Isabel
Extraña por todo. Sólo tres días de trabajo y cuatro de fiesta, un regalo para los que necesitamos descansar a estas alturas de año. Los chicos más revoltosos de lo normal, nosotros más agotados también, y todo del revés.
Del revés mis propias emociones... contradicciones en ellas, de esas que tan poco me gustan porque me colocan a la defensiva.
Mi compañero de música ha muerto. Andreu era joven aún, pero sobre todo, era feliz. De las pocas personas que se declaraban abiertamente feliz, que estaba satisfecho con su vida, alegre con lo que disponía, que te contagiaba ilusión por las pequeñas cosas. Ya no está, y llevo toda la semana pensando en tantas cosas... en lo mucho que nos quejamos a veces, en lo relativo de casi todo, en montones de buenas intenciones para mí y los que me rodean. Esas cosas de las que uno se olvida en poco tiempo, dejando la sonrisa atrás para hundirse con el primer revés que nos lleve a la frustración. Me he planteado dejar de sentirme así, pero siendo de talante hipersensible y en exceso emocional sé que no va a durarme mucho.
Por otro lado, la vuelta de pequeñas ilusiones. Esas que me propuse dejar atrás y que ahora, alguna que otra noche, vuelven a rondar por mi cabeza. Ilusiones hechas sonrisa, emociones que pugnan por salir y que freno porque sé que si lo hacen ganarán en intensidad... esa misma que siempre me pierde.
Entre cansancios, sueños, ilusiones y pérdidas se ha movido la semana. Y sigo pensando y sigo viviendo.
Isabel
Tarde de domingo, sol cálido a punto de caramelo. Sabe que tiene que dejarme, pero se resiste porque sabe que sin su calor no sonrío igual.


El tiempo pasa, se suceden las estaciones. Pereza de otoño con sol poniente. Extraño el mar, el olor a sal y el sonido de las olas, pero me llaman las montañas agrestes, la tierra oscura y fuerte. Mirando el azul del cielo se me pasan las horas, mientras lentamente el atardecer se vuelve rosado. No quiero pensar en añoranzas, ni en porvenires inciertos. No quiero pensar en nada que no sea el sonido de la música, el latido de mi corazón, las voces de los niños, el lento caminar del segundero en el reloj.


Mañana será otro día, el trabajo nos reclama a todos, pero sentir esas dulces tardes de domingo es un placer de los pocos que me permite la vida, de los que voy a disfrutar saboreando poco a poco, como los bombones de chocolate.

Felicidad de momentos. Hoy he vivido algo más con ella.




PD: Un pequeño retazo del pasado. Bellísimo.

Isabel

Todos los años, cuando se acerca el invierno y las noches se hacen largas y frías, recuerdo la sensación de la luz en la ventana.

Hace ya bastante tiempo, tanto que sólo me quedan instantes en la memoria, recorría las calles de Barcelona de camino a casa, la casa de mis padres, después de alguna tarde de domingo vivida y disfrutada junto a los que eran (y algunos siguen siendo) mis amigos. Tardes-noches intempestivas, heladas, oscuras, húmedas... ya cansada, no parecía llegar jamás a casa.

Miraba las ventanas de los demás, donde las luces encendidas indicaban hogares cálidos con personas que se amaban. Y eso me hacía pensar en que, algún día, yo misma tendría mi propia luz y, por añadidura, todo lo que eso significaba. Con los años tuve ratos en que encontré exactamente lo que deseaba; en otros, momentos amargos que deslucían esa luz que desde fuera debían de ver tan suave. Más adelante, la luz tuvo el frío de la soledad.

Durante esta semana volvieron las temperaturas casi invernales a la ciudad y en las noches en que regreso a casa helada, cansada y medio rota, me doy cuenta de que tengo mi luz en la ventana y que allí, en lo alto del edificio, me siento protegida, cuidada, feliz y descansada, aunque ni siquiera se haya encendido la calefacción.

A veces no nos damos cuenta de todo lo que tenemos tras nuestra propia ventana.

Isabel
¿Por qué me haces reir cuando estoy comprando sola, en medio de la gente? ¿Por qué haces que me miren y se pregunten qué demonios le pasa a esa loca?.
Es curioso el modo en que conversamos... es gracioso el modo que tienes de hacerme sentir que la vida es menos seria. O tal vez más.
Siempre me ha gustado reir a carcajadas, es una sensación agradable donde las endorfinas (sí, esas sustancias que segrega el cuerpo y que hacen que te sientas en el limbo) te poseen y te envuelven. Y la risa genera risa, y ésta genera esa alegría que no sabes de dónde sale, pero que te domina y te libera.
Reir en el supermercado me hace sentir esa libertad de poder ser yo misma, de olvidarme de los demás y dejarme llevar por las sensaciones del momento... qué gran alivio para el cuerpo y la mente.
¿Por qué tienes esa habilidad para darle la vuelta a las cosas, para hacerme pensar más de la cuenta, para exaltar mi imaginación? Creo que tengo tanta curiosidad por lo que eres capaz de hacer, decir o sentir que me arriesgaré a seguir riendo en lugares públicos. Y quizá en algún tiempo seas capaz de contestar a mis preguntas. Antes de que termine el invierno, antes de la siguiente luna llena.
PSD: Me dices que giro sobre lo mismo, pero es que tengo miedo. Aún lo tengo. De no saber explicarme las cosas. Por eso una y otra vez me autoconvenzo de que son como quiero que sean, no como son. I'm so afraid...
Isabel
Acabo de hacer unas cuantas visitas de blog en blog... esto de la sindicación de contenidos es buena cosa, vas más al grano.

De repente, encuentro una frase en boca (o teclado) de una perfecta desconocida: "Hay que intentarlo al menos una vez más". Y esa frase me ha tocado. No por nueva, precisamente, sino porque era una de las frases a las que más se agarraba Fernando, aunque en estos momentos no sepa muy bien por qué.

Intentarlo una vez más... a pesar de todo, a pesar del dolor que aún se conserva sordo, allá en el fondo, recordándote lo que fue, lo que pasaste, lo terrible de lo vivido. Intentar al menos una vez más... sólo una más, por si acaso. ¿Quién te dice que esta vez no es la buena, que la anterior no fue más que otro ensayo del destino, otra vuelta de tuerca puesta para llevarte en la dirección correcta?. Lo cierto es que no veo el por qué de tantos rodeos ni de tantas penas, por muy afortunada que vaya a ser en el futuro mi suerte.

Sin embargo, ahora tengo prisa. Toda la paciencia acumulada en los últimos años se me ha escapado como el aire de un globo roto. Es como si la vida huyera lentamente y ya no tuviese tiempo para muchas cosas. Por eso estoy dispuesta a intentarlo de nuevo, no sé bien ni cómo.

Estoy dispuesta a pronunciar palabras que aún me queman, a regalar caricias olvidadas, a aprender de nuevo el valor de un beso... estoy dispuesta a enfrentarme con ese destino que no sé dónde anda, ni en estos momentos me importa. Sé que no ando sobrada de paciencia, pero voy a intentarlo al menos una vez más... levantarme de nuevo y no sólo caminar hacia adelante, que eso ya lo hago, sino lanzarme en brazos de nuevas horas, de otros amaneceres, de otro porvenir que ni siquiera sé si anda por ahí buscándome.
Isabel
En días como hoy, ellos son mi enlace con la realidad. Son lo único que me hace creer que vivo una vida auténtica, con los pies en la tierra. En todos esos días en los que pienso que ni siquiera sé qué es verdad y qué mentira, qué es sueño y qué realidad, ellos llegan del colegio con sus risas, con sus gritos, con sus pequeños problemas y me hacen darme cuenta de que estoy en el mundo.
Desde que cada uno nació, la estabilidad de mis días y mis noches me la han dado ambos, con sus sin-dormir o sin-comer, cuando eran pequeños, con los problemas de adolescencia recién estrenada de cada uno. Sus besos y sus abrazos han sido los más reales y los más tiernos que he recibido en años, todo el núcleo de mi afectividad auténtica reside en ellos.
Me hacen reir, me hacen jugar, puedo volver a creer en que el mundo es firme y que piso el suelo. Saben hacerme sentir querida, saben hacerse querer.
Mis hijos son mi verdad auténtica, que se ve y que se toca, que a veces te saca de quicio y otras es lo que te llena de ternura. Ellos no conocen lo que se esconde dentro de mí pero saben que cuando mamá ríe, las cosas son diferentes y por eso me hacen sonreir, me hacen bailar, cantan conmigo y la casa se convierte en el único lugar mágico real de este mundo.
Mi felicidad auténtica está en sus rostros, en sus juegos, en su descanso plácido que nada es capaz de turbar, porque las lágrimas de mamá sólo empiezan después de la medianoche... y ahora ni siquiera todos los días.
Isabel

Me gusta la canción de Serrat, pero no va de eso el post.

Mi ordenador está para el arrastre, uno de estos días morirá sin remedio y sólo espero poder recuperar lo suficiente para no lamentar nada. Rebusco por sus entrañas para ir borrando aquello que no me sirva ya, como quien limpia los cajones de la mesita de noche. Y como quien busca encuentra (eh, Mabana?), hallé una dirección de sudokus entre mis favoritos.

Algo tan aparentemente tonto y cuántas cosas me hizo pensar... esa web era entonces el lugar en el que disfrazaba el tiempo perdido con juegos de números. En el que me detenía, para no pensar, mirándolos, discurriéndolos, mimándolos. Era el lugar donde me perdía mientras pasaban segundos eternos esperándole, muchas veces en vano, cada vez más.

Entonces me sentía ocupada, estaba haciendo algo medianamente útil (como mínimo, para mi intelecto) pero ahora, con el tiempo, me entra una especie de desidia pensando en los minutos, en las horas que derroché en algo que no valió ni la pena. Quizá pude haberme ocupado de otras cosas, quizá mi tiempo valía más que los cientos de sudokus que compuse minuto tras minuto. La perspectiva histórica me da ahora otra dimensión, y la pequeña historia de mi página olvidada de sudokus me regala como moraleja que hay otras páginas que también quedarán atrás en el recuerdo.
Isabel
A veces me parece que quiere amanecer de nuevo.
Me despierto con la impresión de que lo peor ha pasado, incluso con un cierto amago de sentir algo. Recorro los segundos de mi día con una especie de sombra agazapada tras mi espalda, la sombra leve de una esperanza incipiente que se presenta tímida. No sé si sonreir... la última vez que lo hice y abrí los brazos me quedé tan vacía que casi ni lo cuento.
Pero creo que no debo andar escaldada, como los gatos que huyen del agua fría. Creo que hay gente que me he enseñado mucho y sigue haciéndolo. Creo que la vida es más que un sólo sentimiento y que hay que dar paso a otros, nuevos, desconocidos, imprevisibles.
A veces me parece que me miro demasiado el ombligo.
Que no veo más allá de una o dos cosas que considero principales, aún sabiendo que no deben ser precisamente como las he imaginado o urdido. Pienso que todos tenemos problemas, que todos salimos de ellos con una suerte u otra, y que andar por la vida con excesivas precauciones sólo nos trae el amargo regusto de la retirada.
A veces sé que soy feliz, con esa felicidad que es de verdad y que pocos cuentan, porque está siempre a mi lado, en las cosas insignificantes del día a día. En personas que aparecen a mi lado, en aquel que me susurra al oído... sí, al oído, no sólo a la pantalla, en quien sabe mirarme a lo profundo de los ojos... sí, estos ojos miopes que aún pueden ser brillantes y alegres. Y que no son píxeles.
Quizá ahora sí amanezca... esperaré por si acaso. Un poco más.
Isabel
Ayer llovía a cántaros. Una tormenta eléctrica como hacía tiempo no veía.

El cielo, gris profundo virando al negro. El agua, cayendo como cortinas. Los rayos, iluminándolo todo. Y yo aún en la calle, a dos minutos de casa, bajo el paraguas medio roto y con el frío en los huesos. Sin embargo, algo raro había en mí.

Siendo sureña de nacimiento no he sido capaz de vivir sin sol; los días de lluvia me han entristecido y sumido en el medio-letargo propio de los roedores. Ayer sentí otras cosas... sentí un extraño placer en ver caer el agua, en esa humedad que me envolvía. Sentí un gusto especial al oir la Naturaleza rugir a mi alrededor. Cuando llegué a casa sonreía y lo mejor que se me ocurrió es darme un antojo: mi chocolate, placer para los sentidos, goce especial que disfruto mejor a solas y paladeo lentamente para que sea lo único que me embriague en aquel momento.
El chocolate y los truenos, la lluvia y el sabor dulce, la calma en medio de la tormenta.

Todo son cambios, todo evolución, todo es apreciar lo que antes no había considerado. Quizá encuentre novedades que me produzcan las mismas extrañas ganas de vivir y disfrutar que ese pequeño instante del otoño mojado.
Isabel

Se perdió entre las sábanas frías.
Se olvidó en los amaneceres solitarios.
Se desgastó de tanto usarlo... y luego, de tan poco.
Se vació mezclado entre lágrimas.
Se secó en el desierto de los sentimientos.
Se debilitó a fuerza de ser herido.
Murió de debilidad,
se secó de olvido,
se desgastó en el vacío,
se perdió en el camino.

Y después de haberlo escrito me di cuenta de que habrá que resucitarlo, o buscarlo, o darle de beber o llenarlo de nuevo de alguna manera, porque bastantes cosas mueren en esta vida para que también lo haga el amor.



Isabel
Muchas de las ideas que tenía en la cabeza se han dado la vuelta. Muchos de los conceptos en los que creía ahora se desmontan como castillos de naipes. A medida que el tiempo transcurre y conozco a otras personas, me siento desconcertada al comprobar cómo rondamos por los mismos sitios, sentimos las mismas cosas, nos duelen las mismas traiciones, siempre en grupos de afinidad que, extrañamente, acabamos por encontrarnos de un modo u otro.
¿Hay algún tipo de imán extraño que une a ciertos tipos de personas? Creo que es la emoción, mejor dicho, las emociones.
Esas emociones que a veces son grises, pesadas, densísimas, y que amalgaman sentimientos sin resolver. Esas que se nos meten por los poros de la piel y nos hacen aparecer atrayentes por lo de iguales o parecidos que podemos ser, por lo de menos solos que nos sentimos.
En la oscura soledad es donde encendemos luces, a ratos desesperadas, para encontrar otras que nos acompañen. En esas verdades crudas es donde esperamos hallar alguien que las conozca igual que nosotros para decirnos, ilusamente, que son mentira.
Encuentro a veces sin buscar... veo mi reflejo en otras miradas igual de desconcertadas que la mía, faltas de explicación y deseosas por encontrarla.
¿No sería más fácil simplemente vivir? A veces tantas preguntas me abruman, mi propia necesidad de respuesta me agobia. Pero cuando encuentro con quien compartir, vuelve mi esperanza de poder contestar a tanta duda, de poder mirarme en alguien de quien poder aprender.
Creo que tengo una extraña fijación con todo esto, creo que mi mente a estas alturas hierve en exceso y debería poder descansar. Duermo poco, pienso mucho y las ideas no acaban de quedarse quietas. Y hoy creo que debo de tener sueño, porque a veces no parece que sepa lo que digo. Y sí lo sé.