Isabel
Tantas preocupaciones... tantos conflictos, externos e internos... caminamos por la calle como autómatas, intentando resolver el laberinto diario de idas y venidas del mismo punto de salida al mismo de partida. Laberinto en el que chocamos con nuestros semejantes, que pasan a nuestro lado indiferentes, invisibles, etéreos a veces. No son nadie, no hay que saludar, no interfieren en el mundo interior de nuestro propio pensamiento.

En la soledad de ese mundo frenético de la ciudad a veces nos miramos... rostros grises en su mayoría, perdidos los ojos en meditaciones profundas, en caminares automáticos, en procesos que hacen apretar los puños en los bolsillos del abrigo y, a la vez, también los labios que enmarcan el rostro.

Entre la multitud, levanto mis ojos y percibo una luz especial: por un segundo, tengo enfrente un semejante que sonríe. Le sonríe la mirada, le sonríe la boca, le sonríe el aura que le envuelve en ese breve instante en que cruza a mi lado. No sé a quién vió ni qué captó su atención, pero la calle pareció llenarse de aire fresco.

No sé qué cuesta elevar la mirada hacia los edificios más altos cuando el sol empieza a salir temprano y los inunda de fuego, mezclando de rojos e incipientes azules el cielo. No sé qué cuesta detener un momento la vista en los juegos de los niños, ajenos al frío, al tiempo y a las preocupaciones. Es hermoso pegar la nariz a los cristales de las pastelerías, viendo cómo el chocolate desborda las napolitanas recién hechas.

Motivos de miradas luminosas, motivos de sonrisa callejera.

Isabel
Tengo que aprender a alejarme de los extremos. No son buenos y sí altamente peligrosos.
Tengo que evitar el concepto "demasiado"... demasiado esfuerzo, demasiada entrega, demasiado amor. Demasiada vida, exceso de desgaste, cansancio hasta el agotamiento.
No me canso de vivir, me canso de lo que doy de más.

Es hora ya de que mi sendero cambie, de tomar nuevos caminos. Iguales de intrincados, quizá, pero distintos. Es momento de escoger de nuevo, de empezar de cero, de que me recorra el cuerpo el escalofrío de lo desconocido e incierto.
Dirigir la mirada hacia otro lado, descubrir nuevos horizontes, pero no en una huída en círculo, sin final, donde siempre se vuelve al punto de partida, sino realmente sin volver la vista atrás.

Lo que ha conformado hasta hoy mi vida queda de equipaje; no lo tiro, lo guardo en sitio seguro para recoger todo aquello de lo que deba aprender, pero si no me adentro en las selvas de lo desconocido, nunca sabré qué más pude haber vivido.
Ahora sé que jamás se debe amar demasiado, que es concepto erróneo que actúa al contrario de lo que pretende. El exceso anula, hastía, acaba, frustra, domina y te incapacita.

El amor es para la prudencia, la esperanza, la ilusión, la certeza y, sobre todo, la realidad. El amor es un compartir silencioso, un compartir la vida, con manos y lengua, palabras y miradas, piel y disputas. Nunca demasiado, siempre en su justa medida, la de la libertad del otro.
Mujeres que amamos demasiado, busquemos otros caminos que nos desaten, que desaten a los demás, que nos permitan dar lo que tenemos en su justa medida... y recibirlo.

Imagen tomada de la red.