Isabel
Yo era una niña buena, más bien sumisa, ilusa, romanticona y crédula en demasía. Me habían educado en que las cosas se consiguen con esfuerzo, que la voluntad mueve montañas, que el amor todo lo puede y que si quieres, puedes.

Al crecer, seguí teniendo fe en muchas cosas... leía a Paulo Coelho, a Tagore, y creía que cuando pones tu voluntad en el Universo, él se dispone para ti. A medida que pasaba el tiempo y entraba en mi madurez como persona inteligente, más cuenta me iba dando de que la vida era otra cosa... de que ya podías confabularte con ese Universo, hecho de polvo y piedras, que nada se movía si no se tenía que mover. Aún así, pensaba que el amor era pura fuerza, que se tenía que reconocer, y que quien era capaz de verlo y entenderlo era capaz de mover el mundo. Hasta que la vida, de nuevo, me enseñó más que los libros.

Me da que no. Que lecturas como "El Secreto" son pura patraña, creados para ilusos que intentan ver la vida de color de rosa.
Me da que no. Que las cosas son como tienen que ser, que ya te puedes dar con un canto en los dientes; poco dominio tiene el ser humano sobre ciertas cosas.
Que el amor es cosa de dos y nadie puede obligar a nadie, te pongas lo linda, amorosa, sincera, emotiva que te pongas. Que lo que tiene que pasar, pasa.

Sí es cierto que hay momentos y situaciones que se pueden cambiar: lo que concierne a uno mismo, lo que depende de uno y es para uno. Pero si hay que implicar a otras personas, no hay nada que hacer.
Soy una adulta que mañana cumple años, ya muchos, nunca demasiados. Y que ha aprendido tanto que me siento orgullosa y forma parte de mi felicidad. Me alegra decir que también he desaprendido, que ya no soy de las que ponen en manos del Universo, o de leyes que no pertenecen a la Física, ni mi vida, ni mi amor ni mi destino.

Lo que tenga que ser, será. La vida y yo estamos reconciliadas. Me da que sí.