Isabel
Lo he dejado como comentario en la entrada anterior... la vida cambia y las cosas evolucionan. Mi tiempo ahora se divide entre el calor de la familia y la ilusión que provoca sentir que estás siendo parte de un cambio necesario, del cambio en la educación. Mi trabajo absorbe, me dedico a él porque creo en otra escuela posible, no sólo desde el aula, sino desde fuera. Por eso he dejado en letargo algunas partes de mi vida, entre ellas este blog.

Extraño vuestras letras y vuestra compañía, echo de menos participar en vuestras casas con comentarios, pero estoy convencida de que seguís ahí y ahí os voy a encontrar. Ahora hay cosas importantes que tratar y por eso me mantengo alejada de esta vertiente soñadora y literaria de mi vida.

Os dejo, como felicitación de Navidad, uno de los vídeos que más éxito tienen por internet en estas fechas, pero que dicen tanto de tantas cosas... y seguro que lo habéis visto o bien os lo ha enviado. Aún así, lo comparto con vosotros, igual que el espíritu de esta nueva Navidad. Nunca he querido perder la ilusión. Nunca he permitido que nada me la quite. La esperanza sigue ahí... en un mundo mejor, en las personas, en mí misma.

Feliz año, feliz vida, feliz día... feliz instante, sí, incluso ese segundo merece la pena.


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Isabel
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Isabel
Si la libertad cuesta dolor y lágrimas, sudor y firmeza, heridas de muerte, soledades y desequilibrios contados...

Si cuesta parte de tu vida y de la de otros, cambios tremendos, errores y a veces odios.

Si la libertad está clara en tu mente, si sabes que la amas y la defiendes.

Si decides que eres libre, pese a todo, que nadie volverá a atraparte en redes de cristal y nadie volverá a callarte.

¿Cómo vas a permitir de gratis que se metan en tu vida los que no quieren de ti más que angustiarte, decirte cómo debes de vivir tu vida, cómo debes de comportarte? Si tú tienes experiencias, las has luchado, entiendes de tu tristeza y la asumes y la adoptas y la conviertes en parte de tu alegría. Si tú tienes clara tu visión de la vida sin hacerle daño a nadie, sin torturas en la cabeza.

Que no, señores, que no es momento. Que no quiero perder la calma de nuevo. Ni que vengan ajenos a decirme qué tengo que hacer con mis propios momentos.

Lo que cuesta la libertad lo sabemos los que la hemos ganado a pulso y la hemos adaptado a nuestros intentos de vivir en silencio o entre gritos de felicidad.

Isabel
Y caminar por las calles de San Francisco con flores en el pelo. Mirar a la gente con sonrisas en los labios y amar a la humanidad.

Quise ver energías positivas, paz a mi alrededor, bailar todo el día sin hacerle daño a nadie. Pertenecer en cuerpo y alma a una generación que iba a cambiar el mundo sólo con música.

Intenté generar buenas vibraciones, sentirlas en lo más profundo de mi ser. Vivir de ilusiones, de ideales, con la gente conocida o no, como hermanos.

Llevaba el pelo largo, las botas camperas, las faldas de flores, camisa blanca de largo cuello... los ojos llenos de alegría.

Quise ver al mundo en movimiento, todos a una, en pro de amar a nuestra Madre Tierra, de buscar nuestra felicidad en lo sencillo, en las flores del campo, en las notas de la primavera eterna. Pretendí un amor eterno, romántico, libre... que me permitiera reir, llorar, bailar, emocionarme, VIVIR.

Me enganchaba de noche a la radio para escuchar baladas que llegaban al alma y encendían mi imaginación, o para vibrar con guitarras eléctricas que me desgarraban por dentro y me hacían ascender a otros planos astrales... o qué sé yo.

Yo quería que todo el mundo fuese bueno, que todo fuese bonito, que las flores de mi falda ascendiesen a mi cabello, al viento, y lo inundasen todo de luz.

Y al final... me hice mayor.

Ahora, después de varias décadas, parece ser que vuelvo a las andadas: sigo queriendo ser una hippie. De corazón.



Isabel
Después de mi verano tan particular ha costado llegar a casa y poner las cosas en orden.

Conforme pasan los años, el orden se convierte casi en obsesión... quizá porque la memoria empieza a fallar y necesitas rapidez para encontrar lo que hace falta, quizá porque te da seguridad en lo propio.

La casa ya está como debía, los libros andan en marcha, los archivos del ordenador (curioso el nombre) se hallan localizables, y yo comienzo a tener esa paz interior de quien mira las horas pasar y presiente su contenido.

La mente también está en su sitio: la organizo en pequeños cajones, como me enseñaron a hacer tiempo atrás. En cada uno se halla una emoción, un recuerdo, una persona, una ocupación, de manera que son independientes y se pueden cerrar o abrir a voluntad... la verdad es que, hablando de "mente" y de "emociones", el término "voluntad" es un tanto desacertado.

Con un poco de ejercicio práctico, que varía entre meses y años, dependiendo del sujeto en cuestión, una es capaz de abrir un cajoncito, extraer su información y ocuparse de su contenido sin necesidad de abrir el resto. Eso permite el lujo de concentrarse en una sóla cosa de por vez y no tener interferencias. Optimiza el orden emocional y elimina la pre-ocupación lo máximo posible. ¡Ni que decir tiene que sigo practicando el modo de sólo tener un cajón mental abierto a la vez!

Quizá porque ahora relativizo mucho las cosas, exprimo las realmente importantes y omito directamente las que me parecen triviales, me encuentro con un tiempo maravilloso del que puedo disponer. Me sobran minutos para poner en práctica el ejercicio de la risa, de la escucha, del silencio propio. Me sobran incluso horas para compartir con la gente, para dedicar a quien amo.

¡La de tiempo que se pierde cuando la vida se desordena! Y más si la dedicamos a todo aquello que nos sobra. Aprender a valorar lo que realmente, y desde el fondo del corazón, nos sirve es lo que único que importa.



Isabel
Y aunque al otro lado de la ventana caiga la lluvia con rabia y los truenos atraviesen el cielo y lo hagan vibrar, aquí dentro existe paz y alegría.

Cómo cambia la vida con las pequeñas cosas... cómo hacen madurar y verlo todo distinto. Y no es más que eso: mirar con otros ojos, sentir a través de otros, disfrutar de momentos intensos con cualquier cosa, trivializar acontecimientos y reir.

Siempre me gustaron las tormentas de verano, su ruido ensordecedor, su furia desatada, pero ahora no sólo me gustan... me producen emoción.

Y sé que si sigo así me van a salir arrugas alrededor de los ojos, pero ¡¡qué bienvenidas que van a ser!!. Porque el día que me vaya seguro podrán asegurar que he sonreído mucho, por todo, con todo.

Hoy quizá no tenga mucho que decir, pero sí mucho por sentir, y me gusta compartir la felicidad de finales de verano... o principios de otoño, finales de invierno... felicidades, en definitiva.

Gotas de lluvia, ruido de truenos, rayos luminosos, sonrisas al viento... para disfrutar.
Isabel
Dos velas con aroma a fruta.
Un libro de texto sobre la mesa.
Mi plato de verdura, el agua fría.
El pensamiento lejos, muy lejos.
Música de Miles Davis.
Los sentimientos... que se despiertan lentamente después de permanecer medio dormidos.
La inspiración, que gira como las notas del piano.
La noche entrando por la ventana abierta, sin luna.
Un teléfono que suena sin responder.
El teclado que acompaña a mis dedos.
Recuerdos que viven dentro de mi mente: el frío en el verano, estrellas desconocidas, horas fuera de tiempo, flores en el jardín.
La brisa que mueve las cortinas.
Mi silencio, mis latidos, mis sentidos.
Y yo.


Isabel
"Llevo dos anillos en la mano izquierda. De metal barato, deformados por las vueltas, el uso y los juegos. Cada anillo tiene su pequeña historia, pero yo no la sé. Sólo sé su final, porque no eran míos.

El lila era de Dayana... siete años, unos ojos oscuros y grandes, sonrisa amplia, abrazo intenso. El azul, de Daniela, algo mayor, de expresión triste a veces, alta y delgada, llena de cariño.

Cariño... una palabra que, escrita, se ve pequeña. Una de esas palabras que sólo se entiende cuando se da y se recibe, cuando te apresa y te rellena todos los huecos.

Ambas se los quitaron de sus dedos para ponerlos en los míos, en días distintos, en circunstancias distintas, sólo porque no querían que olvidase... ¿Y cómo olvidar? ¿Cómo voy a meterme en mi vida del día a día, de prisas y gastos, de cosas bellas y no tanto, apartando de mi mente sus sonrisas?.

Lo único que puedo hacer es cerrar los ojos cuando me invadan las dudas, las presiones me ahoguen, me ponga enferma la incomprensión. O bien cuando tenga momentos felices, la vida me sonría y la calma me invada. Por que sé que en unos u otros momentos, su recuerdo dulcificará mi presente y me regalará los mismos instantes hermosos de cuando resolvíamos divisiones al atardecer, en Bolivia.

Ahora llevo esos anillos con más gusto y más orgullo que si fueran de diamantes, porque significan para mí más de lo que uno pueda imaginar... son pura vida".

Una de las pequeñas experiencias vividas en Cochabamba durante mi voluntariado. Imposible describir todas y cada una de las anécdotas, pequeños momentos, grandes felicidades que me ha otorgado esa experiencia inolvidable.
De todo ello surgió un blog: En tierra quechua

Espero repetir un día.
Isabel
Es la última entrada hasta pasadas las vacaciones. La última desde aquí.

Quedan tres días para la marcha sobre ese océano que se ha mantenido tan lejos, tan cerca, durante tanto tiempo; sobre ese mar de misterios que me atrae de tantas maneras y al que, finalmente, me abandono en circunstancias casi opuestas a las siempre esperadas.

El sábado tomo rumbo a Bolivia, allí hay mucho que hacer. Dejo la ola de calor en el país y me adentro en el invierno relativo. Dejo las vacaciones y vuelvo al trabajo con horario. Dejo mi casa y mi gente, para encontrarme otras casas, otras gentes.

Desde allí seguiré escribiendo, no sé cuán a menudo o en qué condiciones, pero no será éste el lugar. A mi vuelta, retomaré las letras acompasadas del hogar, con otras pinceladas en el corazón.
Hasta entonces, buen verano a todos!!!

Isabel
Es temprano todavía, para ser domingo. Apenas dieron las diez.
El sol entra por la ventana y la temperatura es tan agradable que el aire se nota como la misma piel; el cielo permanece, desde hace días, azul y despejado. Ya es verano.

Me asomo al balcón y me dejo acariciar, y vengo al ordenador a escribir esas impresiones que se me quedaron toda la noche escondidas desde que leí el útimo post de Frabisa, sobre la espera.
Sigo pensando lo mismo que ayer... no espero. No espero más, no espero nada. Sólo vivo, miro y disfruto de la inmediatez.

No puedo dedicar energías inútiles a guardar sentimientos y emociones para el mañana, para un futuro que no existe, que no ha llegado y que depende, en mucha medida de mí, pero en mucha otra, de los demás. No quiero dejar mi tiempo en manos de la incertidumbre o de las interrogaciones sin respuesta. Ni, por supuesto, dejar ahí mi felicidad.

El momento me da medidas. Sé que soy feliz porque es final de junio y mis vacaciones están a la vuelta de la esquina, porque tengo un billete de avión ya confirmado que me llevará a otro mundo del cual aún no sé nada... y lo que me hace feliz es saberme de viaje, que es lo único que sé posible.

Mis hijos aún duermen plácidamente al otro lado de esta pared. Se despertarán en poco rato y viviremos otro de nuestros días, aunque ni siquiera sepa lo que nos va a suceder, pero sí que estaremos juntos y eso basta.

Miro adelante y veo que no necesito nada de lo que un presunto futuro me pueda ofrecer y que no tenga ahora... exceptuando una sola cosa. Y el amor ni me preocupa ni me conmueve, porque si tiene que aparecer, ya lo hará y si no, seguiré aquí. Pero para seguir aquí tengo que vivir los instantes, disfrutar de las mañanas tiernas de domingo y no pensar en lo que haré el jueves... ya llegará.

Dejo una selección de fotos tomadas este fin de semana pasado en Granada, uno de esos viajes imprescindibles e inolvidables que valen la pena vivir segundo a segundo, sin esperar nada.


Isabel
Entra el sol por la ventana en esta tarde de junio. Ese sol de las siete, que guarda el calor y el afecto, que guarda la luz que ilumina el cabello y la mirada.

Escribo sentimientos que no necesitan un trozo de papel, sólo la calma y el silencio. Me gusta sentir el sonido del teclado que rompe la quietud, mientras me acarician los rayos del sol a través de las cortinas.

Quisiera saber escribir historias, cuentos de amor y vida, escenas de ternura, pero eso lo dejo a aquellos que nacieron para saber relatar lo que les dicta la imaginación. Me gustaría, incluso, poder describir mis sueños, que a veces entran por la misma ventana que estos rayos de luz y me iluminan aún en la oscuridad, pero tienen colores demasiado extraños, sonidos demasiado indescriptibles, y me pierdo solamente intentando retenerlos en mi memoria unos minutos o unas horas después de haberlos soñado.

Adoro esta soledad de tarde, que me permite entregarme a escenas contemplativas, a lecturas que me sumergen en otros mundos. Y no digo nada y lo digo todo... lo bello que es el mundo contemplado desde la sencillez de esta habitación cálida de tonos suaves.

Mientras escribo, se me ocurre que quizá debiera buscar un taller de escritura donde pueda aprender a desarrollar otras ideas, a expresar otras búsquedas y otros hallazgos. Y así la mente sigue vagando por los derroteros de la actividad... cuando llega esa calma ansiada, siempre busca de nuevo el movimiento para sentirse viva.

Ahora emprendo el sendero de la paz, de la quietud de las tardes de verano en las que cantan golondrinas y se pone el sol lentamente. Sintiéndome casi invulnerable, casi perfectamente feliz.
Isabel
Tiempo de volver a las andadas, ahora que calienta el sol.

Tiempo de escribir de nuevo. De pensar en cualquier cosa que ronda por los exteriores de mi cabeza (ya llegaron las golondrinas... qué calorcito que hace... a ver cuándo me escapo a la playa... ) y de querer plasmarlo en este papel virtual que no contamina y que me hace feliz.

Tiempo de volver a leer. Me paso la vida entre libros, libretas, letras, ciencias escritas, y no tengo ni un momento para volver a abrir ese libro que cría polvo en la mesita de noche, que guarda un final intenso (lo sé) y que reservo para alguna de estas noches. Y tampoco de visitar esos blogs amigos que me aportan momentos de buenos aprendizajes. Pero ahora sí, ahora ya llegan los minutos regalados, los instantes de sillón y de buena luz mientras pasa el tiempo.

Tengo tantas ganas de literatura que a veces ni me creo que tenga alma de ciencia. Y me sigue pareciendo pura poesía la misma vida que he estudiado con fervor, y siento el arte y la música en los números. Por eso necesito volver a escribir, invocar a las musas y poner a bailar frases. Y volver a leer, a aquellos que hacéis poesías, a los que vibráis con canciones, a las madres, a los hijos, a los que tienen amores y a aquellos que los perdísteis.

Ahora vuelve el buen tiempo... mi tiempo.
Isabel

... y después de todo lo vivido, me merezco un descanso hasta de sentir.
Se me aclararon las ideas un día de este invierno. Y tardando, porque madurar en casi 47 años tiene su chiste.
A estas alturas tengo claro que se trabaja para vivir, no se vive para trabajar. Porque aunque amo mi trabajo, aunque me doy en cada clase, en cada fragmento de conocimiento, en cada consejo, en cada palabra de cariño o cada bronca, mi horario se termina a las cinco y entonces, siempre que no tenga correcciones, mi deber es desconectar y convertirme en el ama de casa de friega, limpia y barre (porque no me lo hace nadie), en la mujer que descansa frente a una pantalla viendo películas, en la madre de dos adolescentes que hay que cuidar mejor que cuando eran bebés... o con más esmero, si cabe.

A estas alturas tengo claro lo que es el amor. O mejor dicho, lo que no es. Que el amor tiene etapas, tiene momentos de conversión. Y que ahora no tocan las mariposas en el estómago ni las palabras de adorno, ni las letras empalagosas de canciones... ni siquiera las poesías.
Sólo la compañía normal de un ser normal que realice funciones normales dentro de un hogar, con momentos dulces y momentos tiernos, y alguna discusión de tanto en tanto. Sin más. Porque pedir más es volver a juventudes que no existen, a ideales que hace tiempo pasaron a mejor vida.

A estas alturas tengo claro que mis hijos no son de mi propiedad. Carne de mi carne, sangre de mi sangre, cómo se me parecen... pero son individuos con su personalidad, sus gustos y sus aficiones. Y se irán antes de lo que me creo. Y tendré que dejarles marchar sin lágrimas, porque están aquí para eso. Intenté darles lo mejor para cuando partan de mi lado. Que sean los hombres que quieran ser.

A estas alturas sigo creyendo en la amistad como cuando tenía 12 años. Quizá porque encontré a mis compañeros de escuela (¡¡bendito, a veces, Facebook!!) y volver a verles y gozar de su compañía, más de 30 años después, ha sido lo mejor de este año con creces. En otros cuerpos, las mismas miradas, la misma frescura. La misma intensidad en los abrazos, aunque otras ideas... que la vida gira y gira, y nos lleva por donde jamás pensamos.

A estas alturas duermo. Lo cual es un regalo. Controlo mis emociones, dejando que todo fluya, lo bueno y lo malo, sin ser pasotismo, sino aceptación. Ya no lloro... se me quedaron las lágrimas por el camino, pero no la sonrisa. Me dicen que he perdido algo. Qué más dará, si me siento más viva que nunca... unas veces se pierde y otras se gana. Lo perdido, buena paga es por tener ahora lo que tengo... la conciencia de que a estas alturas queda mucho por esperar de la vida.
Isabel
Se desgranan los viernes uno tras otro, cada vez con más prisa para dar paso al verano.
El sol se oculta con una timidez poco usual, quizá para llegar dentro de poco con ese esplendor que nos deja sin respiración.
Los días transcurren en paz, rota de vez en cuando por gritos de chicos en la escuela, por esos tropiezos cotidianos que le dan sal y gusto.
Se acercan momentos importantes, experiencias aún no vividas que llenan la mente de planes. Se acerca el ansiado descanso... instantes enormes y dulces.

Leer sin mirar el reloj.
Cocinar desde temprano, probando sabores con los ojos cerrados.
Dormir sin despertador.
Salir a ver cómo se pone el sol.
Hacer la maleta... y deshacerla de nuevo para volverla a hacer.
Escribir en las páginas de papel reciclado del diario de a bordo que llevo.
Visitar a los seres queridos sin prisas, tomar ese té (hoy sí).
Acostarse en el sofá a mirar el blanco del techo.
Bailar y cantar a cualquier hora.
Bañarse en agua tibia, a la luz de las velas.
Comer helado, sentir helado, vivir helado... de chocolate.
Notar una delgada capa de ropa sobre la piel.
Sentir el suelo bajo los pies.
Y la carne al aire y al sol.

Eso espera más allá de los próximos dos meses... con ilusión.
Isabel
Qué bien me ha ido hoy, para empezar el post, haber leído una frase de Quevedo que dice:

"Todos deseamos llegar a viejos; y todos negamos que hemos llegado."

Algo así quería yo escribir hoy, una vez pasadas las ansiadas vacaciones de Semana Santa que tanto bien nos hacen a más de uno.

No he querido moverme de casa. Necesitaba el hogar, mis cuatro paredes, mis hijos cuando los he tenido y mi soledad cuando no ha sido posible que ellos estuviesen. Necesitaba enfrentarme a fantasmas, ver la televisión, retomar el libro que llevo leyendo desde el verano y nunca se acaba, terminar proyectos, mirar a mi vida a los ojos otra vez.

He envejecido.
Y no lo digo por mis aspecto o por mi edad; ambos se conservan como si hubiese pagado precio al diablo. Ha envejecido mi manera de mirar alrededor, mi modo de enfrentarme al presente, mis sentimientos, mi corazón. No es una vejez senil, aunque la siento prematura. Es una sensación como de haber vivido mucho en poco tiempo.

Desde que cumplí los 40, mi vida ha girado y girado en un torbellino de vivencias imposibles de describir. Mi salud ha sido buena, tengo trabajo estable, mis hijos crecen con normalidad... sin embargo he tenido que adaptarme en poco tiempo a cambios muy bruscos.

Y no significa que no sea lo normal en todo el mundo... por eso pasa el ser humano en un momento dilatado de su vida, en el que deja sueños infantiles, ideas sublimes, proyectos imposibles atrás y se dedica, poco a poco, a vivir lentamente la vida que queda. Yo lo he hecho en pocos años, bruscamente.

Demasiada sensibilidad, poca madurez llevada a lo largo de los años, mucha confianza en personas y destinos elevados, demasiados apegos, exceso de ideales. Al final, sigues siendo una humana mortal que tiene hambre y sueño, y ganas de afecto y de abrazos y besos, que se enfada y que tropieza... y quiere y a veces, no llega.

Nada más que eso, pero concluyendo tan de repente, que el alma envejeció sin darme apenas cuenta. Así que no, no voy a negar que estoy llegando a vieja... quizá porque me gusta demasiado haber aprendido tanto y que, mientras, las experiencias no hayan dejado huellas en mi rostro.
¿O sí lo hicieron en mis ojos?
Isabel
Y por fin llegó el tiempo de la primavera. Quizá no en el aire, pero sí por dentro. El momento dulce de las cosas bellas, en que no necesito más de lo que tengo.

Llegó el tiempo de saberme y de gustarme, de creer que valgo lo que valgo, de mirarme en el espejo y conocerme, de no esperar siquiera lo inesperado.

No busco, no deseo más allá de lo que tengo. No me pierdo en pensamientos vanos. Me centro en el trabajo, en mi familia, en mis amigos, en todo lo entrañable que casi tenía olvidado.

Mi tiempo se convierte en horas interminables de actividad, de ebullición, de ideas que surgen y se convierten en realidades, de proyectos en los que creo y que ni siquiera imaginé que llegarían. Mi mente sonríe cada día por esas pequeñas cosas. Por la velas con olor a frutas, por el jazz que suena, por las risas con los chicos en la escuela.

Porque sé que cuando tengo fuerza empujo lo que hay alrededor, porque no necesito que me venzan. Y porque ser feliz no cuesta tanto cuando se tienen tantas cosas bellas en la cabeza.
El corazón tranquilo, el sueño lento, la vida llena, el ánimo sereno.

Echaba de menos escribir poemas, y sé que no es necesario más que amor para hacerlo... el amor por la vida, por los míos, por la gente que más quiero, por las letras, por la música, por el mar y por el viento.

Gracias por formar parte de mi pequeño Universo, el que quiero cada día, el que mueve mis sentidos, el que me sirve de guía.

Isabel
No suelo hablar de amor en este sitio. Ni en ninguno. No porque no lo haya sentido o no lo sienta, simplemente no era el momento.

Pero, como cada año, llegó San Valentín, ese día engañoso y comercial en el que se dan cita hipocresías y verdades, donde se cruzan palabras bellas con sentimientos vacíos. Y no puedo por menos que pensar en el Amor. Con mayúsculas.

Lejos de la concepción literaria, lejos de la poesía y del encanto de la química primera. En el Amor, como emoción que fluye, no como sentimiento. Voy a escribirte hoy, Amor, para que veas que no hay rencores en el alma, que no hay confusión y que, como emoción intensa, aún te quiero.

Porque has estado y aún estás, ahí guardado en un rincón del que no sales.
Porque has llegado a mi encuentro en ocasiones contadas, intensas e inmensas.
Porque llegas y te vas, y me dejas el vacío y me llenas de nuevo para volverme a dejar.
Te escribo porque te creo, porque en el fondo, y aunque me resista, te admiro.
Porque eres oscuro y triste, o bien brillante y alegre, dependiendo de cómo te mire... soy yo la que te mira y la que te dirige, la que te da forma y la que esculpe mis propios miedos en ti, también mis pasiones.
Porque no me equivoco cuando sé que tu nombre inspira pocas realidades y mucho de lo que llevamos dentro... y sé que la vida te cambia y te lleva y domina. Y estás ahí, Amor, lejos de donde te construyen canciones y poemas, tan lejos...

Porque sé que el ser humano te disfraza de idealismo, de belleza, cuando eres menos hermoso y más profundo de lo que queremos comprender. Y te prefiero así, real en mis carnes, hondo en mi alma, duro en tu frialdad y en tu pureza.

Y con todo lo que sé de ti ahora, en plena madurez, entiendo que te quiero fuera de un día concreto, que no deseo más regalo de ti que seas lo que eres, un sentimiento profundo que quema, o mata, o hiere, o simple y realmente, se deja vivir.

La vida se vive contigo o sin ti, ni mejor ni peor, sólo distinta. Y lo bueno es que estás ahí, que te he sentido y que, el último día de mi vida, podré decir que has existido. Fuera de San Valentín.
Isabel
La vida no está hecha para vivirla en paz.
Es una montaña rusa que nos eleva y nos hace descender según el día y la experiencia. Y así mismo nos otorga la ilusión y el miedo.
La vida no es siempre un lecho de rosas, ni tampoco un pozo profundo donde nos perdemos.
Es el lugar en el que abrimos los ojos un día y nos encontramos, de pronto, respirando, y se nos ocurrió la idea de que todo debería ser redondo y plano.
A lo malo de la vida le llamamos frustración, dolor, pérdida o miedo. Pero no son más que duros mecanismos de defensa, aquellos que nos hacen aprender cómo se vencen, en un círculo vicioso de bipolaridad emocional.
Y la realidad es que la vida lleva un paquete completo de sorpresas, que quizá de pequeños nos enseñan a temer por sobreprotecciones ancestrales, y de adultos no sabemos aceptar por ser una lucha contínua y cansada.

Ahora que conozco las subidas y bajadas,
que llevo de la mano mis descensos,
que me elevo por encima de las nubes cuando sé que lo merezco,
ahora sé que, simplemente, vivo.
Y no me esfuerzo demasiado por ir contra el sentimiento,
porque si es malo, lo aguanto y lo capeo,
y si es bueno, lo dejo vibrar bien dentro,
hasta que me deja huella.

A veces es cansado vivir de esta manera,
la única que me deja ser yo misma,
aunque me falten opciones o me sobren las ideas.
Isabel

Busco ya billetes a Bolivia. Ese es mi destino, la ciudad de Cochabamba.
Grande, hermosa a ratos y a sitios, con los mismos suburbios que todas las macrourbes, con las mismas penas y alegrías que mi propia Barcelona.

Me voy a una zona en la que la gente vive con lo que puede, en la que los niños pasan demasiadas horas en la calle, las mujeres demasiadas horas sin sus esposos, los esposos demasiadas horas trabajando por poco dinero... esa rueda de la miseria que a veces es imposible de parar.

Escucho y leo sobre la tragedia de Haití, no niego que me gustaría estar allí. Pero espero, porque el destino me lleva a otros lugares donde los dramas tienen otros ojos y otras caras. Me imagino los rostros sonrientes de los niños de allí, como aquellos de India en los que sólo había brillo. Y poco más.

No sé aún qué me espera, sólo largas jornadas de 11 horas de trabajo regresando al invierno al cambiar de hemisferio. El trabajo que te hace olvidar los retazos amargos de tu propia vida, las necesidades injustificadas, las quejas sin fundamento, los intereses creados.

Más que nunca, necesito sentirme útil en algún lugar del mundo, mirar a la cara la realidad de una vida que se oculta entre la presunta grandeza de la ciudad. Necesito hacerme pequeña, sentirme pequeña, crecer de la nada, agrandar el alma. Darme cuenta de que la vida no está sólo llena de esos pequeños momentos desagradables que nos buscamos cuando todo se nos otorga, sino que puede estar llena de la vida ajena, de lo que un niño puede darte, de lo que una mujer viva puede enseñarte.

Más que nunca, después de todo lo que está pasando en el mundo, quiero encontrar riqueza.

Isabel
¿Sigues ahí? Sí, tú que vienes desde hace años a buscar en mis palabras, o tú que las acabas de descubrir. Tú, que me has mirado a los ojos y me has hecho sonreir, o tú, de quien sólo conozco la voz... voz que llora o que ríe, que me transmite cariño. Incluso tú, con quien jamás me he encontrado excepto aquí, pero que tantas cosas hemos vivido en tu sitio o en el mío, tantas hemos compartido.

¿Sigues ahí un año más? Porque este año tenemos sorpresas.

Sorpresas que ni yo misma conozco aún, pero las presiento. Sé que hay algo detrás del año 2010, para ti, para mí, para todo aquel que las quiera desenterrar de entre esos proyectos que nunca se acaban de convertir en realidades, de entre esos sueños de los que no acabamos de despertar. Y me doy cuenta de que lo que quiero es seguir extendiendo alas, seguir luchando libre, seguir mirando a las estrellas y reir como loca de noche y de día. Con esa locura que algunos no entienden, pero tú sí.

Voy a vivir en mi mundo de contradicciones controladas, en ese en el que no dejo de moverme y no me muevo. Porque mis proyectos me llevan más allá de mar y mis intenciones me dicen que no me mueva de aquí, de este lugar mágico donde soy y no estoy, donde me sientes y no me ves, pero me sabes.

Desde aquí seguiré dando guerra, viendo mundo, viviendo instantes intensos, llorando en esas noches rotas, riendo el resto del tiempo. Y cuando no esté quiero que sepas, visitante que pasas o amig@ del alma, que vuelo libre pero que de aquí no me muevo. Para que aún encuentres mis palabras o quizá tu propia historia.