Isabel
Y por fin llegó el tiempo de la primavera. Quizá no en el aire, pero sí por dentro. El momento dulce de las cosas bellas, en que no necesito más de lo que tengo.

Llegó el tiempo de saberme y de gustarme, de creer que valgo lo que valgo, de mirarme en el espejo y conocerme, de no esperar siquiera lo inesperado.

No busco, no deseo más allá de lo que tengo. No me pierdo en pensamientos vanos. Me centro en el trabajo, en mi familia, en mis amigos, en todo lo entrañable que casi tenía olvidado.

Mi tiempo se convierte en horas interminables de actividad, de ebullición, de ideas que surgen y se convierten en realidades, de proyectos en los que creo y que ni siquiera imaginé que llegarían. Mi mente sonríe cada día por esas pequeñas cosas. Por la velas con olor a frutas, por el jazz que suena, por las risas con los chicos en la escuela.

Porque sé que cuando tengo fuerza empujo lo que hay alrededor, porque no necesito que me venzan. Y porque ser feliz no cuesta tanto cuando se tienen tantas cosas bellas en la cabeza.
El corazón tranquilo, el sueño lento, la vida llena, el ánimo sereno.

Echaba de menos escribir poemas, y sé que no es necesario más que amor para hacerlo... el amor por la vida, por los míos, por la gente que más quiero, por las letras, por la música, por el mar y por el viento.

Gracias por formar parte de mi pequeño Universo, el que quiero cada día, el que mueve mis sentidos, el que me sirve de guía.