Un año va de septiembre a junio. El "año pasado" acabó hace tres meses, y mañana empieza un año nuevo.
A mis espaldas, los campos y los montes se extienden hasta donde la vista se pierde. Verde y agua, monte y valle, aire que mueve las nubes y les da forma. La luz las atraviesa y la ilumina, el arco iris se extiende en el horizonte antes incluso de que el agua haya empezado a caer.
El sol se asoma tímido un segundo y se cubre de oro y paz. En este lugar donde el tiempo se detiene, donde nadie parece envejecer, donde cada uno encuentra siempre algo de lo que busca, es donde me gusta percibir cada una de las pequeñas sensaciones que ofrece la vida sencilla.
El placer de la lectura, de la escritura, de mirar hacia el cielo y pasar instantes deliciosos en silencio observando la Naturaleza cambiante; eso sólo soy capaz de hacerlo en plenitud aquí.
Esta quietud añeja a la luz del atardecer, interrumpida solo por la música o por el ruido de los truenos, me hace sentir inundada de la felicidad que deseo. Sobre mí, una nube inmaculada se rompe atravesada por los rayos del sol… un espectáculo glorioso que se repite casi cada día y nos pasa tan desapercibido que, cuando nos damos cuenta, se convierte en algo único.
Y es que aquí, en el pueblo que me vio nacer, todo se dimensiona de otro modo, todo toma un valor inaudito a mis ojos. Todo es lo que tiene que ser… vida."
Escrito el 6 de agosto de 2008, con la primera tormenta de verano en mi pueblo.