Isabel
Aunque se viven los días con intensidad profunda, agarrando el segundo a dos manos, sorbiendo cada instante e inspirando cada molécula con olor a tiempo... pasan los años.

Vuelan, haciéndose pasar por mentirosos, cuando te miras al espejo y sólo aconteció una sombra. Tú sabes que no es así.

Hay marcas que aparecen en tu cuerpo, señales inequívocas de que la física toma su papel y mueve el espacio a tu alrededor. Hay detalles que te aconsejan que vuelvas a detenerte y a fijarte en las cosas que parecen inmutables, y no lo son.

Miro a mis hijos hacia arriba... no son niños ya. Camino por las calles al encuentro del destino diario, a veces del destino del momento, allí donde he llegado, en el presente en que me encuentro, tan distinto al que había imaginado. Un presente feliz, en el que estoy como pez en el agua, al que he llegado tan lentamente que ni siquiera he notado cómo se sucedían las caídas de las hojas, los instantes de calor, las nieves que nunca antes había visto y ahora se me volvieron hasta naturales.

Los años me pasan  por encima, por al lado, incluso por dentro del reloj. No me doy cuenta, a veces, que no son los mismos segundos. Como el agua del río, brotan y se van... aparecen y me dejan huella. Los recojo y sigo adelante. Dentro de mí, el tiempo se paró hace ya... y en ese momento de espera latente, todo alrededor siguió girando. 


Años, esperas, tiempo, instantes, evolución... contradicciones eternas de mi ser que me mantienen viva o que quizá me matan. Es como sé vivir, y como quizá será durante muchos años.