Isabel
Traicionera se presenta la primera impresión de este nuevo día de enero: ese sol caliente, ese cielo azul intenso. ¿Y qué más da si los fríos de febrero están aún por aparecer? Aprovechemos el sol de hoy.

¡Qué gusto siento al mirar el nuevo año que se extiende por delante! Los días de terciopelo, las noches de algodón. Las miradas que me quedan sin estrenar aún, los sentidos inexplorados esperando... y todas las experiencias que se acumulan en una mente que ya no tiene límites, que es consciente de que tiene el poder de llamar para sí a todo lo bueno, lo nuevo, lo inesperado, sin miedo.

Me he propuesto pequeños placeres, de esos que durante el año que se fue empecé a regalarme lentamente, descubriendo en ellos una vida mucho más rica de la que imaginaba: un masaje de esencias, una cata de vinos, un viaje a las islas del silencio, el sonido estremecedor de una trompeta de jazz, la compañía de seres increíbles que aparecieron en mi vida para llenarla de luz.

Descubrí en una noche que mi olfato siente de mil maneras, al cerrar los ojos y oler ese reserva de 2003... los aromas primarios, a ciegas, te despiertan el recuerdo de frutas, de maderas; los aromas secundarios te golpean con olores fuertes, toscos, a tabaco, a roble...

A partir de ahí, la vida transcurre navegando poco a poco, día a día, probando cada sentido lentamente, dejando que la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto se llenen de intensidades.

A veces da la impresión de que mis días se suceden en un baile armonioso de constante descubrimiento, quizá por la apertura total a todo lo que llega del interior y del exterior, y a la pérdida total del miedo, a arrancar el cordón umbilical que nos une, como humanos, a las dependencias de todo tipo, al temor a lo desconocido, incluso a mi propia cultura, porque existen otras muchas que probar y de las que aprender.

Parece mentira que una sóla mirada de sábado, perezosa y aún dormida, sea capaz de seducir tanto a la vida, o ser tan seducida por ella.