Isabel
Mujeres maduras. Las que aprendimos, con el paso del tiempo, a medirlo poco a poco. Las que nos forjamos con dolor y miedo, con inexperiencia y sin manual de instrucciones. Las que parimos y amamantamos, y perdimos hijos y luchamos por los que nos quedaron.

Las que vivieron felices hasta que supieron que no comerían perdices... que la vida no era el cuento de hadas que nos explicó mamá, ni se visualizaba en las letras de las románticas canciones que nuestros artistas nos susurraban al oído a través de los auriculares. Ni el amor se escondía en Cumbres Borrascosas, ni los besos los daba Clark Gable, ni las miradas eran las de Redford en "El hombre que susurraba a los caballos".

Mujeres guerreras sin más armas que el tesón y las ganas de salir adelante. Mujeres que con el tiempo nos quedamos solas ante lo desconocido, porque simplemente quisimos cambiar el mundo, nuestro mundo equivocado, desaprendiendo lo que nuestras madres nos enseñaron y que ya no servía en un mundo que gira con vértigo hacia la muerte.

No quisimos aceptar una resignación inútil, no quisimos morir en vida. Quisimos ser protagonistas de una película real donde el final nunca se sabe. Decidimos caminar por senderos de piedras, por caminos inundados de nuestras propias lágrimas hacia el cielo de la libertad, de un amor diferente, de la cima del monte del saber... saber ser mujer, saber ser persona, saber enfrentar vida y lucha, hijos y hogar, muerte y descubrimiento de la felicidad.
Como el vino, como la fruta, mejorando con los años, adquiriendo sabiduría, despertando día a día con la claridad de quien sabe lo que quiere, de quien no se rinde, de quien sabe tomar decisiones, incluso cuando duele el alma.

Sentimos, vivimos, amamos, no nos vendemos ni nos dejamos, luchamos y a veces vencemos, y cuando perdemos, nos levantamos. Porque la madurez no es el silencio ni el olvido, ni la resignación ni lo conformado... es la mirada limpia, el corazón volando, la palabra que se siente, la valentía en las manos.

Isabel
Tengo una ilusión.
Despertarme cada día sabiendo que, más allá de las nubes, está el sol. Que si llueve, se limpia el cielo y si no, se ilumina de azul.

Tengo otra ilusión.
Que llegue agosto y me lleve de nuevo, a través del mar, a lugares de otras lenguas y otra gente. A islas de aguas limpias, casas blancas, risas de niños desconocidos, atardeceres de música, amaneceres que se pierdan en el tiempo...

Tengo una ilusión más.
Ver a mis hijos crecer así... altos por fuera, bellos por dentro, con ese humor que nos hece reir, bailar, jugar, como si aún fuéramos niños.

Y aún queda otra.
Cultivar mis afectos, compartir la vida con los que quiero como ahora, cuidando las amistades, estando alerta a las necesidades de los que me rodean, obsequiando sonrisas y cariño.

Una más...
Hay una ilusión oculta. La de ver al Amor sentado en el banco rojo y negro de la plaza, esperando entrar en mi vida, esperando estar en mi casa. La de emocionarse con los ojos cerrados, la de sentidos mudos, la del beso que no llega... La ilusión de la esperanza eterna.

Y al final, no tengo una ilusión... es un manojo de ellas.
Cuando aparece el verano, se me agranda el corazón y vuelvo a vivir la sensación de ilusionarme de nuevo.