Isabel
No quiero olvidar lo amado
ni tampoco lo vivido.
No quiero olvidar lo dado;
ni lo tuyo, ni lo mío.

Ni dejar atrás recuerdos,
ni beberme lo perdido,
ni perderme entre las sombras,
ni matarme los sentidos.

No quiero olvidar momentos,
ni palabras, ni secretos;
no quiero dejar tus manos
tan sólo en mi pensamiento.

Ni jugar con el pasado,
ni pasar de lo aprendido,
ni mirar con ojos tristes,
ni equivocar el camino.

No quiero creer que el mundo
se olvidó de lo sabido;
no aprendió de lo logrado
ni logró lo perseguido.

No quiero olvidar tus ojos
ni las letras que escribiste,
ni quiero que tú te olvides
de lo mucho que quisiste.
Isabel
C-17, de Manlleu a Barcelona. La una de la madrugada. Empieza de nuevo a llover.

Qué extrañas parecen la sensaciones conduciendo por carreteras desconocidas en medio de una oscuridad en calma y con el agua empezando a mojar los cristales. Mientras conecto el limpiaparabrisas pienso en lo que se es capaz de hacer para conseguir los sueños. Y no sólo lo que acabo de hacer, que no es más que asistir a un concierto, eso sí, muy especial para mí, sino lo que puede derivar de ello.

No me importa sentir que tengo que hacer lo que deseo, por muy complicado que parezca. Ni me importa mucho si es prudente o incómodo. Creo que con los años la prudencia deja paso al irrefrenable poder de los sentidos.

No temes a lo desconocido, ni a la soledad, ni a los contratiempos... simplemente, dejas de pensar en todo lo negativo que cualquiera, sentado en la comodidad de su hogar, meditaría hasta dejar convertidos los deseos en puro terror.

"Está lloviendo mucho", "La carretera es solitaria", "Está lejos". No eran las circunstancias más adecuadas... adecuadas ¿para qué? ¿para quién?. No hay distancia, ni soledad, ni tempestad que separe al hombre de su destino, si éste no quiere.

Desoir sabios consejos quizá es algo que se me da muy bien últimamente, pero también empiezo a saborear lo que es realmente vivir, tal vez porque soy rebelde, porque me propongo metas, porque no me limito a pensar, sino que actúo.

Cierto... hablo de ir al concierto de Peter Hammill a una hora de mi ciudad, pero podría extrapolarlo a cualquier otro reto que me proponga la vida, porque nada puede compararse a la sensación del jinete solitario que vuela sobre la carretera nocturna bajo la lluvia iluminándolo todo con tan solo una sonrisa.

Isabel
Cierro los ojos.
Los cierro y suspiro largamente (tú me enseñaste a hacerlo).
Suspiro para llenarme de aire los pulmones, para volver a la vida.
Me tiembla todo por dentro a veces... retumban mis tímpanos ante el silencio, me conmueve la nada, temo a mis propias sonrisas y me siento levemente alterada.
Aún así, mejor cerrar los ojos. A falta de un sentido, los otros se agudizan y puedo escuchar los latidos de mi propio corazón... aún siento; fuerte, como el primer día. Puedo notar el tacto de mi piel... aún es suave. Aspiro el aire que me rodea... olor a perfume, a hogar, a naturaleza en primavera.
Mientras suspiro y percibo mi entorno, noto como todo a mi alrededor se calma, poco a poco vuelve a tomar su sitio después de un día de tormento. Mi propia respiración regresa el mundo a su lugar. Y enumero lentamente todo aquello que necesito... lo que mi alma, mi corazón, mi mundo, mis manos necesitan.
Vuelve la fe. Creo. Creo en la magia, en aquello en lo que nadie repara, en lo que parece inexistente.
Y hoy, más que nunca, necesito... un milagro.
Isabel
Mi querida Frabisa, en su blog Verdades y mentiras diarias, me lanzó un reto en forma de meme. Tampoco yo suelo dedicarme a estos, pero en esta ocasión la entrada que tenía prevista viene a coincidir con lo que me propone. Así que ampliaré lo que pensaba dejar aquí para que se ajuste un poco más. Si alguien quiere tomar el testigo, consistía en origen en decir 6 cosas que te gusten y 6 que no te importen. Yo he sido un poco desobediente y lo he hecho a mi modo.


Me gustaría....

Limpiarme con la lluvia que cae del cielo.
Vivir de los alimentos de la tierra.
Hablar con la gente blandiendo sonrisas, ver el mundo con ojos de niña.
Cantar cuando me lo pide el alma, gritar a los cuatro vientos mi dolor.
Volar sobre los mares, nadar entre las nubes.
Caminar por calles vacías.
Que siempre fuera primavera.
Vivir como si no hubiera muerte.
Amarte sin tiempos ni espacios, cerrar los ojos y encontrarte a la vuelta.
Pasar la noche en vela viéndote dormir.
Sentirte, mirarte, escucharte, tocarte, hablarte... VIVIRTE.

No me importa...

Que la vida sea corta, que apenas tenga tiempo de todo lo que anhelo.
Que hablen, que digan o murmuren a mi paso, que pretendan disfrazarme de fracaso.
Alejarme de las cosas que me atan y me obligan.
Que me besen o me abracen por cariño, sin palabras.
Recordar momentos pasados, aunque hayan traído tormentos. Que pase el tiempo.
Ser una ilusa, creer en sueños y esperanzas.
Imaginarte de lejos, pensando que estarás mañana.
Tropezar y caerme, equivocarme de nuevo. Lo elegido es mío, para mal o para bien.
Que me importe todo tanto.
SEGUIR DANDO.

Isabel
Lleva lloviendo dos días, al fin. Parece que esta vez va para largo, una primavera típica, lejos aún de aquellas primaveras de mi infancia, pasadas por agua en abril.


Estuve de la calle, en la compra del sábado. Resulta complicado caminar y llevar una vida ordinaria con un paraguas en mano; el carro de la compra, el cochecito del niño, las bolsas, cualquier cosa que nos ocupe se convierte en un estorbo llevando el paraguas abierto.
Tenemos terror al agua que cae del cielo, aún duchándonos a diario; pero no es lo mismo el agua tibia que sale como una bendición del grifo después de un día agotador, que la frescura del agua que nos alimenta.


¿No sería mejor volver a los tiempos en que un paraguas no tenía sentido?. Cubrirse del algua que nos limpia, que refresca, que nos trae la Naturaleza. La sensación de empaparte con la lluvia un día cualquiera, dejándote llevar por instintos primitivos y viviendo la vida como nos está dada, en comunión con lo que nos rodea. Caminar lentamente por las aceras mojadas, despreocuparte de lo que no sea gozar del momento... mirando el cielo gris, tupido y con un encanto misterioso al atardecer. Zapatos mojados, cabellos al viento, lluvia que quita hasta los peores pensamientos.


Es entonces cuando, al cerrar el paraguas en medio de la tormenta, y mirar al cielo dejando que las gotas resbalen por tu rostro y por tu pelo, la gente piensa que no estás bien de la cabeza. Es entonces también cuando te das cuenta de que tememos a la Naturaleza más de lo que imaginamos, y nos sentimos tan bien en nuestro mundo pulcro y seco que abrimos de nuevo el incómodo paraguas para admitir que, no sólo no podemos con la cesta de la compra, sino que nos estamos mojando las espaldas.


Isabel
Y después de un año sigo aquí. Después de sufrir todo lo sufrido, vivir todo lo vivido y pasar por todo lo pasado, aún sigo aquí. Este lugar empezó como carne de mausoleo, monumento erigido al paso del amor talado, al roto en el corazón, a la herida profunda del alma. Con el tiempo, todo se calma, se transforma e incluso se invierte.
Llegué aquí necesitada de palabras cuando el silencio me hería los tímpanos, cuando tu voz no era más que un eco que se las prometía cada vez más lejano. Empecé a escribir para no sentir el abismo de la soledad de nuestra casa de dos... podía haberme ido, pero era mi lugar, no podía moverme, no podía ni siquiera caminar.
Y creé unos senderos intrincados por donde pudiera intentar un salto hacia adelante. Comprender, aceptar, quién sabe qué más. Lo que empezó como camino espinoso, que me quemaba la piel, se fue transformando en algo de luz, algo de poesía, mucho de recuerdo, tanto de ternura... siempre tú.
Escuchándome a mí misma en noches de luna llena, en otras mucho más oscuras, escuchando voces ajenas que acompañaron mi andadura sin saber... sólo presintiendo, sólo movidas algunas por una empatía extraña, la del amor perdido. Así aprendí a no cerrar los ojos para ver bien el camino, a no dejar de oir mi voz más interna, a no dejar de ser yo misma.
Con el paso de este tiempo, sé muy bien cómo me veo desnuda, cómo mirarme por dentro. Cómo verte, como te siento.
Qué poco honesta sería si no estuviera segura de lo que quiero, aún luchando contra malezas de espinas, contra salvajes destinos, contra el desaliento. Lo que aquí he aprendido, entre vosotros, conmigo, aún contigo en el silencio, es que la valentía de recorrer caminos inciertos me llena el alma, me consuela y me llena de retos. El reto de mantenerme en pie, de mantener mis deseos. De imaginarte a mi lado, sabiendo que no te veo.
Y después de todo un año lo que tengo es un equipaje de vida del que no me arrepiento. Tengo las manos abiertas, el corazón limpio y pleno, la locura preparada y lista para un futuro en el que aún creo.
Llámame loca, dime que no puedo... el tiempo lo dirá todo, el camino que recorro ya no tiene vuelta atrás. Nunca miro a mis espaldas cuando decido seguir y si aún me queda por llorar, lloraré en silencio y seguiré caminando.
Isabel
Cerca de la medianoche, repaso acontecimientos.
Los niños duermen cansados; han sido unos días dulces para ellos, descanso merecido antes de los exámenes que de nuevo pondrán a prueba no sólo sus conocimientos, sino la perseverancia, el esfuerzo, la paciencia, los nervios... todo eso que aún habiéndolo pasado yo misma ya hace mucho, me cuesta verles pasar a ellos porque sé que lo toman en serio.
El día fue cálido. Llevamos así ya unos cuantos, no sólo en el exterior, sino dentro, muy dentro. Ayer escuché por primera vez el griterío de las golondrinas. Ellas me revelan que el verano está a la vuelta de la esquina, que se acerca la paz, el descanso largo y deseado, los días de mar y cielo azul, el calor agotador que, después de dos meses, prefiero ver desaparecer aunque luego lo extrañe.
Se presienten instantes deliciosos en el aire... no ahora, pero están flotando a mi alrededor. Me siento prendida en pensamientos suaves, de los que despierto de tanto en tanto para no olvidar que la realidad existe. Pero no puedo evitar la ensoñación de lo que está por llegar y aún no sé.
El canto de la primavera me estremece... las largas tardes de luz me iluminan el alma; parece que el miedo no exista, y lo que en realidad ocurre es que está dormido porque así lo quiero. Lo quiero en un letargo lo más perpetuo posible, lo quiero en un silencio dominador, acallado por los gritos de las esperanzas futuras.
Me siento extrañamente valiente en esta noche cualquiera, en este momento de oscuridad mortecina en la que mis pensamientos brillan. Vuelvo a tener esa sensación de poder que en el fondo me espanta, porque me lleva a una cierta soberbia que debería ser calma.
Mañana temprano cantarán de nuevo las golondrinas para recordarme que el verano está aquí, y después, quién sabe. Toda mi vida o quizá...