Hoy no quiero hacer poesía. Quiero seguir la estela de otros que han hablado de emociones. Darle, sobre todo, la razón a mi amiga Mencía cuando habla del control de emociones negativas.
Es fácil la teoría, como todo cuando se intenta comprender. Es sencillo tratar las emociones positivas como medicina para las negativas... sólo parece que sea necesario sentir algo agradable para que lo desagradable desaparezca.
O mejor aún, sólo se necesita controlar lo malo que aparece en el cuerpo y en la mente, cuando esas emociones te agarran, para que desaparezcan.
Pero eso es sólo negar una realidad evidente. Es sólo, muchas veces, un ejercicio de autoengaño peligroso.
Las emociones existen, las negativas y las positivas, y lo hacen para que nos aprovechemos de ellas, en un sentido u otro. Las primeras, para que aprendamos de lo que hemos de alejarnos y las segundas, para que valoremos lo que tenemos. Cuando una emoción negativa se apodera de nosotros, es porque algo la llamó a nuestro lado... la ausencia, el dolor, la frustración, el silencio, la ira, el miedo... se nos presentan y nos aturden, nos llevan a un estado mental de eterno cuestionamiento, y sólo cabe dejarlas pasar y asumirlas, o bien tratar de olvidarlas y sustituirlas.
Puedo engañar mi mente. Puedo hacerla creer en lo que yo quiera, para evitar sentir algunas cosas que me inquietan y me llenan de angustia. Pero no puedo hacerlo para siempre, ni puedo evitar que mi cuerpo note el esfuerzo y la tensión que me supone.
Intentar un control que no tengo, es absurdo. Intentar superponer emociones que no siento, más absurdo todavía.
Es mejor racionalizar, volverse pragmática, mirar todo lo bueno que se tiene alrededor y dejar pasar las tormentas. A veces, simplemente, no hay muchas salidas, no hay muchas soluciones. A veces, es saber que las emociones embisten una y otra vez como las olas en la playa, llevándose siempre algo de dentro.
Pero siempre, teniendo en la mente que hay que seguir latiendo, viviendo, soñando, mientras haya un atisbo de vida y de esperanza de que, al final, todo lo positivo va a ganar la batalla.