Isabel
Se termina el año, pero no la vida.
Se fueron ilusiones volando con el viento, llevadas a lugares profundos por la marea de la vida, pero no desapareció la esperanza que se mantiene agazapada en los corazones de los que seguimos en el camino.

Las luces de la calle se encendieron, burlando crisis, retando a un final que quizá llegue antes de lo que imaginamos. Final o principio, luz que se mantiene brillando dentro, en lo oscuro del alma inquieta, que acabará por aparecer, exultante y magnífica, a los ojos de todos los que, ciegos aún, ni siquiera miramos.

La gente camina, busca, pierde... quizá su propio Yo, y lo disimula entre comercios, fiestas, ágapes de mil sabores. Esconde su infelicidad y la pinta de Navidad, y acalla su conciencia recién despierta con panderetas y zambombas. Y no sabe que la verdadera música es la que se escucha en el silencio que retumba con la felicidad del día a día.

Que lo importante es tener pan que llevarse a la boca, tener el cariño de los que te rodean, cerrar los ojos y saber que estás en paz con un mundo que no entiendes, pero que es el único que tienes.

Desde dentro enciendo luces, siento magia, creo en todo, miro al cielo.
Desde dentro, la Navidad es otra cosa... es sentir que aún me muevo.
Desde dentro, mi recuerdo a los países que dejé, a la gente que encontré. A aquellos que, por un segundo, miré a los ojos y me dejaron huella. A los niños que me enseñaron a sonreir, a todos vosotros, que me habéis dado un pedacito de alma.

A mis hijos, a mis padres, a mis amigos.... al amor de mi vida, a todo lo que no sé dónde irá a parar a partir de este año que comienza pronto.
Incertidumbres, iluminación, recuerdos, dolor, dicha, sonido, sonrisas, amor. Dentro.



Que florezcamos, aún en tierra yerma. Es mi deseo para todos.

Isabel
¡Cuánta oscuridad en esta mañana que parece noche!
Cómo pesa en el alma la densidad de las nubes, el aire que se enfría en los pulmones, la náusea que atenaza el estómago.
No sé describir este silencio que me envuelve en un tétrico baile, que se burla de mí y cuyo eco sordo y muerto me desvive.
He perdido el sendero, a mis pies sólo siento los cantos afilados de obstáculos que no sé salvar. La ceguera se hace intensa, en mis oídos resuenan sólo palabras deformadas por el tiempo, que hacen estallar los tímpanos. Y les doy la música, para que no duelan, para que no sangren, la música en la que baño los momentos de miedo y de incertidumbre.
Me quedé muda de no hacerme entender; mis palabras, otrora elocuentes y claras, parecen gruñidos de animal salvaje, que no llegan, que chocan con lo que no entiendo.
Los esfuerzos del cuerpo y el alma se agotan lentamente, dejándome los músculos flácidos, inútil el corazón, rota de huesos para afuera.
¡Qué cansancio me produce este negro cielo! Sólo cerrar los ojos... y dormir sin soñar, sin despertar, hasta que vuelva el azul.
Isabel
Creer en lo que no se ve. Sentir a ciegas y, aún así, saber que no te equivocas. Vivir como si vieses, oyeses, tocases, olieses... con certezas.

Todo eso es fe. La que, en este mundo virtual, tienes o no tienes. Es el don de conocer, o de pretender hacerlo. De ser como se es y, mirando más allá, saber que lo que tienes delante es lo mismo que dice ser.
Y cuando eso se hace realidad, no extrañas, no piensas que hubo un "no existe", porque quien está a tu lado es quien imaginabas.

Se configura la mirada, la sonrisa, esos gestos que presentías. Se acomoda la voz y el tamaño, el modo de caminar. El nombre se vuelve imagen; lo escrito, persona. Y no es difícil reir, confesarse, meditar, compartir frases, un té o una copa, incluso otras amistades.

No es de locos la fe en los semejantes, cuando el alma siente que más allá de unas letras existe un corazón que late. Creo en mis intuiciones, que hasta ahora no fallaron. Creo en la gente que me ofrece la verdad, no sólo unas letras muertas. La que siente como siente, la que cree en lo que es cierto, la que vive y deja vivir, y quiere, en serio.

Amistad, amor, sentimientos modernos escondidos tras el ordenador. Pero es tan lícito como un encuentro real, porque no dejamos de ser quienes somos, porque, si no hay doblez en las intenciones, esto no es más que la ventana a nuestro interior.



Estas palabras se han hecho realidad varias veces, doy fe. Vosotros, que me conocéis, ya sabéis que es cierto.

Quiero dedicarlo especialmente a Isabel y a mi Anita rebelde (las dos sabéis por qué). Y a ti, que estás lejos. No puedo negar lo que siento.

Isabel
Se enfrió el aire tibio del otoño y se volvió hielo.
El cielo de color anaranjado se tiñó de grises.
La luz se despide temprano,
el viento envuelve la sombra del atrevido caminante.
Pero aunque afuera el invierno inclemente me desgarre,
y la escarcha pretenda cubrir mis entrañas,
aunque llueva hielo hasta el fondo del alma,
las brasas que por dentro me consumen no se apagan
y llenan de eterna primavera
el corazón que siempre la reclama,
aunque afuera haga frío o llueva.

Gélida caricia;
me envuelve con sus brazos
el invierno.

Frío mi pecho.
Un ardiente corazón
late por dentro.

Entre mis manos
se derrite la nieve
que cae del cielo.

No veo flores.
Aguardan dormidas
bajo la tierra.

Isabel
Hoy no quiero hacer poesía. Quiero seguir la estela de otros que han hablado de emociones. Darle, sobre todo, la razón a mi amiga Mencía cuando habla del control de emociones negativas.
Es fácil la teoría, como todo cuando se intenta comprender. Es sencillo tratar las emociones positivas como medicina para las negativas... sólo parece que sea necesario sentir algo agradable para que lo desagradable desaparezca.

O mejor aún, sólo se necesita controlar lo malo que aparece en el cuerpo y en la mente, cuando esas emociones te agarran, para que desaparezcan.
Pero eso es sólo negar una realidad evidente. Es sólo, muchas veces, un ejercicio de autoengaño peligroso.

Las emociones existen, las negativas y las positivas, y lo hacen para que nos aprovechemos de ellas, en un sentido u otro. Las primeras, para que aprendamos de lo que hemos de alejarnos y las segundas, para que valoremos lo que tenemos. Cuando una emoción negativa se apodera de nosotros, es porque algo la llamó a nuestro lado... la ausencia, el dolor, la frustración, el silencio, la ira, el miedo... se nos presentan y nos aturden, nos llevan a un estado mental de eterno cuestionamiento, y sólo cabe dejarlas pasar y asumirlas, o bien tratar de olvidarlas y sustituirlas.

Puedo engañar mi mente. Puedo hacerla creer en lo que yo quiera, para evitar sentir algunas cosas que me inquietan y me llenan de angustia. Pero no puedo hacerlo para siempre, ni puedo evitar que mi cuerpo note el esfuerzo y la tensión que me supone.
Intentar un control que no tengo, es absurdo. Intentar superponer emociones que no siento, más absurdo todavía.

Es mejor racionalizar, volverse pragmática, mirar todo lo bueno que se tiene alrededor y dejar pasar las tormentas. A veces, simplemente, no hay muchas salidas, no hay muchas soluciones. A veces, es saber que las emociones embisten una y otra vez como las olas en la playa, llevándose siempre algo de dentro.

Pero siempre, teniendo en la mente que hay que seguir latiendo, viviendo, soñando, mientras haya un atisbo de vida y de esperanza de que, al final, todo lo positivo va a ganar la batalla.

Isabel
Regálame un instante en que no haya pensamiento.

Un segundo en el que en la mente sólo exista el vacío.

Déjame que viva un momento en la nada, que sólo entonces conozca lo que es no saber, no ser, no entender.

Vuélveme niña de nuevo, con la mente luminosa preparada para todo.

Cierra mis ojos y déjame respirar, concentrarme en el mero acto de la inspiración, como si nada más fuera importante en este mundo.

Sólo un momento, porque la vida sigue y todo cambia alrededor. Porque la gente pasa, las decisiones pesan, los acontecimientos te piden, te exigen, te absorben los pensamientos, las energías... porque eso es vida.

Pero dame sólo un poquito de paz. De la que se siente cuando no hay gravedad, ni luz, ni sonido, ni estímulos externos. Como si hubiese viajado en el espacio. Como si estuviera de nuevo en el fondo del mar, rodeada de silencios.

Devuélveme sensaciones, por un instante, que me concentren en los grandes abismos del Universo.
Tan sólo un momento...
Isabel
"Limítate a pensar en los árboles: ellos dejan que los pájaros se posen en ellos y luego vuelen. No los llaman para que vengan ni anhelan su retorno cuando se alejan. Si los corazones de la gente fueran como los árboles, nunca estarían fuera del Camino"
Langya

Leía hoy esta pequeña cita zen.
El zen me ayuda a dimensionar ciertas cosas que no puedo, o no sé, asimilar dentro de una vida "normal". Por eso tengo un pequeño libro donde leo una o dos citas diarias sobre las que reflexiono, a veces simplemente pasando por encima, otras quedándomelas bien grabadas en el corazón.

El breve texto de Langya me ha fulminado. La contradicción que ha hecho penentrar en mi interior ha sido aplastante. La paz interior puede estar tan cerca como el hecho de mimetizarte con los árboles, vivir simplemente viendo pasar o pasando, fluyendo con lo que te rodea, no preguntando, ni buscando; teniendo y dejando. Y, sin embargo, es inevitable llamar, anhelar, sentir miedo a perder, ganas de ganar.

Si mi corazón fuera el de un árbol, entraría en esa calma que pretendo, encontraría mi lugar y dejaría atrás sentimientos encontrados. Pero no soy árbol, no puedo ignorar mis emociones. Soy un ser humano poco preparado para dejar de llamar o anhelar los retornos deseados y esperados... pésima aprendiz de zen...

Me debato entre la necesidad de adoptar ese pensamiento como mío, y la imposibilidad de negar mi naturaleza más íntima. Entre aceptar la verdad intensa que contiene y darme cuenta de que a veces las verdades no casan con las realidades.

Y me pregunto: si los árboles tuviesen brazos, ¿no intentarían acaso retener lo que más aman?. O quizá, si tan sólo tuviesen corazón...

Seguiré caminando; mi mente no encuentra descanso y aún no hallé lo que buscaba.

Isabel

TALES- Uriah Heep

Cuentos de hadas.
De príncipes convertidos en rana, de princesas que no se despiertan.
Cuentos de niños que juegan, de sirenas que cantan atrayendo la muerte.
Ilusiones de ensueño, heroes gigantes en pequeñas casas de chocolate y miel.
Vidas de cuento, imágenes vividas en la mente, escenas épicas de grandes batallas, de magos que convierten los deseos en realidad.
Bellas mujeres que vuelan en la oscuridad; reyes hermosos que pueblan las noches serenas. Unicornios blancos, mirlos negros. Brujas que devuelven la vida, veneno de manzana en las palabras del trovador.
Cofres que destapan sentimientos encontrados, piratas que ven más allá de los cuatro mares. Libélulas brillantes que iluminan los pasos del caminante que no es capaz de encontrar las migas de pan que marcaron su sendero.
Doncellas que esperan, con la trenza en la ventana, a que aparezca el caballero que venga a rescatarlas... hilando, pinchándose, sangrando, cantando melodías a la luz de la luna.
Cuentos de final feliz... y comieron perdices.
Magia y luz, sentimiento y sueño, realidad y leyenda... como mi vida.

Isabel
Desesperado antojo
al mirarme en el espejo.
Descubrirte al otro lado,
imaginar que te siento
acariciando mi imagen
con las yemas de tus dedos.
Tocar el frío cristal
con el calor del recuerdo.
Adivinar tu mirada
tras esos ojos que veo.
Saber que en ellos está
tu reflejo.




"I'll be your mirror"- Velvet Underground & Nico

Isabel
Nacida en los sesenta, aquellos maravillosos años. Convirtieron a la niña fácilmente moldeable en una mujer de su tiempo, con educación y cultura. Grabaron en su mente y en su corazón todo aquello necesario para sobrevivir en un mundo considerado difícil, estereotipado, donde la gente se agolpaba en sociedad y los pensamientos se doblegaban entre políticas y religiones.

Con el tiempo se aprende más, con la experiencia se acumulan viviencias y se llega a la conclusión de que hay barreras que oprimen y ocultan lo que somos: las de esas enseñanzas que fueron puntal un día y que hoy ya no sirven.

Nada es tan complicado como desaprender todo aquello que se quedó dentro, en un rincón de la mente, como letanías impresas a sangre y fuego.

Los hombres no lloran.
Demostrar sensibilidad no es bueno.
Ser como se es te hace vulnerable.
Desconfía por sistema.
Hay que pensar primero en los demás, nunca en uno mismo.
Hemos venido a este mundo a sufrir. Resignación.
Es mejor soportar que quejarse.
No digas lo que piensas.
No hagas lo que quieras.
Sonríe siempre, aunque tengas ganas de gritar.
Que nadie te vea mal, no pidas ayuda... el orgullo, el amor propio...
No hables de amor al hombre, es su papel.
No pidas, ni supliques, ni te arrastres, ni reclames, ni exijas... resignación.

Y tantas, y tantas cosas que conforman caracteres, que silencian emociones, que llenan los ojos de tristeza y el alma de pobreza.

No me resigno, porque no he venido a este mundo a sufrir. No soporto bien el dolor, y sólo lo concedo a quien quiero, pero cuando lo doy, lo siento. No tengo orgullo si persigo lo que amo, no me importa lo que piensen, lo que digan, pero digo lo que pienso esperando que me entiendan. Hago lo que quiero, mientras no dañe a nadie. Lloro y reclamo mis derechos, pido ayuda y la doy cuando se necesita, pienso en mí antes que en nadie... porque nada puedo dar si nada tengo.
Los hombres lloran, y adoro su sensibilidad. Y lloro, y me río, e intento ser feliz a toda costa, agarrándome a las gotas de lluvia y a las hojas caídas del otoño.
Y si amo, lo digo primero. En alto, con ganas, perdiendo o ganando.

Desaprendo poco a poco, pero creo que lo hago.

Isabel
Nada es real, nada que se aleje del AHORA.
Nada es pasado ni futuro. Lo que transcurre a cada instante es lo único que importa, lo único que llena.

Los objetos y momentos que moran con nosotros, desde el amanecer al ocaso, las pequeñeces del día, la hojarasca que me sirve de alfombra en el otoño, que abriga mis pasos y tapa el ensordecedor ruido de la ciudad. El mismo ruido que atiborra los sentidos.

Ese liviano instante que inmortalizaron los poetas del haiku y que dejaron impreso en letras para disfrute de la mente que se entretiene en recordar lo que ya no existe.

A mi alrededor, silencio nocturno. Los restos de la cena en familia, ese libro que contiene versos, la televisión apagada y muda, por fin. Los cacahuetes desparramados sobre la mesa, como parte de un pequeño autorregalo que he disfrutado intensamente. Esta pantalla encendida, las teclas garabateando pensamientos.

Todo lo que compone mi alrededor en los segundos en que poso la mirada me sirve de inspiración para proclamar a los cuatro vientos que amo el instante preciso en el que vivo, aún no sabiendo lo que me espera en el siguiente.
Y deseo ofrecer un humilde homenaje a lo que siento, una pequeña ofrenda a cada momento, en forma de algunos haiku que he aprendido que son el elogio del instante.


Lo que escribo
llena mi corazón
y mi vacío.

Mirando el suelo
piso sobre mis pasos,
de nuevo.

Entre las flores
las abejas se agitan.
Se me parecen.

¡Cuánta belleza!
Ráfagas luminosas
cruzando el cielo.

Briznas de hierba
se mueven ante el viento
como la vida.

Camino en tinta,
renuevo mi corazón
mientras escribo.

Isabel
A veces parece que no podamos vivir en paz. Nuestras mentes bullen y se remueven, llenas de pensamientos que se encadenan, se entremezclan, brillan o nos oscurecen. En soledad o en compañía, hay momentos en que ni siquiera atendemos al presente, nadando en las aguas turbias de lo que nos llena el cerebro. Y así pasamos el tiempo, en un devenir de imaginaciones, de elucubraciones, de lo que pudo haber sido y no fue.

He leído que la mente es como un vaso de agua sucia, pero yo prefiero pensar que se parece más a una de esas bolas de Navidad que agitamos para que nieve en su interior. Cuando dejamos de remover el juguete, la nieve se posa lentamente hasta que el agua queda limpia y transparente.

Así ocurre en nuestro interior. Cuando dejamos de agitar los pensamientos y permitimos que sedimenten poco a poco, se hace la luz de repente. La mente transparenta y tomamos conciencia de cosas que antes no podíamos percibir, porque estamos inmersos en preocupaciones y detalles que nos perturban.

Y qué difícil es, la mayor parte del tiempo, impedir que los pensamientos vuelen, suban y bailen. Y qué complejo resulta comprender que, en realidad, hay un camino para la paz, para vislumbrar otro sentido de la vida, cuando todo se hace claridad a nuestro alrededor y sólo nos queda mirar la luz y respirar.

Isabel
"Me apoderaré del destino agarrándolo por el cuello. No me dominará".

Llevo días con esta frase de Beethoven rondando en mi mente. Con su fuerza, con su imperiosa necesidad, con ese tono contundente que bate el pensamiento. Me ronda, me posee, se apodera de mis sentidos, me dice que en el fondo, yo misma soy así.

No puede dominarme si no quiero; no quiero que lo haga, y si es necesario cambiarlo, será mi voluntad y mi deseo los que le muevan.

Porque la vida es acción y no quiero vivirla sentada. Porque no quiero ser espectadora de mi suerte, sino creadora. Porque creo en sueños y en realidades que se hallan más allá de la misma comprensión, pero que los llevo dentro, y eso me basta para luchar por ellos.

Hoy vi luz en la tormenta. A pesar de que adoro los cielos azules de verano, esos nimbos otoñales que rodeaban las montañas me han fascinado.

Su majestuosidad, el mismo gris oscuro tenebroso, orgulloso, que se cernía sobre la ciudad otorgándole un poder inusitado, en el que la luz del atardecer chocaba y se perdía, me pareció hermoso. Y lo comparé a la vida, a esos momentos en que permites que los acontecimientos te superen, en que dejas que te venza el negro de la noche, el ruido de la tormenta, en que te encoges en tu jaula de cristal a ver pasar lo que ni siquiera aprecias.

Siempre hay belleza hasta en lo malo, si la sabes observar. Siempre se puede cambiar el modo de mirar las nubes; leer en la Naturaleza, aprender de su intensidad, de su furia por alcanzar la perfección. No me dejo maltratar por el destino, prefiero domarlo a mi antojo, aunque vaya a estar equivocada.

Prefiero bailar en la tormenta y sentir que PUEDO.
Isabel
Píntame un día de VERDE esperanza;
no me ofrezcas el ROJO tortura.
Mírame con ojos AZUL de mar;
no me sientas en NEGRO noche.
Vísteme de NARANJA atardecer;
no me envuelvas de BLANCO hielo.
Rodeame del MALVA con aroma a lavanda;
aléjame del tiempo GRIS infinito.
Dame la luz del ARCO IRIS
y no permitas que viva en la ceguera.


Gracias, Tony

Isabel
De pequeña me gustaban los cuentos de hadas. Mi talante soñador y bohemio les daba forma y vida, las hacía revolotear a mi alrededor mientras salían de los libros. Me regalaron uno muy hermoso, con cuatro o cinco cuentos largos y bellos, de esos que, en cierto modo, te marcan para siempre.

Uno de ellos hablaba de una princesa que, de niña, se perdió en un bosque y allí encontró un castillo donde la recogieron y cuidaron. Una noche se durmió y soñó que el tiempo pasaba, que aprendía las artes y las ciencias, la música y la costura, y se despertó hecha mujer y sabia. Me fascinaba el hecho de que el tiempo pasara en una noche, de que asimilase conocimientos en un sueño, y deseaba que me pasase lo mismo... cosas de niña.

Estos últimos cinco años, sin embargo, se han convertido en la noche de mi vida, y no por oscura. Hoy miro hacia atrás y noto en las sienes el peso del sueño denso, de la resaca después del festejo; abro los ojos cansados, despiertan los sentidos embotados, y parece que todo pasó en un día. Me miro al espejo y me noto algo cambiada, pero lo más maravilloso es lo que aprendí mientras soñaba.

Porque se me fueron los años esperando, y un día creí que eran perdidos, cuando empezaron a pesar tanto... pero luego comprobé que todo era relativo, y busqué en mi interior lo que llevo ganado. Y como la princesa del cuento, he pintado hermosos cuadros, y tocado los Nocturnos de Chopin, he escrito con palabras de poesía, he creado pequeños versos enjoyados. He visto maravillas en el mundo, y hablado en extraños idiomas, y vestido preciosos ornamentos, y paladeado sabores impensables, y en cierto modo, he crecido.

Así que, al final, no hay vacío. Porque en el tiempo que dura imaginar un sueño, otros muchos sueños se han cumplido.
Isabel

Sé que todo va a cambiar. No me preguntes cómo, ni cuándo, ni por qué; va a hacerlo y va a ser rápido y contundente.

Y no es sólo porque me lo hayan dicho de la manera más convincente posible, es porque lo presiento. Y estoy entre la ilusión y el pánico.

Los cambios espantan... será que más vale malo conocido. A mí me han dado siempre un miedo especial, quizá porque no he tenido una gran necesidad de ellos. Pero ahora es el momento.

Quiero una vida diferente, no en la forma, sino en el fondo. Quiero mi derecho a una sonrisa perpetua, a una libertad sin límites, a amar sin sentirme culpable, a hablar sin miedo.

Quiero quejarme con razones, pedir con todo el derecho, no temer consecuencias ni huir con mis secretos.

Quiero gritar, sentir, hablar, reir, y llorar, también, que ni siquiera sé cuándo fue la última vez que alargué un poco más mi vida a base de tristeza. Quiero también eso.

Demostrar lo que valgo, lo que soy, lo que tengo, lo que doy. Que me den, reivindico mi derecho a ser querida hasta las últimas consecuencias.

Deseo que no crean que pido locuras, que ni siquiera me importe lo que digan; quiero ir con la cabeza alta, hasta cuando lleno el vaso de los errores y se me desborda sobre la piel.

Quiero un desnudo integral de mi alma, y que mis caminos tortuosos se conviertan en suaves senderos sin piedras, sin espinas.

Quiero cambios.
Isabel
A las siete en punto de la mañana, el despertador la sacó de su letargo, recordándole que había vuelto al trabajo, que la rutina comenzaba.

Preparó su rostro para el nuevo día… esas cremas que desde hacía unos pocos años sentía que necesitaba para seguir manteniéndose dentro de una cierta juventud.

El desayuno, la mitad de la comida del mediodía, limpiar algo la casa, vestirse, pintarse, ponerse los tacones y adelante, un nuevo día. Al cerrar la puerta, un adiós en silencio a los niños que dormían aún y que lo harían durante un rato más.

No fue el mejor de sus días, pero los había tenido peores, así que se echó las frustraciones a las espaldas y tomó lo mejor en compañía de la gente a quien quería. De nuevo, el desaliento en el trabajo le hizo pensar en la cada vez más fuerte idea de cambiar… al llegar a casa, volvería a enviar su Curriculum esperando la buena suerte.

Entrar por la puerta y ver a los niños era su gran aliciente, la vuelta de su sonrisa, del buen humor y de las ganas de hacer cosas… por ella, por ellos.
Así que, después de comer y descansar, algo de música suave para trabajar ante el ordenador… ese ordenador que ya no iba a cerrar a lo largo de la tarde porque era mucho el trabajo, porque era larga la espera.

Pensó en su letargo interno, en lo poco que se entretenía ya su mente en darle vueltas a las cosas y en el caparazón que se había fabricado para las que no le interesaban… caparazón de realidad. Era fácil: cuando le invadía esa angustia que tan bien conocía, se miraba las piernas, o los brazos, hasta que regresaba a ella, hasta que se veía inmersa en el mundo que la rodeaba, y todo volvía a ser, a estar, menos la angustia.

Y los problemas del día a día no se habían ido… seguía el trabajo en condiciones frustrantes, la espera sin fin, pero todo era real a su alrededor y no había lágrimas en sus ojos.

Al dar el reloj la medianoche, apagó el ordenador y, envuelta en el silencio, regresó de nuevo al mismo letargo, a la misma realidad, sin opresión en el pecho, sin dolores añadidos. Mañana será otro día.

Isabel
Mirando las aguas tranquilas del lago descubrí algo más que el reflejo de las nubes.
Más que la sombra de las montañas o la luz del sol iluminándolo todo.

Descubrí que nada dura eternamente, que tarde o temprano todo termina, lo bueno y lo malo, lo hermoso y lo feo, lo nuevo y lo viejo.

Que todo lo que en un momento aprisiona el corazón está destinado a desaparecer, para bien o para mal... se diluye en las aguas del tiempo, del olvido o de la felicidad.

Y no sabremos hasta el último instante si lo que atenaza el ánimo se resolverá certeramente o tendrá que quedarse en el pasado; simplemente la esperanza consiste en que no durará para siempre.

Escuchando el tenue movimiento de las aguas en un vaivén calmado y en paz, latía mi corazón acompasado. Miré el tiempo hacia atrás, ese tiempo que me parece una vida, y al levantar la vista y encontrarme el blanco de las nubes, supe que no tendré que esperar mucho más.

Mi esperanza es la certeza de que el viento se lleva las nubes, de que el lago se mueve, de que el sol se levanta y se esconde. De que el tiempo pasa y nada dura eternamente.


Isabel
Desde siempre, la medida de los años, para mí, se ha basado en el tiempo escolar.

Un año va de septiembre a junio. El "año pasado" acabó hace tres meses, y mañana empieza un año nuevo.

Contra todo pronóstico, no tengo depresión post vacacional; supongo que he vuelto en buen momento y he tenido tiempo de mentalizarme. También he pensado largamente en la suerte que tengo al poder contar con dos meses de vacaciones, en los que puedo mirar más allá de mi mundo, a lugares lejanos, a otros más cercanos, incluso al mismo centro del corazón.

Mañana todo comienza, las clases que dejé vacías volverán a estarlo, por poco tiempo. Dos semanas de preparativos, de volver a extraer de mi mente la idea de que todo es nuevo, que todo comienza de cero, aunque no sea cierto.

Tengo que borrar los prejuicios, las malas experiencias del pasado con ellos. Tengo que intentar no pensar en los compañeros que marcharon, en mis propios malestares internos, y cargarme de sonrisas y, más que nada, de paciencia.

Esa es la clave... una paciencia que utilizo para todo, sobre todo, ante todo, y que a veces me gustaría poder enviar lejos de mí. Creo que a estas horas de la noche, lo que me apetece es huir de nuevo, como siempre. Huir hasta de mi propia paciencia.

Pero mi sitio es éste, mis días se conformarán a partir de mañana llenos de actividad, de movimiento, de música, de esos pequeños problemas míos, suyos, compartidos o individuales, esos que, a la larga, nos hará a todos mejores.

Menos nervios, más sonrisas, menos dudas, más corazón. Sólo eso y lo demás sobra.

Empieza un nuevo año... empiezo de nuevo.
Isabel
Y me dices que tenga fe. Me lo escribes delante de unos ojos que han visto tantas cosas...

Me dices que son tiempos duros, y yo lo sé porque los vivo, a mi manera.

Y me hablas de una vida, de que crea. De que atraiga hacia mí lo que deseo. Y lo hago, o lo intento.

Y lo intento porque el frío miedo se apoderó de mí hace tiempo. Porque todo lo que hago lo peso... y no debiera. Lo intento y sé que a veces no lo hago, que no pienso. O que pienso demasiado y luego me pierdo.

Y me dices que no pierda la esperanza, y te hago caso. A ratos lo olvido, le temo al fracaso. El que se me viene encima de pensar en lo que hubo en un pasado que debería estar muerto.

Me vuelvo del revés la mente, intentando leerla con detalle... Que no tengo que leer, que ya sé que es lo que siento, que lo que pase no me debe dar más miedo.

Y se me suben las lágrimas de verme, desde fuera tan fuerte, tanta duda por dentro. Cuando nadie sabe tanto de fe, probablemente, y parece que la esté perdiendo.

Pero no es más que lo de siempre, lo que me viene royendo. La misma niña insegura, la misma que ya hace tiempo no encontraba las salidas, se llenaba de lamentos. Que esos tiempos ya pasaron, que la vida da la vuelta. ¿Para qué tanto volver a lo que atormenta?

Y escribes sobre la fe, y dices que las cosas son lo que creemos.

Yo CREO.
Isabel
"La luz del sol se refleja en los negros nimbos que se han ido formando a lo largo de la tarde. El ruido de los truenos, a lo lejos, anuncia la tormenta que se prepara. El calor, sofocante, inunda los pulmones y pide a gritos un poco de alivio en forma de lluvia.

A mis espaldas, los campos y los montes se extienden hasta donde la vista se pierde. Verde y agua, monte y valle, aire que mueve las nubes y les da forma. La luz las atraviesa y la ilumina, el arco iris se extiende en el horizonte antes incluso de que el agua haya empezado a caer.

El sol se asoma tímido un segundo y se cubre de oro y paz. En este lugar donde el tiempo se detiene, donde nadie parece envejecer, donde cada uno encuentra siempre algo de lo que busca, es donde me gusta percibir cada una de las pequeñas sensaciones que ofrece la vida sencilla.

El placer de la lectura, de la escritura, de mirar hacia el cielo y pasar instantes deliciosos en silencio observando la Naturaleza cambiante; eso sólo soy capaz de hacerlo en plenitud aquí.

Esta quietud añeja a la luz del atardecer, interrumpida solo por la música o por el ruido de los truenos, me hace sentir inundada de la felicidad que deseo. Sobre mí, una nube inmaculada se rompe atravesada por los rayos del sol… un espectáculo glorioso que se repite casi cada día y nos pasa tan desapercibido que, cuando nos damos cuenta, se convierte en algo único.

Y es que aquí, en el pueblo que me vio nacer, todo se dimensiona de otro modo, todo toma un valor inaudito a mis ojos. Todo es lo que tiene que ser… vida."


Escrito el 6 de agosto de 2008, con la primera tormenta de verano en mi pueblo.

Isabel
Hoy por hoy, es uno de mis mejores amigos. De carne y hueso, que me mira y que me habla, y sé lo que piensa en ese momento.

No sé por qué lo hice, pero estábamos ante su ordenador cuando le enseñé el blog... por encima, sin grandes detalles, sólo le expliqué que tenía uno desde hacía tiempo. Creo que no llegó a leer nada... sólo me miró estupefacto, esos ojos que se le salían de las órbitas, como si fuera poco menos que pecado, y me dijo un ¿por qué? que me retumbó en los oídos.

En ese momento comprendí mi intuición de no dar la dirección a amigos, familiares ni conocidos (excepto una o dos personas de mi entera confianza, que saben y respetan mi decisión). No lo entienden.

Como él, mucha gente no entiende que me sienta bien hablando con desconocidos, escondiendo quizá la cara, pero dando el corazón. No entiende que, cuando es de noche, se sienta junto a su esposa y le cuenta lo que siente, lo que hace, lo que ve.

Hay noches que miro el teléfono y sé que no puedo hacer esa llamada. Que miro la pantalla del ordenador y sé que no voy a poder hablar. Que leo el correo y sé que las cartas se pierden en el espacio.

Me queda este lugar en blanco, mío, suyo, monumento al amor y al silencio, a la vida y al futuro. Mi libertad de decir o de hacer, de sentirme como me dé la gana. Mi anonimato detrás de mi propio nombre. El compartir palabras y sentimientos con personas que no me juzgan, y que si lo hacen no me lo van a decir a los ojos, porque aquí casi nadie tiene, ni falta que nos hace.

¿Por qué? Porque necesito dejar en algún lugar todo lo que acumulo durante un tiempo, si no cada noche.

Porque necesito hacer una llamada y no puedo.
Isabel
Llevo tiempo luchando. Ya son años los que empleo en la búsqueda del conocimiento. Del mío, primordialmente. Del de la humanidad, después... sobre todo, por la impotencia que acarrea el intento.

Escudriño mi interior más profundo para observar silenciosamente qué se cuece en mi cabeza, en mi corazón. Busco respuestas a esos "por qué" que en ocasiones me obsesionan. Doy vueltas a mi propia incomprensión... ni sé por qué me estanco en ciertas ideas, en ciertos motivos. Creo que es una cuestión de conciencia.

Hace tiempo que me planteé dejar de vivir una vida falta de sentido propio y lanzarme a las aguas del "no sé quién soy, no sé qué quiero" para averiguar cuál era mi lugar en esta vida. Me he llevado sorpresas... hay cosas que no sé hacer. ¿Y para qué miento, si no es problema de no saber hacer, sino de no querer?

No puedo, de ninguna manera, hacer cosas que vayan en contra de mi conciencia. Y eso me trae problemas, me trae ansiedades en ocasiones. No puedo, ni quiero, perder la dignidad en búsquedas que no me corresponden, por el hecho de que mi soledad a veces se convierta en reclamo para otros. Mi soledad es mía... a veces, no tan querida como aparento, otras terriblemente deseada.

Cuando mi mente y mi corazón dicen "no", no hay nada que hacer, nada que decir... a veces queda la tristeza de la inutilidad aparente, de la impotencia que crece y se arrastra a medida que pasa el tiempo.

Pero yo sé que no es ni lo uno ni lo otro... yo sé lo que escondo, lo que guardo, lo que soy. Sé que es difícil, que es lejano, que tal vez ni es, pero no puedo negar esa voz que percute incesantemente contra mis sentidos.

Y pierdo una y otra vez, y pasan por mi vida con un "no puedo" por respuesta, y me refugio en mi hogar, mis paredes que guardan lo que deseo, y un deseo en el corazón. Y sigo esperando, adelante, a que las estrellas me respondan.

Una vez de las que me miré en el espejo largo rato, me dije a mí misma: -"Prométeme que nunca más harás o dirás nada que no tengas ganas de hacer o decir. Nunca por compromiso, por pena, por soledad. Que, pase lo que pase, siempre lucharás por llevar adelante aquello en lo que crees. Pase lo que pase".


Aunque el tiempo pase.

(He cumplido los 45. Estos últimos cinco años han sido los más intensos de mi vida, los más llenos, los más tempestuosos. Quiero muchos más así)
Isabel

Hay muchas formas de ver India.

La monumental, cargada de historia, de belleza, de arte; palacios, templos, tumbas; maravillas del mundo, patrimonio universal.

La natural, con sus junglas verdes de teca, los monzones generosos, el agua que se desliza veloz y en cantidades inimaginables. Los animales de todo tipo con los que allí se convive de manera igualitaria, demostrando que se puede conseguir que el hombre pertenezca a la unidad de la Naturaleza. País rico en vegetación, exhuberante y hermoso.

Aquí voy a dejar, sin embargo, un primer testimonio fotográfico de lo que más llama la atención al visitar el país: sus gentes. Variopintas, llenas de color, de miradas y sonrisas. Envueltas en un halo de misterio, devotas de su religión, herederos de miles de años de sabiduría que hoy parece quedar en un olvido triste. Descendientes orgullosos de marahas, de sacerdotes bhramanes, de arquitectos impecables, estudiosos de las matemáticas y de las ciencias celestes. Agricultores certeros, artistas del cincel, que hoy se pierden entre calles atiborradas de gente sin trabajo, sin dinero, sin futuro.

Hijas que son la desgracia de sus padres, que se preguntan cómo van a pagar su dote. Hijos que marchan a la capital a convertirla en una de las más pobladas del mundo, y también de las más contrastadas, sin saber si acabarán mendigando, como tantos otros, por las calles.

Sólo hay que mover la pequeña barra gris que hay en la parte inferior de las fotografías y descubriréis una de las cosas más hermosas y aleccionadoras que me traje de India: sus ojos.

Isabel
No recuerdo su nombre. Demasiado complicado. Sólo nueve años y una inteligencia fuera de lo común. La encontré en un templo... mejor dicho, me encontró ella a mí.

Mi amiga y yo éramos aquella noche las únicas extranjeras que presenciabamos la ceremonia de la puja en un templo de Orcha, pequeña población india. Al principio me sentía extraña... no compartía su fe, ni conocía sus cantos, ni comprendía los motivos por los que hacían las ofrendas y se movían de ese modo tan especial. Algunas cucarachas corrían bajo mis pies descalzos sobre el mármol caliente, aún de noche, y la luna empezaba a presentar su cuarto creciente allá en lo alto.

Los niños, como en todas partes del mundo, corrían y jugaban ajenos a todo, y entonces ella nos vió. Me miró y abandonó el juego para venir a tenderme la mano y saludarme, con un brillo en los ojos que impresionaba. Hablaba un buenísimo inglés, y preguntaba por todo y de todo. Y, sobre todo, no apartaba sus ojos de los míos. Inteligente, preciosa, curiosa... por primera vez alguien en India no me pidió dinero, algo a lo que están demasiado acostumbrados. Ella sólo quería saber.

Intenté contestar a sus preguntas pero mi mente estaba en su futuro. En unos años, probablemente la casarán con alguien a quien ella no podrá elegir, vivirá entre la basura y la superstición, a no ser que tenga ocasión de estudiar o que salga del pequeño lugar en donde vive.

Así es India, como ella. Hermosa, inteligente, llena de cosas por saber, por entender, pero anclada en el pasado, sin posibilidades inmediatas de salir de esa pobreza no sólo material, sino de espíritu en la que vive la mayoría. Los mismos que nos enseñan el valor de la meditación y del interior humano son los que hoy día malviven con el mero exterior.

Aún así, hay esperanzas. La esperanza está en su mirada, en sus ganas de más, en esa sonrisa y en la ilusión de que todo consiste en aprender. Esa noche creo que lo hice yo más que ella.

Isabel
Ahora que pronto comienza otro camino, que se abre ante mí un nuevo horizonte, recuerdo las palabras de un gran escritor al que admiro y siempre leo con el corazón en un puño: Hermann Hesse.

Él fue descubridor de naturalezas, de nuevos modos de mirar por dentro a personas y paisajes, fue pintor de sentimientos y elaborador de sueños, infatigable y sensible, dotado del poder de comulgar con lo que le rodeaba y describir estados del alma.

Su palabra transporta, seduce, inspira. No puedo negar que leer "Siddharta" a una corta edad me influyó enormemente y llevó mi sensibilidad por caminos insospechados. De ahí, cayeron en mi poder, una por una, gran parte de sus obras dejándome siempre la sensación de que me estaba mimetizando con sus propios sentimientos.

Nadie como él para reflejar mi propio interior, nadie como él para hacerme soñar con otros senderos, con otras distancias.

Con el tiempo, me enseñaste que aún me quedaba por descubrir ese pequeño tesoro que es "El caminante", un librito hecho para espíritus inquietos, para viajeros en tiempo y distancia, preparados para descubrir en cada olor y cada tonalidad de la luz del sol un nuevo motivo para sentirse privilegiado por estar vivo.

Hoy, a menos de una semana de la partida, quiero recuperar un fragmento aquí. Me atreví a grabarlo simulando esas hermosas sesiones de lectura compartida que tanto hemos soñado. Hesse me acerca a la meta imaginada, me incluye en su mundo fantástico de movimiento interno y externo, me conmueve y me transporta. El mundo se abre ante mí... y es tan hermoso...



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Isabel
Bullicio. Griterío, movimiento, todo menos soledad. Tacto contínuo. Tanta gente alrededor hace imposible permanecer sin un empujón, sin un apretón de brazo.

Días, meses, horas, viendo pasar gente por todos lados, levantando la voz para ser escuchada a veces, poniendo orden, manejando imposibles. En los últimos días, locura multiplicada por diez... organizaciones precarias que se improvisan al minuto, tensión al concentrarte mientras varias personas hablan a la vez e intentas poner tus neuronas a funcionar en todas ellas.

Respiración acelerada, responsabilidades, problemas exponenciales, chicos, más chicos, mi nombre repetido incesantemente, en todas direcciones... y al fin, el silencio.

Mañana, de repente, se hará un silencio profundo y extraño. Los pasillos destilarán olor a vacío, el eco de sus voces se irá perdiendo lentamente chocando en las paredes y en mis propios tímpanos. Mis pasos resonarán como si nunca hubiese habido nada más dentro del edificio. El aula mañana quedará sumida en el olvido.

Tiempo que se detiene, soledad que pesará más porque no sólo se notará en la noche, sino también durante el día.

Estoy tan cansada... es tan agotadora la sensación de vacío, de lo poco que se tiene por decir, de lo poco recibido y lo mucho dado. Se me acaban las ganas de escribir, se me cierran los labios en el mismo silencio que me envuelve lentamente.


Isabel
Ya llegaron las tibias noches de principio de verano.

Después de las mañanas cálidas, queda en el ambiente un residuo de suavidad que persiste durante la oscuridad. Se respira fresco y sin embargo, todo es presentir, recordar, sensibilizarse a lo que ha de venir. Los sentidos se agudizan y la sensualidad invade cuerpo y alma, imaginando escenas a flor de piel.

Me gusta abrir la ventana y mirar el cielo, comer trufas y mancharme los dedos, helarme los labios con un vino frío, sentir la noche compartida en la distancia.

Me encanta la sensación de ocio que poco a poco invade mis sentidos... pronto el ansiado descanso, cierta inactividad que ralentiza los movimientos hasta conseguir que el latido del corazón se armonice y se acompase.

Pensar en el mar... en lo cerca que estoy de él, de volver a sentir el alivio del calor entre las olas. Pensar en el cielo... en lo lejos que me voy, en los caminos que esperan a mis pies ansiosos de conocer.

No puedo evitar cerrar los ojos y dejarme invadir por la dulzura de lo que siento que me envuelve, por los aromas, por el gusto dulce del chocolate. Tengo alma del sur cálido, se enciende el fuego en mis sentidos al estrechar las noches de verano en mis brazos, mientras espero...

Isabel
Al otro lado hay mucho más de lo que ves...

Mucho más que letras que se escriben movidas por impulsos eléctricos, mucho más que ventanas con marca, páginas con copyright. Atravesando el cristal hay un mundo que apenas vislumbraste un día.

Tras las letras, que se quedan grabadas por un instante y luego se van, hay mucho más que poesía, más que ideas. Cuando se apaga la luz queda lo que ya no percibes, lo que deja de existir excepto quizá en tu mente, como si de un sueño se tratase.

Detrás hay una vida, hay un corazón que late, alguien que ríe y que llora, con voz y con habla. Hay un cuerpo que respira y que se mueve, que siente tristezas y alegrías, que levanta la voz y que se irrita, y luego cambia de humor y sonríe a quien le mira. Al otro lado hay más que cinco vocales escritas... existen cinco sentidos. Agudos, perceptivos, expectantes, reales, sobre todo reales, que vibran con lo que experimentan.

Cada letra escrita lleva dentro una emoción... A-mor, E-spera, I-lusión, O-pción, U-nión. Cada letra corresponde a una respiración, cada palabra a una sonrisa, cada frase a una esperanza de vida. Más allá de la distancia hay una persona como tú. Tras el cristal que acaricias con la mirada, estoy yo.

No lo olvides.

No me olvides.

Isabel
¿He abierto un blog para ahorrarme el psicólogo?
Son tantas las motivaciones... el mundo de los blogs es misterioso. Entras en él de manera individual: como desahogo, diversión, experimentación, búsqueda. Hasta que pasado el tiempo, las cosas se complican.

No tienes conciencia de lo que supone abrir una ventana al exterior hasta que comprendes que no consiste únicamente en que entre el aire, sino que también otros se asoman dentro. Miran y a veces permanecen.
Se quedan observando hasta que lo que ven les provoca el deseo de interactuar, y una vez queda establecida esa comunicación, sobrevienen los cambios.

El blog se convierte en red social porque pone en contacto personas unidas por intereses, empatía, sentimientos. He sido observadora pasiva de desencuentros, discusiones, insultos cruzados, amores fraguados al son de las letras; mentiras, engaños, cariño, coincidencias.

Al final, ¿qué queda del objetivo propuesto? Depende de tantas cosas... motivos que desaparecen, obligaciones impuestas, las mieles del éxito que a veces nos empujan a la imposición de la escritura.

Sin pretenderlo, hacemos el esfuerzo de seguir, de no repetirnos; medimos estrofas y buscamos imágenes que refuercen los elogios, hasta que la ventana se transforma en escenario. No sé si se pierde el don de la naturalidad, pero hay que conservar como meta ser fiel a uno mismo, ni obligarnos ni rendirnos.

Resultan caros los médicos, y aún así a veces los necesito, para qué negarlo. Necesito hablar con alguien cuando acaba el día, quizá no todos, pero hay algunos en los que ya no me cabe más dentro. Y no niego que me encantan las visitas, pero necesito conservar mi integridad, mi libertad, mis sentimientos.

Por ello a veces me repito, insisto en ideas de sueños y futuros, de logros y valores, de lluvia y de recuerdo. Por eso apenas hablo de amor ni de secretos. Y por eso agradezco la presencia de quienes, aún leyendo las mismas historias, me prestan sus oídos en este largo silencio.
Isabel
No quiero olvidar lo amado
ni tampoco lo vivido.
No quiero olvidar lo dado;
ni lo tuyo, ni lo mío.

Ni dejar atrás recuerdos,
ni beberme lo perdido,
ni perderme entre las sombras,
ni matarme los sentidos.

No quiero olvidar momentos,
ni palabras, ni secretos;
no quiero dejar tus manos
tan sólo en mi pensamiento.

Ni jugar con el pasado,
ni pasar de lo aprendido,
ni mirar con ojos tristes,
ni equivocar el camino.

No quiero creer que el mundo
se olvidó de lo sabido;
no aprendió de lo logrado
ni logró lo perseguido.

No quiero olvidar tus ojos
ni las letras que escribiste,
ni quiero que tú te olvides
de lo mucho que quisiste.
Isabel
C-17, de Manlleu a Barcelona. La una de la madrugada. Empieza de nuevo a llover.

Qué extrañas parecen la sensaciones conduciendo por carreteras desconocidas en medio de una oscuridad en calma y con el agua empezando a mojar los cristales. Mientras conecto el limpiaparabrisas pienso en lo que se es capaz de hacer para conseguir los sueños. Y no sólo lo que acabo de hacer, que no es más que asistir a un concierto, eso sí, muy especial para mí, sino lo que puede derivar de ello.

No me importa sentir que tengo que hacer lo que deseo, por muy complicado que parezca. Ni me importa mucho si es prudente o incómodo. Creo que con los años la prudencia deja paso al irrefrenable poder de los sentidos.

No temes a lo desconocido, ni a la soledad, ni a los contratiempos... simplemente, dejas de pensar en todo lo negativo que cualquiera, sentado en la comodidad de su hogar, meditaría hasta dejar convertidos los deseos en puro terror.

"Está lloviendo mucho", "La carretera es solitaria", "Está lejos". No eran las circunstancias más adecuadas... adecuadas ¿para qué? ¿para quién?. No hay distancia, ni soledad, ni tempestad que separe al hombre de su destino, si éste no quiere.

Desoir sabios consejos quizá es algo que se me da muy bien últimamente, pero también empiezo a saborear lo que es realmente vivir, tal vez porque soy rebelde, porque me propongo metas, porque no me limito a pensar, sino que actúo.

Cierto... hablo de ir al concierto de Peter Hammill a una hora de mi ciudad, pero podría extrapolarlo a cualquier otro reto que me proponga la vida, porque nada puede compararse a la sensación del jinete solitario que vuela sobre la carretera nocturna bajo la lluvia iluminándolo todo con tan solo una sonrisa.

Isabel
Cierro los ojos.
Los cierro y suspiro largamente (tú me enseñaste a hacerlo).
Suspiro para llenarme de aire los pulmones, para volver a la vida.
Me tiembla todo por dentro a veces... retumban mis tímpanos ante el silencio, me conmueve la nada, temo a mis propias sonrisas y me siento levemente alterada.
Aún así, mejor cerrar los ojos. A falta de un sentido, los otros se agudizan y puedo escuchar los latidos de mi propio corazón... aún siento; fuerte, como el primer día. Puedo notar el tacto de mi piel... aún es suave. Aspiro el aire que me rodea... olor a perfume, a hogar, a naturaleza en primavera.
Mientras suspiro y percibo mi entorno, noto como todo a mi alrededor se calma, poco a poco vuelve a tomar su sitio después de un día de tormento. Mi propia respiración regresa el mundo a su lugar. Y enumero lentamente todo aquello que necesito... lo que mi alma, mi corazón, mi mundo, mis manos necesitan.
Vuelve la fe. Creo. Creo en la magia, en aquello en lo que nadie repara, en lo que parece inexistente.
Y hoy, más que nunca, necesito... un milagro.
Isabel
Mi querida Frabisa, en su blog Verdades y mentiras diarias, me lanzó un reto en forma de meme. Tampoco yo suelo dedicarme a estos, pero en esta ocasión la entrada que tenía prevista viene a coincidir con lo que me propone. Así que ampliaré lo que pensaba dejar aquí para que se ajuste un poco más. Si alguien quiere tomar el testigo, consistía en origen en decir 6 cosas que te gusten y 6 que no te importen. Yo he sido un poco desobediente y lo he hecho a mi modo.


Me gustaría....

Limpiarme con la lluvia que cae del cielo.
Vivir de los alimentos de la tierra.
Hablar con la gente blandiendo sonrisas, ver el mundo con ojos de niña.
Cantar cuando me lo pide el alma, gritar a los cuatro vientos mi dolor.
Volar sobre los mares, nadar entre las nubes.
Caminar por calles vacías.
Que siempre fuera primavera.
Vivir como si no hubiera muerte.
Amarte sin tiempos ni espacios, cerrar los ojos y encontrarte a la vuelta.
Pasar la noche en vela viéndote dormir.
Sentirte, mirarte, escucharte, tocarte, hablarte... VIVIRTE.

No me importa...

Que la vida sea corta, que apenas tenga tiempo de todo lo que anhelo.
Que hablen, que digan o murmuren a mi paso, que pretendan disfrazarme de fracaso.
Alejarme de las cosas que me atan y me obligan.
Que me besen o me abracen por cariño, sin palabras.
Recordar momentos pasados, aunque hayan traído tormentos. Que pase el tiempo.
Ser una ilusa, creer en sueños y esperanzas.
Imaginarte de lejos, pensando que estarás mañana.
Tropezar y caerme, equivocarme de nuevo. Lo elegido es mío, para mal o para bien.
Que me importe todo tanto.
SEGUIR DANDO.

Isabel
Lleva lloviendo dos días, al fin. Parece que esta vez va para largo, una primavera típica, lejos aún de aquellas primaveras de mi infancia, pasadas por agua en abril.


Estuve de la calle, en la compra del sábado. Resulta complicado caminar y llevar una vida ordinaria con un paraguas en mano; el carro de la compra, el cochecito del niño, las bolsas, cualquier cosa que nos ocupe se convierte en un estorbo llevando el paraguas abierto.
Tenemos terror al agua que cae del cielo, aún duchándonos a diario; pero no es lo mismo el agua tibia que sale como una bendición del grifo después de un día agotador, que la frescura del agua que nos alimenta.


¿No sería mejor volver a los tiempos en que un paraguas no tenía sentido?. Cubrirse del algua que nos limpia, que refresca, que nos trae la Naturaleza. La sensación de empaparte con la lluvia un día cualquiera, dejándote llevar por instintos primitivos y viviendo la vida como nos está dada, en comunión con lo que nos rodea. Caminar lentamente por las aceras mojadas, despreocuparte de lo que no sea gozar del momento... mirando el cielo gris, tupido y con un encanto misterioso al atardecer. Zapatos mojados, cabellos al viento, lluvia que quita hasta los peores pensamientos.


Es entonces cuando, al cerrar el paraguas en medio de la tormenta, y mirar al cielo dejando que las gotas resbalen por tu rostro y por tu pelo, la gente piensa que no estás bien de la cabeza. Es entonces también cuando te das cuenta de que tememos a la Naturaleza más de lo que imaginamos, y nos sentimos tan bien en nuestro mundo pulcro y seco que abrimos de nuevo el incómodo paraguas para admitir que, no sólo no podemos con la cesta de la compra, sino que nos estamos mojando las espaldas.


Isabel
Y después de un año sigo aquí. Después de sufrir todo lo sufrido, vivir todo lo vivido y pasar por todo lo pasado, aún sigo aquí. Este lugar empezó como carne de mausoleo, monumento erigido al paso del amor talado, al roto en el corazón, a la herida profunda del alma. Con el tiempo, todo se calma, se transforma e incluso se invierte.
Llegué aquí necesitada de palabras cuando el silencio me hería los tímpanos, cuando tu voz no era más que un eco que se las prometía cada vez más lejano. Empecé a escribir para no sentir el abismo de la soledad de nuestra casa de dos... podía haberme ido, pero era mi lugar, no podía moverme, no podía ni siquiera caminar.
Y creé unos senderos intrincados por donde pudiera intentar un salto hacia adelante. Comprender, aceptar, quién sabe qué más. Lo que empezó como camino espinoso, que me quemaba la piel, se fue transformando en algo de luz, algo de poesía, mucho de recuerdo, tanto de ternura... siempre tú.
Escuchándome a mí misma en noches de luna llena, en otras mucho más oscuras, escuchando voces ajenas que acompañaron mi andadura sin saber... sólo presintiendo, sólo movidas algunas por una empatía extraña, la del amor perdido. Así aprendí a no cerrar los ojos para ver bien el camino, a no dejar de oir mi voz más interna, a no dejar de ser yo misma.
Con el paso de este tiempo, sé muy bien cómo me veo desnuda, cómo mirarme por dentro. Cómo verte, como te siento.
Qué poco honesta sería si no estuviera segura de lo que quiero, aún luchando contra malezas de espinas, contra salvajes destinos, contra el desaliento. Lo que aquí he aprendido, entre vosotros, conmigo, aún contigo en el silencio, es que la valentía de recorrer caminos inciertos me llena el alma, me consuela y me llena de retos. El reto de mantenerme en pie, de mantener mis deseos. De imaginarte a mi lado, sabiendo que no te veo.
Y después de todo un año lo que tengo es un equipaje de vida del que no me arrepiento. Tengo las manos abiertas, el corazón limpio y pleno, la locura preparada y lista para un futuro en el que aún creo.
Llámame loca, dime que no puedo... el tiempo lo dirá todo, el camino que recorro ya no tiene vuelta atrás. Nunca miro a mis espaldas cuando decido seguir y si aún me queda por llorar, lloraré en silencio y seguiré caminando.
Isabel
Cerca de la medianoche, repaso acontecimientos.
Los niños duermen cansados; han sido unos días dulces para ellos, descanso merecido antes de los exámenes que de nuevo pondrán a prueba no sólo sus conocimientos, sino la perseverancia, el esfuerzo, la paciencia, los nervios... todo eso que aún habiéndolo pasado yo misma ya hace mucho, me cuesta verles pasar a ellos porque sé que lo toman en serio.
El día fue cálido. Llevamos así ya unos cuantos, no sólo en el exterior, sino dentro, muy dentro. Ayer escuché por primera vez el griterío de las golondrinas. Ellas me revelan que el verano está a la vuelta de la esquina, que se acerca la paz, el descanso largo y deseado, los días de mar y cielo azul, el calor agotador que, después de dos meses, prefiero ver desaparecer aunque luego lo extrañe.
Se presienten instantes deliciosos en el aire... no ahora, pero están flotando a mi alrededor. Me siento prendida en pensamientos suaves, de los que despierto de tanto en tanto para no olvidar que la realidad existe. Pero no puedo evitar la ensoñación de lo que está por llegar y aún no sé.
El canto de la primavera me estremece... las largas tardes de luz me iluminan el alma; parece que el miedo no exista, y lo que en realidad ocurre es que está dormido porque así lo quiero. Lo quiero en un letargo lo más perpetuo posible, lo quiero en un silencio dominador, acallado por los gritos de las esperanzas futuras.
Me siento extrañamente valiente en esta noche cualquiera, en este momento de oscuridad mortecina en la que mis pensamientos brillan. Vuelvo a tener esa sensación de poder que en el fondo me espanta, porque me lleva a una cierta soberbia que debería ser calma.
Mañana temprano cantarán de nuevo las golondrinas para recordarme que el verano está aquí, y después, quién sabe. Toda mi vida o quizá...

Isabel
Yoko Ono, artista muy variada, recopiló una serie de poemas-instrucciones para que el lector crease en su mente su propia obra de arte. Los poemas instruccionales se pueden adaptar de manera personal para crear un estilo de vida propio. Tienen algo parecido a los haiku... no riman, son más bien descriptivos y, en este caso, ni siquiera hay una métrica a la que acogerse. Pero, en mi caso concreto, definen una manera de ver y sentir la vida. Os dejo unos cuantos propios, acompañados de una bella canción que tiene un gran significado para mí.

Mírate en el espejo de la verdad.
Soporta tu mirada interior.
No temas al fantasma de ti mismo.
Huye de la calidez de las palabras vanas.
Juega con el tiempo al escondite... y gana.
Nada contracorriente en mares de dudas.
Sonríe en los días en que llueve el alma.
Regálate un segundo; o mejor, dos.
Invítate a tomar un té en soledad.
Adorna las paredes con rayos de luna.
Abre las puertas de tu mente y deja entrar palabras que alimenten.
Abre las puertas de tu corazón y deja que me quede.
Abre las puertas de tu alma y fúndete conmigo.
Ríe como niño, juega como hombre.
Inspírate de nuevo cada día.


Isabel
Da vueltas mi mente en esta noche, como en muchas otras. De nuevo las ganas imperiosas de huir, la incomodidad, la búsqueda el equilibrio entre la vida "normal" y las profundidades.

En un cajón duermen los billetes para India. Lo conseguí. Intento no pensar en ello, como en muchas otras cosas... parece que si no pienso, no existen, aunque no sea verdad porque siguen pesando o latiendo.

Esta vez mi huída hacia adelante me lleva lejos, muy lejos, más lejos de lo que nunca estuve... me estoy animando demasiado, estoy desafiándome excesivamente y no sé cuándo se romperá la cuerda invisible que me ata a mi mundo.
Busco en Oriente lo que sé que aquí no existe, y sé que allí encontraré otro tipo de miserias, pero quizá no las del alma, como en este lugar. Ando cansada de mirar a mi alrededor y no ver nada, de la asepsia de las calles, de la sociedad. De la pulcritud de las formas, de la maravilla del diseño.

Inquietud que me asalta en las madrugadas de una Barcelona tranquila, paseando por las largas avenidas mientras la luna compite con el alumbrado público y las bicicletas silenciosas descansan en las aceras.

Y me quiero ir. Como siempre. Nunca estoy conforme con lo que tengo, siempre pretendo más, o menos, o distinto, o desigual... sigue la búsqueda de sensaciones que se mimeticen conmigo, en lugares donde el hombre se sienta muy atrás en el tiempo, hundido en las raíces milenarias de costumbres imposibles de entender.

Me abandono a los acontecimientos que dirigen esta vida mía, tan cercana a la normalidad plástica de la sociedad occidental, tan lejana en pensamiento, tan inconformista con todo, tan sumisa a la vez. Tan lejos de mis propios deseos, de las expectativas que flotan en el aire que me rodea.

Lejos, lejos... mi mente siempre lejos... ¿qué quiero? Quiero. Te quiero de lejos. Y como no tengo, huyo, busco, te encuentro, te gano, te pierdo... ¿hasta cuándo? Cuento. Los días y los años, los momentos. Tiempo, pasa el tiempo. Cuánto tiempo... no lo pienso, sólo vivo, sólo siento.




Isabel
De todo lo que he estudiado y aprendido sobre emociones, lo que más me ha llamado la atención ha sido lo limitadas que son. Hay relativamente pocas, concretas, se pueden nombrar y distinguir; las positivas y las negativas, del miedo a la ira, del amor a los celos, del orgullo a la inquietud. Dicen que es muy importante saber nombrarlas... supongo que en cierto modo, reconocer y nombrar una emoción negativa corresponde a exorcizarla, mientras que en una positiva correspondería a atraerla. Como en los cuentos.

Cuando somos adolescentes nos cuesta mucho definir los estados emocionales en los que nos encontramos. El típico: -¿Qué te pasa? -No lo sé. Cuando el tiempo transcurre sí lo sabemos, porque nuestras emociones reflejan el acontecer de nuestros momentos, los errores y aciertos, los fracasos y victorias, y a fuerza de vivirlas las reconocemos y las hacemos nuestras, con nombre y a veces apellidos.

Sé definir mis emociones la mayoría de las veces, pero también sé que empecé a estudiar música porque en ocasiones no consigo un nombre adecuado para el modo en que me siento. Y no porque no sepa en qué lugar, sino que los sentimientos se entremezclan de tal manera que no soy capaz de definirme como, por ejemplo, ansiosaimpacientenfadada o como irónicalegrecómica... demasiado poco concreto.

En esos momentos, prefiero elegir la música que me defina. Es ella la que expresa mi estado de ánimo, el amasijo de emociones que me penetran y me envuelven. En un vaivén complejo de sentires, sin nombre exacto, conmocionando mi mente y mi alma. Encuentro en esos momentos el tema que me dice: -Ahí estás tú, esa eres ahora.

Y ésta soy en este preciso instante, en este día de abril en que luce el sol y el aire es frío, y mi corazón ni sabe ya dónde está:



Poco más de un minuto lleno de emociones encontradas... no sé describirlas con exactitud. Calma, paz, cierta tristeza, pesadez en el alma, una pizca de angustia, otra de deseo. Inquietud, prisa, un ahora, un no puede ser, un espera, un quizá... simplemente minuto y medio de vibrar por dentro, una vez más, sin que nada lo defina más que la misma música.

Isabel
Cuando comienzo una nueva tutoría me cuesta pensar que lo que primero tengo que enseñarles, antes de las ecuaciones y de la trigonometría, es a pedir las cosas por favor, a pedir perdón y, sobre todo, a dar las gracias. Cosas básicas para la convivencia y que parecen perdidas en el tiempo o pasadas de moda, que deberían aprender en casa pero que quizá todos tenemos algo olvidadas.

Sin embargo, qué hermoso es el agradecimiento... para quien lo da y para quien lo recibe. Sentimiento que une, que apacigua, que llena de sonrisa hasta el rostro más huraño. Cuántas veces deberíamos dar las gracias, no sólo a todo aquel que nos regala su tiempo, su favor, sus palabras o sus gestos. Gracias a todas esas pequeñas cosas que se presentan ante los ojos casi invisibles para hacernos la vida un poco mejor:
Una palabra amable, una distinción, un silencio en el momento oportuno, un rayo de sol. El agua que nos falta, la luz que nos alumbra, el calor del verano. La persona que te ama, la que te piensa, la que te ayuda cuando flaqueas. El padre y el hermano, el hijo hermoso, el amigo que está lejos o el que tienes al lado.

El pan que te alimenta, la cama en que descansas, las palabras de amor o de tristeza, la música melancólica y la que atrapa. Los libros, la tierra, el mundo, la vida... esa ducha caliente sobre los músculos cansados, o la sonrisa a tiempo cuando el alma se vacía.

Poder ver, poder oir, tener ánimos para mantenerte en pie. Saber que siempre hay algo, aún en los peores momentos, en las peores circustancias, que se puede agradecer.

Incluso aquí, en este mundo virtual donde todo es real aunque nada lo parece... ese cariño sincero, esas letras embargadas de emociones, el regalo de lecturas de unas vidas que comparten y que enseñan. No hay palabras suficientes para tanto agradecimiento, para homenajes como templos a personas y sentimientos.

En estos días, Cálida Brisa y Paco se han encargado de llenarme la vitrina con más premios. Darles las gracias por ellos no es bastante; tanto a los dos como a quienes visitáis mi blog, os agradezco el detalle de la presencia, la belleza de las palabras, el aporte que hacéis a mi vida. No sé cómo repartir estos premios, así que cada uno que vaya entrando, que se sirva de los que quiera. Merecéis mucho más que eso.
Y para ti, donde quiera que estés, nunca tendré vida suficiente para expresar lo que te agradezco que hayas estado en ella. Pese a todos, pese a todo, me has enseñado lo mejor de la vida, lo mejor de mí misma. Gracias por todo, gracias por ti.