijos, que crecen llenos de ilusiones y de visión de futuro, con ganas de llegar a donde ese mar embravecido en el que todos navegamos quiera llevarles... sin miedos. Les enseñó a no tenerlo la más miedosa de las personas, su propia madre, que aún envuelta en pánico y angustia se las arregló para no demostrarlo delante de ellos.
Ha sido el año de la música, de los premios, de los logros profesionales y de la Amistad por excelencia. Todo ha parecido confabularse en este 2007 para hacerme más liviana la pena del amor desaparecido.
¿Qué se pesa en la balanza de la vida? ¿Es justo andar penando por una parte de lo que llevas? ¿Puede compararse lo que se te da a lo que se te quita?
Sería quizá injusto intentar medirlo, ni siquiera intentar rebelarse contra un destino que se marcó hace tiempo. Lo perdido, perdido está. Lo encontrado, bienvenido sea. Lo que tenga que venir este año, lo enfrentaré como buenamente pueda.
Mañana comienza un nuevo año, a las doce en punto de la noche comeremos uvas, gritaremos millones de "¡¡Feliz año nuevo!!" que resonarán en casi todo el mundo, beberemos litros de cava deseándonos lo mejor, como llevamos días haciendo. Porque lo sentimos así, porque realmente deseo lo mejor, porque lo que se llevó este año que termina no quiero que se lo quite a nadie.
Y porque me gusta el cosquilleo que se siente cuando miras adelante y no ves más allá de tus ojos miopes... ¿a dónde me llevará esta vez?. La curiosidad del caminante que sigue buscando, que sigue posando su mirada en lejanos horizontes.
Paz
Isabel

Parece que detrás del título del post vaya a aparecer toda una declaración de intenciones para el nuevo año, pero no lo puse para eso. Ni siquiera pensaba en que en unos días se acaba éste.

Pensaba en cómo trascurren estos momentos de vacaciones, en lo que he aprendido en estos últimos meses, en lo que he seguido madurando. En las cosas que he leído y la gente que he conocido.


Pensaba en las tardes de medio silencio, con la respiración pausada. En las noches de dormir horas seguidas, una tras otra, y despertarme con calma. En instantes en que alguna lágrima sigue cayendo de mis ojos, pero ahora sin dejar surcos.

Hay gente aquí que me ha transmitido paz, que me ha hecho sonreir, vibrar, emocionarme, llorar... que me han dejado entrar en sus vidas y me han mostrado que hay otros modos de vivir los fracasos, las pérdidas, lo negativo, lo positivo también.

He leído verdades como templos, maravillosas palabras de sinceridad aplastante que yo misma he llevado dentro con más cobardía de la que hubiese debido demostrar. He envidiado sanamente actitudes deliciosamente humanas, sentimientos añorados, alegrías que no eran mías, y a fuerza de querer, he llegado a sentir esta paz que me llena ahora.

Yo no quiero ser distinta a como soy... sé que no me ha llevado a caminos llanos mi modo de ser o de sentir, pero así es mi interior, así de apasionado y de intenso, de extremos difíciles de soportar hasta para mí misma. Encontrar un rincón de paz era importante en estos momentos, y tenerlo al alcance de la vida me devuelve parte de la alegría perdida.

Por eso, y sin preocuparme por cuánto dure, me alivia esta calma que me da escribir experiencias; y leer poemas, curiosidades, reivindicaciones, relatos deliciosos, vidas plenas, otras no tanto, resurreciones y melancolías, y unirme a ellas.

Qué dulce se siente la paz de la noche... leyendo con vosotros. Por eso voy a dejaros algo que hoy me enviaron y que encuentro hermoso y providencial:
«La vida es corta: Rompe las reglas. Perdona rápido. Besa lentamente. Ama verdaderamente. Ríe incontrolablemente. Y nunca te arrepientas de nada que te haya hecho sonreir.»
No me arrepiento de nada, ni de lo que me hizo sonreir ni de lo que me hizo llorar... porque todo eso soy yo.
Isabel

Te amo, invierno. Lo he descubierto hoy al abrigo de las paredes blancas del hogar, después de mirar por la ventana hacia el cielo gris y hostil que amenaza lluvia, viento, frío y algunas cosas más. Sin embargo, amo los tonos que te oscurecen, que me devuelven la noche.

Hermosa frialdad la que llevas en tu pecho... frío que hace apreciar el calor y el abrigo. Quién me iba a decir a mí, sureña de sol y luz, que a lo largo de mi vida iba a acabar apreciando incluso la falta de color. Y no es porque ya no tenga, es porque lo había olvidado.

Que también el frío y el gris tienen belleza por dentro, también ellos provocan pasiones... pasiones blancas de nieve, de perla, cálidas pasiones bajo cero.

Te amo, Navidad solitaria, y no por eso menos llena de música. La casa quedó muda durante unos días, pero busco en el silencio y encuentro campanas y cantos, luces intermitentes como las que llevo dentro, estrellas sobre belenes y regalos en calcetines.

Lo que era silencio y gris, frío y recuerdo, se convierte en un invierno amado que me deja en el corazón mucho de lo que ya había casi olvidado.
Isabel
Faltan tan pocos días para que acabe el año... esta última semana todo son felicitaciones, preparativos, alegrías familiares, intentos de esconder algún amago de angustia, todo para esa Navidad que se acerca y a la que adoro, a pesar de todo. Sin embargo más allá de la Navidad está el comienzo de un nuevo año. Pienso en el tiempo que pasa, que corre, que me persigue como a todos los mortales y me agobia a veces.

Ha habido momentos en estos últimos meses en los que he pensado que mi tiempo se agotaba, en los que me he visto tan vivida, tan arrastrada por el paso de las horas interminables, que bien parecía que no había ya nada más al otro lado.

Más de media vida recorrida y ahora me encuentro empezando de nuevo, cuando debería tener tantas cosas solucionadas. Pero, por mucho que el tiempo corra veloz, me rete y me sonría malicioso, sé en mi interior que aún queda mucho más.

Por veces que se burle en mis narices, que me susurre al oído que todo está perdido, que no hay más, que no intente volar hacia la luz porque la llama se apaga, sé que él mismo sólo es un reflejo de lo que queda.

Atrás quedan imágenes del pasado, de lo que ya no es. Delante no sé qué hay, supongo que el miedo ancestral a lo desconocido y a que los últimos granos de arena del reloj de la vida caigan me tienen desconcertada. Quizá el vivir en la incertidumbre, en mi media soledad, en mis responsabilidades pasadas y no resueltas, es lo que me hace sentir el tiempo en los huesos, en la carne, pero no en el corazón. Y mientras ahí no le vea trascurrir, será como si no estuviera volando a mi alrededor.
Y pasar, pasa, pero el tiempo... tiempo es lo que sobra.



Feliz Navidad a todos. Feliz tiempo que viene.

Isabel

Diamantes ahogados en agua.

Agua dulce en el vaso o salada en mis ojos.

Ojos que miran al cielo, cielo de gotas.

Gotas de cristal en vaso de lluvia.

Lluvia de mar, mar de sal, sal de cristal.


Isabel
En estos tiempos se cumple para mí un aniversario un tanto especial. Es la primera vez, en treinta años, que no tengo pareja. Hace siete meses que nadie me habla de amor, o mejor dicho, que no comparto palabras de amor.

Durante treinta largos años, siempre hubo alguien a mi lado con quien deseaba estar, a quien deseaba oir, con quien convivía para bien o para mal. Desde aquel primer amor de los setenta, con quien ocho años se pasaron como agua y que hoy es uno de los mejores amigos que se puedan tener, pasando por el que fue mi marido y es padre de mis hijos, hasta llegar a mi último y el que ha sido el gran, apasionado, imposible y atormentado amor de mi vida... siempre dependiendo de relaciones emocionales, de afectos, de palabras, caricias y besos.

Ahora, después de todo el trauma y todo el horror de la última ruptura, pasado ya el duelo y entrada en plena resignación calmada y razonada, pienso que no estoy preparada para nada más. Que nada me queda hasta que me llene de nuevo.

Y pienso que no me siento mal... que estoy envuelta de una libertad que nunca he disfrutado desde hace todos esos años: la libertad de mirarme a mí misma, sin verme en el otro. De sentirme yo misma, sin ser parte de otro. De disfrutar de mi soledad y vivirla en plenitud.

¿Es lo óptimo? No nos engañemos, el ser humano no está hecho para caminar solo. La afectividad de un alguien a tu lado es fundamental para llevar adelante sueños y esperanzas compartidas, pero si no ha de ser estaré tranquila.

No puedo decir que no he amado, o que no me han amado a mí. No puedo decir que no sepa lo que es convivir, o al menos intentarlo. Solamente que ahora no es el momento, que la vida no me ha llevado a un entendimiento con el otro. Ahora sólo cabe el silencio, la sonrisa del amanecer con música, la gran cama semivacía donde duermo plácidamente, por fin. Echar de menos lo menos posible las demostraciones de cariño, los abrazos, y disfrutar de los hijos, de los amigos, del tiempo y de la música.

En la vida hay muchas otras cosas que no suplen lo que nos da el Amor, pero que hacen que estar sin él no parezca una tragedia; es sólo una circunstancia. Y parece ser que, en estos momentos, la necesito.
Isabel

En realidad fue un chiste. Largo y explicado con gracia, esa gracia propia de los turcos que antes desconocía. Kadir dijo que era "filosofía rusa", pero la verdad es que es pura filosofía de vida.

Siempre hay dos opciones. Eso nos recuerda que siempre existe una elección y una responsabilidad. En cada recodo de estos senderos intrincados a que nos conduce la vida existen decisiones por tomar, opciones donde nos detenemos y debemos elegir.

Y muchas veces se siente ese peso en el alma que parece que nos ahoga, cuando ambas opciones conllevan futuros inciertos o finales poco concretos.

Le tememos a los cambios, a las incertidumbres, por eso nos gustan las cosas hechas, las decisiones tomadas por otros, impliquen lo que implique... es la reducción de la responsabilidad al máximo y, por tanto, también de la culpa.

Y aquí encontramos los errores, o al menos los encuentro yo: no hay culpa cuando se meditan las cosas y se toma un camino, lleve donde lleve. Sí existe el momento en que te planteas si la decisión ha sido o no equivocada, pero eso siempre hay que dejarlo para el final, para cuando la opción se vislumbra como realidad concreta. Hasta entonces, sólo queda caminar por donde se escogió y esperar y desear no errar.


La vida pasa a base de las dos opciones, de las encrucijadas, del eterno pensar por dónde vamos y si es el camino correcto. Y lo sea o no, al menos deberíamos sentir la libertad de que cada opcion que tomamos se hace bajo la responsabilidad propia y que el peso de nuestro destino corre a nuestro cargo en el momento en que emprendemos de nuevo el camino.
Isabel

Kadir nos contó una historia mientras viajábamos. Él lo hacía por entretener las largas horas de camino de Antalya a Avanos, pero a mí me impresionó lo suficiente como para que algo dentro reaccionase.

Nos hablaba de los derviches giradores y de la orden de Mevlana; de las flautas de caña que utilizan para improvisar las música que les lleva al trance suficiente como para girar sin descanso durante un largo tiempo. Y nos comentó algo de filosofía musulmana...


Las cañas que utilizan los monjes para su música no suenan bien si se tallan recién cortadas. De hecho, el sonido ni puede considerarse música. Para que lleguen a alcanzar su sonido suave y melodioso deben endurecerse, y se hace al fuego. La caña debe sufrir altas temperaturas para obtener la madurez suficiente.

Eso mismo nos pasa a los humanos: para conseguir una buena madurez hay que sufrir ciertos dolores, pasar por pruebas de vida que nos modelen y permitan que produzcamos al final de nuestra vida un "sonido" cálido y especial.

No hay que huir del dolor, hay que asimilarlo y sacarle provecho. Hay que pensar que los malos momentos nos ayudan, mal que nos pese, a madurar y a ver los buenos como un regalo. Se disfrutan más las cosas cuando se las valora, cuando se ha experimentado su pérdida y aún así se tiene suficiente fuerza para intentarlo de nuevo, con todo lo aprendido a cuestas.No me gusta sentir dolor, ni sufrir, ni verme a oscuras y en soledad, pero todo lo que he pasado hasta ahora me ayuda a saber por dónde encaminarme en adelante. Con nuevos errores, quizá, pero con nuevos ánimos. Caña que se va templando con el tiempo... porque aún hay tiempo.