Qué extrañas parecen la sensaciones conduciendo por carreteras desconocidas en medio de una oscuridad en calma y con el agua empezando a mojar los cristales. Mientras conecto el limpiaparabrisas pienso en lo que se es capaz de hacer para conseguir los sueños. Y no sólo lo que acabo de hacer, que no es más que asistir a un concierto, eso sí, muy especial para mí, sino lo que puede derivar de ello.
Me gustaría....
Limpiarme con la lluvia que cae del cielo.
Vivir de los alimentos de la tierra.
Hablar con la gente blandiendo sonrisas, ver el mundo con ojos de niña.
Cantar cuando me lo pide el alma, gritar a los cuatro vientos mi dolor.
Volar sobre los mares, nadar entre las nubes.
Caminar por calles vacías.
Que siempre fuera primavera.
Vivir como si no hubiera muerte.
Amarte sin tiempos ni espacios, cerrar los ojos y encontrarte a la vuelta.
Pasar la noche en vela viéndote dormir.
Sentirte, mirarte, escucharte, tocarte, hablarte... VIVIRTE.
No me importa...
Que la vida sea corta, que apenas tenga tiempo de todo lo que anhelo.
Que hablen, que digan o murmuren a mi paso, que pretendan disfrazarme de fracaso.
Alejarme de las cosas que me atan y me obligan.
Que me besen o me abracen por cariño, sin palabras.
Recordar momentos pasados, aunque hayan traído tormentos. Que pase el tiempo.
Ser una ilusa, creer en sueños y esperanzas.
Imaginarte de lejos, pensando que estarás mañana.
Tropezar y caerme, equivocarme de nuevo. Lo elegido es mío, para mal o para bien.
Que me importe todo tanto.
SEGUIR DANDO.
Estuve de la calle, en la compra del sábado. Resulta complicado caminar y llevar una vida ordinaria con un paraguas en mano; el carro de la compra, el cochecito del niño, las bolsas, cualquier cosa que nos ocupe se convierte en un estorbo llevando el paraguas abierto.
Tenemos terror al agua que cae del cielo, aún duchándonos a diario; pero no es lo mismo el agua tibia que sale como una bendición del grifo después de un día agotador, que la frescura del agua que nos alimenta.
¿No sería mejor volver a los tiempos en que un paraguas no tenía sentido?. Cubrirse del algua que nos limpia, que refresca, que nos trae la Naturaleza. La sensación de empaparte con la lluvia un día cualquiera, dejándote llevar por instintos primitivos y viviendo la vida como nos está dada, en comunión con lo que nos rodea. Caminar lentamente por las aceras mojadas, despreocuparte de lo que no sea gozar del momento... mirando el cielo gris, tupido y con un encanto misterioso al atardecer. Zapatos mojados, cabellos al viento, lluvia que quita hasta los peores pensamientos.
Es entonces cuando, al cerrar el paraguas en medio de la tormenta, y mirar al cielo dejando que las gotas resbalen por tu rostro y por tu pelo, la gente piensa que no estás bien de la cabeza. Es entonces también cuando te das cuenta de que tememos a la Naturaleza más de lo que imaginamos, y nos sentimos tan bien en nuestro mundo pulcro y seco que abrimos de nuevo el incómodo paraguas para admitir que, no sólo no podemos con la cesta de la compra, sino que nos estamos mojando las espaldas.
Los niños duermen cansados; han sido unos días dulces para ellos, descanso merecido antes de los exámenes que de nuevo pondrán a prueba no sólo sus conocimientos, sino la perseverancia, el esfuerzo, la paciencia, los nervios... todo eso que aún habiéndolo pasado yo misma ya hace mucho, me cuesta verles pasar a ellos porque sé que lo toman en serio.
El día fue cálido. Llevamos así ya unos cuantos, no sólo en el exterior, sino dentro, muy dentro. Ayer escuché por primera vez el griterío de las golondrinas. Ellas me revelan que el verano está a la vuelta de la esquina, que se acerca la paz, el descanso largo y deseado, los días de mar y cielo azul, el calor agotador que, después de dos meses, prefiero ver desaparecer aunque luego lo extrañe.
Se presienten instantes deliciosos en el aire... no ahora, pero están flotando a mi alrededor. Me siento prendida en pensamientos suaves, de los que despierto de tanto en tanto para no olvidar que la realidad existe. Pero no puedo evitar la ensoñación de lo que está por llegar y aún no sé.
El canto de la primavera me estremece... las largas tardes de luz me iluminan el alma; parece que el miedo no exista, y lo que en realidad ocurre es que está dormido porque así lo quiero. Lo quiero en un letargo lo más perpetuo posible, lo quiero en un silencio dominador, acallado por los gritos de las esperanzas futuras.
Me siento extrañamente valiente en esta noche cualquiera, en este momento de oscuridad mortecina en la que mis pensamientos brillan. Vuelvo a tener esa sensación de poder que en el fondo me espanta, porque me lleva a una cierta soberbia que debería ser calma.
Mañana temprano cantarán de nuevo las golondrinas para recordarme que el verano está aquí, y después, quién sabe. Toda mi vida o quizá...