Isabel
Si la libertad cuesta dolor y lágrimas, sudor y firmeza, heridas de muerte, soledades y desequilibrios contados...

Si cuesta parte de tu vida y de la de otros, cambios tremendos, errores y a veces odios.

Si la libertad está clara en tu mente, si sabes que la amas y la defiendes.

Si decides que eres libre, pese a todo, que nadie volverá a atraparte en redes de cristal y nadie volverá a callarte.

¿Cómo vas a permitir de gratis que se metan en tu vida los que no quieren de ti más que angustiarte, decirte cómo debes de vivir tu vida, cómo debes de comportarte? Si tú tienes experiencias, las has luchado, entiendes de tu tristeza y la asumes y la adoptas y la conviertes en parte de tu alegría. Si tú tienes clara tu visión de la vida sin hacerle daño a nadie, sin torturas en la cabeza.

Que no, señores, que no es momento. Que no quiero perder la calma de nuevo. Ni que vengan ajenos a decirme qué tengo que hacer con mis propios momentos.

Lo que cuesta la libertad lo sabemos los que la hemos ganado a pulso y la hemos adaptado a nuestros intentos de vivir en silencio o entre gritos de felicidad.

Isabel
Y caminar por las calles de San Francisco con flores en el pelo. Mirar a la gente con sonrisas en los labios y amar a la humanidad.

Quise ver energías positivas, paz a mi alrededor, bailar todo el día sin hacerle daño a nadie. Pertenecer en cuerpo y alma a una generación que iba a cambiar el mundo sólo con música.

Intenté generar buenas vibraciones, sentirlas en lo más profundo de mi ser. Vivir de ilusiones, de ideales, con la gente conocida o no, como hermanos.

Llevaba el pelo largo, las botas camperas, las faldas de flores, camisa blanca de largo cuello... los ojos llenos de alegría.

Quise ver al mundo en movimiento, todos a una, en pro de amar a nuestra Madre Tierra, de buscar nuestra felicidad en lo sencillo, en las flores del campo, en las notas de la primavera eterna. Pretendí un amor eterno, romántico, libre... que me permitiera reir, llorar, bailar, emocionarme, VIVIR.

Me enganchaba de noche a la radio para escuchar baladas que llegaban al alma y encendían mi imaginación, o para vibrar con guitarras eléctricas que me desgarraban por dentro y me hacían ascender a otros planos astrales... o qué sé yo.

Yo quería que todo el mundo fuese bueno, que todo fuese bonito, que las flores de mi falda ascendiesen a mi cabello, al viento, y lo inundasen todo de luz.

Y al final... me hice mayor.

Ahora, después de varias décadas, parece ser que vuelvo a las andadas: sigo queriendo ser una hippie. De corazón.