Isabel
... será el último día de un año que recordaré siempre. Un año que empezó incierto, lleno de dudas, que poco a poco, y a medida que pasaban los meses, se fue oscureciendo hasta terminar en esa nada que perturba y te vuelve otra.
365 días llenos de actividad, de ir y venir entre felicidades inimaginadas y los fracasos más sonados. Ha sido el año en que reconocí por fin mi derrota, en que los dados se lanzaron definitivamente y perdí todo lo apostado, que había sido tanto como para volverse loca.
También en él he encontrado alivio... dicen que Dios aprieta, pero no ahoga. Y a cambio de la oscuridad, encontré la luz que me dieron gentes de otros lugares, otros paisajes que me hablaban de otra vida, de otra clase de sonrisa, de otro tipo de miradas.
A cambio me dió recompensas en mis hijos, que crecen llenos de ilusiones y de visión de futuro, con ganas de llegar a donde ese mar embravecido en el que todos navegamos quiera llevarles... sin miedos. Les enseñó a no tenerlo la más miedosa de las personas, su propia madre, que aún envuelta en pánico y angustia se las arregló para no demostrarlo delante de ellos.
Ha sido el año de la música, de los premios, de los logros profesionales y de la Amistad por excelencia. Todo ha parecido confabularse en este 2007 para hacerme más liviana la pena del amor desaparecido.
¿Qué se pesa en la balanza de la vida? ¿Es justo andar penando por una parte de lo que llevas? ¿Puede compararse lo que se te da a lo que se te quita?
Sería quizá injusto intentar medirlo, ni siquiera intentar rebelarse contra un destino que se marcó hace tiempo. Lo perdido, perdido está. Lo encontrado, bienvenido sea. Lo que tenga que venir este año, lo enfrentaré como buenamente pueda.
Mañana comienza un nuevo año, a las doce en punto de la noche comeremos uvas, gritaremos millones de "¡¡Feliz año nuevo!!" que resonarán en casi todo el mundo, beberemos litros de cava deseándonos lo mejor, como llevamos días haciendo. Porque lo sentimos así, porque realmente deseo lo mejor, porque lo que se llevó este año que termina no quiero que se lo quite a nadie.
Y porque me gusta el cosquilleo que se siente cuando miras adelante y no ves más allá de tus ojos miopes... ¿a dónde me llevará esta vez?. La curiosidad del caminante que sigue buscando, que sigue posando su mirada en lejanos horizontes.
Paz
Isabel

Parece que detrás del título del post vaya a aparecer toda una declaración de intenciones para el nuevo año, pero no lo puse para eso. Ni siquiera pensaba en que en unos días se acaba éste.

Pensaba en cómo trascurren estos momentos de vacaciones, en lo que he aprendido en estos últimos meses, en lo que he seguido madurando. En las cosas que he leído y la gente que he conocido.


Pensaba en las tardes de medio silencio, con la respiración pausada. En las noches de dormir horas seguidas, una tras otra, y despertarme con calma. En instantes en que alguna lágrima sigue cayendo de mis ojos, pero ahora sin dejar surcos.

Hay gente aquí que me ha transmitido paz, que me ha hecho sonreir, vibrar, emocionarme, llorar... que me han dejado entrar en sus vidas y me han mostrado que hay otros modos de vivir los fracasos, las pérdidas, lo negativo, lo positivo también.

He leído verdades como templos, maravillosas palabras de sinceridad aplastante que yo misma he llevado dentro con más cobardía de la que hubiese debido demostrar. He envidiado sanamente actitudes deliciosamente humanas, sentimientos añorados, alegrías que no eran mías, y a fuerza de querer, he llegado a sentir esta paz que me llena ahora.

Yo no quiero ser distinta a como soy... sé que no me ha llevado a caminos llanos mi modo de ser o de sentir, pero así es mi interior, así de apasionado y de intenso, de extremos difíciles de soportar hasta para mí misma. Encontrar un rincón de paz era importante en estos momentos, y tenerlo al alcance de la vida me devuelve parte de la alegría perdida.

Por eso, y sin preocuparme por cuánto dure, me alivia esta calma que me da escribir experiencias; y leer poemas, curiosidades, reivindicaciones, relatos deliciosos, vidas plenas, otras no tanto, resurreciones y melancolías, y unirme a ellas.

Qué dulce se siente la paz de la noche... leyendo con vosotros. Por eso voy a dejaros algo que hoy me enviaron y que encuentro hermoso y providencial:
«La vida es corta: Rompe las reglas. Perdona rápido. Besa lentamente. Ama verdaderamente. Ríe incontrolablemente. Y nunca te arrepientas de nada que te haya hecho sonreir.»
No me arrepiento de nada, ni de lo que me hizo sonreir ni de lo que me hizo llorar... porque todo eso soy yo.
Isabel

Te amo, invierno. Lo he descubierto hoy al abrigo de las paredes blancas del hogar, después de mirar por la ventana hacia el cielo gris y hostil que amenaza lluvia, viento, frío y algunas cosas más. Sin embargo, amo los tonos que te oscurecen, que me devuelven la noche.

Hermosa frialdad la que llevas en tu pecho... frío que hace apreciar el calor y el abrigo. Quién me iba a decir a mí, sureña de sol y luz, que a lo largo de mi vida iba a acabar apreciando incluso la falta de color. Y no es porque ya no tenga, es porque lo había olvidado.

Que también el frío y el gris tienen belleza por dentro, también ellos provocan pasiones... pasiones blancas de nieve, de perla, cálidas pasiones bajo cero.

Te amo, Navidad solitaria, y no por eso menos llena de música. La casa quedó muda durante unos días, pero busco en el silencio y encuentro campanas y cantos, luces intermitentes como las que llevo dentro, estrellas sobre belenes y regalos en calcetines.

Lo que era silencio y gris, frío y recuerdo, se convierte en un invierno amado que me deja en el corazón mucho de lo que ya había casi olvidado.
Isabel
Faltan tan pocos días para que acabe el año... esta última semana todo son felicitaciones, preparativos, alegrías familiares, intentos de esconder algún amago de angustia, todo para esa Navidad que se acerca y a la que adoro, a pesar de todo. Sin embargo más allá de la Navidad está el comienzo de un nuevo año. Pienso en el tiempo que pasa, que corre, que me persigue como a todos los mortales y me agobia a veces.

Ha habido momentos en estos últimos meses en los que he pensado que mi tiempo se agotaba, en los que me he visto tan vivida, tan arrastrada por el paso de las horas interminables, que bien parecía que no había ya nada más al otro lado.

Más de media vida recorrida y ahora me encuentro empezando de nuevo, cuando debería tener tantas cosas solucionadas. Pero, por mucho que el tiempo corra veloz, me rete y me sonría malicioso, sé en mi interior que aún queda mucho más.

Por veces que se burle en mis narices, que me susurre al oído que todo está perdido, que no hay más, que no intente volar hacia la luz porque la llama se apaga, sé que él mismo sólo es un reflejo de lo que queda.

Atrás quedan imágenes del pasado, de lo que ya no es. Delante no sé qué hay, supongo que el miedo ancestral a lo desconocido y a que los últimos granos de arena del reloj de la vida caigan me tienen desconcertada. Quizá el vivir en la incertidumbre, en mi media soledad, en mis responsabilidades pasadas y no resueltas, es lo que me hace sentir el tiempo en los huesos, en la carne, pero no en el corazón. Y mientras ahí no le vea trascurrir, será como si no estuviera volando a mi alrededor.
Y pasar, pasa, pero el tiempo... tiempo es lo que sobra.



Feliz Navidad a todos. Feliz tiempo que viene.

Isabel

Diamantes ahogados en agua.

Agua dulce en el vaso o salada en mis ojos.

Ojos que miran al cielo, cielo de gotas.

Gotas de cristal en vaso de lluvia.

Lluvia de mar, mar de sal, sal de cristal.


Isabel
En estos tiempos se cumple para mí un aniversario un tanto especial. Es la primera vez, en treinta años, que no tengo pareja. Hace siete meses que nadie me habla de amor, o mejor dicho, que no comparto palabras de amor.

Durante treinta largos años, siempre hubo alguien a mi lado con quien deseaba estar, a quien deseaba oir, con quien convivía para bien o para mal. Desde aquel primer amor de los setenta, con quien ocho años se pasaron como agua y que hoy es uno de los mejores amigos que se puedan tener, pasando por el que fue mi marido y es padre de mis hijos, hasta llegar a mi último y el que ha sido el gran, apasionado, imposible y atormentado amor de mi vida... siempre dependiendo de relaciones emocionales, de afectos, de palabras, caricias y besos.

Ahora, después de todo el trauma y todo el horror de la última ruptura, pasado ya el duelo y entrada en plena resignación calmada y razonada, pienso que no estoy preparada para nada más. Que nada me queda hasta que me llene de nuevo.

Y pienso que no me siento mal... que estoy envuelta de una libertad que nunca he disfrutado desde hace todos esos años: la libertad de mirarme a mí misma, sin verme en el otro. De sentirme yo misma, sin ser parte de otro. De disfrutar de mi soledad y vivirla en plenitud.

¿Es lo óptimo? No nos engañemos, el ser humano no está hecho para caminar solo. La afectividad de un alguien a tu lado es fundamental para llevar adelante sueños y esperanzas compartidas, pero si no ha de ser estaré tranquila.

No puedo decir que no he amado, o que no me han amado a mí. No puedo decir que no sepa lo que es convivir, o al menos intentarlo. Solamente que ahora no es el momento, que la vida no me ha llevado a un entendimiento con el otro. Ahora sólo cabe el silencio, la sonrisa del amanecer con música, la gran cama semivacía donde duermo plácidamente, por fin. Echar de menos lo menos posible las demostraciones de cariño, los abrazos, y disfrutar de los hijos, de los amigos, del tiempo y de la música.

En la vida hay muchas otras cosas que no suplen lo que nos da el Amor, pero que hacen que estar sin él no parezca una tragedia; es sólo una circunstancia. Y parece ser que, en estos momentos, la necesito.
Isabel

En realidad fue un chiste. Largo y explicado con gracia, esa gracia propia de los turcos que antes desconocía. Kadir dijo que era "filosofía rusa", pero la verdad es que es pura filosofía de vida.

Siempre hay dos opciones. Eso nos recuerda que siempre existe una elección y una responsabilidad. En cada recodo de estos senderos intrincados a que nos conduce la vida existen decisiones por tomar, opciones donde nos detenemos y debemos elegir.

Y muchas veces se siente ese peso en el alma que parece que nos ahoga, cuando ambas opciones conllevan futuros inciertos o finales poco concretos.

Le tememos a los cambios, a las incertidumbres, por eso nos gustan las cosas hechas, las decisiones tomadas por otros, impliquen lo que implique... es la reducción de la responsabilidad al máximo y, por tanto, también de la culpa.

Y aquí encontramos los errores, o al menos los encuentro yo: no hay culpa cuando se meditan las cosas y se toma un camino, lleve donde lleve. Sí existe el momento en que te planteas si la decisión ha sido o no equivocada, pero eso siempre hay que dejarlo para el final, para cuando la opción se vislumbra como realidad concreta. Hasta entonces, sólo queda caminar por donde se escogió y esperar y desear no errar.


La vida pasa a base de las dos opciones, de las encrucijadas, del eterno pensar por dónde vamos y si es el camino correcto. Y lo sea o no, al menos deberíamos sentir la libertad de que cada opcion que tomamos se hace bajo la responsabilidad propia y que el peso de nuestro destino corre a nuestro cargo en el momento en que emprendemos de nuevo el camino.
Isabel

Kadir nos contó una historia mientras viajábamos. Él lo hacía por entretener las largas horas de camino de Antalya a Avanos, pero a mí me impresionó lo suficiente como para que algo dentro reaccionase.

Nos hablaba de los derviches giradores y de la orden de Mevlana; de las flautas de caña que utilizan para improvisar las música que les lleva al trance suficiente como para girar sin descanso durante un largo tiempo. Y nos comentó algo de filosofía musulmana...


Las cañas que utilizan los monjes para su música no suenan bien si se tallan recién cortadas. De hecho, el sonido ni puede considerarse música. Para que lleguen a alcanzar su sonido suave y melodioso deben endurecerse, y se hace al fuego. La caña debe sufrir altas temperaturas para obtener la madurez suficiente.

Eso mismo nos pasa a los humanos: para conseguir una buena madurez hay que sufrir ciertos dolores, pasar por pruebas de vida que nos modelen y permitan que produzcamos al final de nuestra vida un "sonido" cálido y especial.

No hay que huir del dolor, hay que asimilarlo y sacarle provecho. Hay que pensar que los malos momentos nos ayudan, mal que nos pese, a madurar y a ver los buenos como un regalo. Se disfrutan más las cosas cuando se las valora, cuando se ha experimentado su pérdida y aún así se tiene suficiente fuerza para intentarlo de nuevo, con todo lo aprendido a cuestas.No me gusta sentir dolor, ni sufrir, ni verme a oscuras y en soledad, pero todo lo que he pasado hasta ahora me ayuda a saber por dónde encaminarme en adelante. Con nuevos errores, quizá, pero con nuevos ánimos. Caña que se va templando con el tiempo... porque aún hay tiempo.
Isabel
A veces la vida nos guarda sorpresas insospechadas. Regalos de vida para que nos demos cuenta de que, por muy oscuro que todo parezca lucir a nuestro alrededor, siempre hay luz si sabemos mirar.
Mirando hacia Turquía he descubierto más luces de las que esperaba y he recuperado más sonrisas de las previstas. Porque en Turquía no sólo he visto el azul del mar en Antalya, las iglesias de piedra en la Capadocia o las mezquitas en Konya, sino que he aprendido a apreciar el humor turco, finísimo y divertido; las anécdotas del sabio Nasreddir Hodja, que allá por el 1200 y pico ya demostraba cómo se podía ser de inteligente e ingenioso; la meditación y el trance de los derviches de Mevlana y no sólo de ellos, sino de los seguidores piadosos que oraban y se emocionaban ante su tumba.

También he vivido momentos únicos, como el ascenso en globo sobre el valle de Göreme al amanecer... todo un espectáculo de silencio, luz y recogimiento, impresionante y emocionante. La vista de la cascada de Antalya, donde el río se precipita directamente sobre un acantilado de 60 metros de altura en las misma ciudad. La ciudad de piedra de Uchisar, donde la llamada a la oración de la mezquita nos dejaba sin habla.

Son tantos instantes, tantas historias, tantas vivencias... un baile donde turcos enseñaban a españoles pasos para seguir su música, donde no nos distinguíamos unos de otros, abrazados danzando, riendo, sin hablar porque no nos entendíamos. Pero no hacía falta; el entendimiento era otro, era otro el nexo.

No me dejé nada allí al final, no hizo falta porque lo que llevé es mío y yo soy la que debo acomodarlo en mi interior para que no pese. Lo que me traje me llenará durante mucho tiempo. Me enseñaron un poco más a vivir con menos y con mejor.
Isabel

Estoy cansada. No ha terminado el año y ya me siento como si hubiese pasado media vida sin pararme ni un segundo. Tengo el cansancio agarrado a los huesos, es la vitalidad disminuída al límite. Y cuando llegan momentos así, en que las noches se me hacen eternas y me inundo de nada, es cuando necesito irme.

La oportunidad se presentó en forma de un viaje a Turquía, otro de esos lugares que tenía pendientes en mi lista de sueños por cumplir; y no me lo he pensado dos veces. He contado con el apoyo de mis compañeros y jefes, todo hay que decirlo. Sin ellos no podría haber tomado una semana en medio del curso para mi curación personal, que a nadie le interesa si somos ortodoxos en cuanto al trabajo. Pero sé que no rindo bien estando a medio gas, que no puedo entender a mis chicos si no me entiendo yo, que no puedo ser la Isabel de siempre si no me siento yo, así que, agradeciendo la comprensión y el detalle, me voy lejos unos días.

Días de descanso, de ver, de oler, de otra lengua, otra gente, otro paisaje... esas cosas que me gustan, que me atraen, que me devuelven la vida. Vacaciones adelantadas y aparentes, porque en estos momentos representan más una necesidad vital que un solaz para el cuerpo. Porque necesito reencontrar mi propia alma.

En el fondo sé que es otra de mis huídas... ayer alguien especial me dijo que tuviese en cuenta que, por muy lejos que fuera, me seguía llevando conmigo lo que está en mi interior, que de eso no puedo huir. Y tiene razón, sé que no voy a poder dejar los lastres en Oriente, pero quizá llene tanto mi maleta interna que tenga que dejar forzosamente fuera lo que sobra.

Tengo ilusión, de esa que me hace falta, de la que me obliga a concentrarme en preparativos, detalles, mil pequeñas historias y me aleja del vacío. Una semana lejos de todo, de todos, de letras y de amigos, de cartas y de palabras; una semana llena de desconocidos, de sitios extraños y misteriosos, de luces y sombras, de no sé qué.

Mañana vuelo a Oriente. Sigo buscando y tal vez tampoco esta vez encuentre, pero al menos viviré momentos de los que suman.
Isabel

Hace muchos años leí en un librito de Phil Bossman un escrito precioso llamado "Marea alta, marea baja" donde comentaba el devenir de la vida entre subidas y bajadas de ánimo, momentos en que estamos eufóricos y otros en que nos derrumbamos, a veces con motivos y otros sin razón.
A medida que pasa el tiempo y maduramos, las estaciones se suceden no sólo en el tiempo, sino en el corazón. Inviernos fríos, otoños melancólicos, veranos cálidos y primaveras alegres. A veces incluso nos parece que siempre vamos a permanecer en un solo estado, pero el tiempo se encarga de demostrarnos que todo eso es parte de lo que uno vive y aprende.
Miraba por la ventana esta tarde de noviembre, aquí donde no parece existir este año cambio climático porque hace el mismo frío que en mi niñez perdida. El sol se ponía, los árboles amarilleaban con las pocas hojas que aún les quedan, la luna aparecía alta, a medio hacer. Y mi corazón ahí anda, tras un pecho frío, en un cuerpo con fecha de caducidad, movido por una mente que a veces piensa demasiado y otras no sabe qué pensar.
Me siento identificada con la estación, estoy entrando en un suave otoño de mi vida, de esos de colores rojizos que marcan la caída de la tarde. Otoño de mareas que suben y bajan, lleno de personas que vienen y van, que importan y que no, que se quedan y que me olvidan... como tiene que ser. Echo de menos el verano de largas noches, de calor intenso, de fuego en la sangre, pero ahora toca descansar y mecerse al abrigo de la noche, con las pequeñas nostalgias y las pequeñas satisfacciones, cada vez menos exigentes.
Quedan los recuerdos, quedan los momentos de calma, los días por llegar con el alma inquieta. Queda lo que quede de vida, las mareas que suben y bajan, la gente que me quiere, la que simplemente pasa.
Isabel
En este post quiero expresar mi admiración a una amiga a la que en sólo un año he aprendido a querer y respetar por encima de muchas cosas. Ella ha sabido superar obstáculos que para otros hubiesen sido insalvables y ha conseguido poco a poco cumplir sueños que para los demás serían locuras.
La veo sonreir a mi lado en la clase de música, ya cercano su viaje, y la siento tranquila y feliz. Intento comprender la magnitud de la aventura que van a emprender y siento emoción y algo de miedo.
Victoria toca el clarinete, como yo; canta en una coral, escribe y, sobre todo, VIVE. Nunca para, está llena de inquietudes y ninguna de sus circunstancias personales la hace retroceder ante lo que desea. Ella y su compañero de vida (me encanta cómo lo define) van a emprender un largo viaje en unos días: un año por África en una pequeña casa móvil. La ruta está por acabar de establecer, las motivaciones son muchas, poseen el tiempo y las ganas de enfrentarse a esto, de conocer mundo, gente, de aprender. Han comenzado a escribir un blog donde estarán sus experiencias y donde podremos vivirlas con ellos.
En UN VIAJE EXISTENCIAL nos mostrarán aquello que vean y sientan y, al menos a mí, me harán pasar esa envidia sana de quien se siente sin tiempo, con muchas excusas y con esa cobardía innata ante lo desconocido. Ella me da muchas razones para intentar lo aparentemente imposible.
Victoria, te voy a echar mucho de menos pero sé que estarás por esas tierras llevando ese derroche de vitalidad y ganas de vivir que tienes dentro.
Isabel
Mujer, adulta, en posesión de sus facultades mentales (creo), con título superior universitario, hijos adolescentes sin problemas, independencia económica... y tan poca inteligencia emocional.
Hace un año empecé a trabajar en el mundo de la educación emocional para que fuese un complemento a mi modo de enseñar y, a la vez, para ayudarme a mí misma.
Lo primero me funciona; es estupendo el modo en que se gana, pedagógicamente hablando, cuando además de enseñar matemáticas intentas poner en sus vidas ese orden en las emociones, les enseñas a identificarlas, controlarlas, vivirlas intensamente y deshechar aquellas que no convienen, así como a manifestar lo que sienten. Eso facilita muchísimo la convivencia en el aula, entre ellos y conmigo. Crea vínculos más fuertes, confianza y modos de atacar los problemas en clase con mucha más asertividad (es la palabra favorita de mis chicos).
Estoy orgullosa de mi clase, en dos meses trabajando con las emociones hemos llegado a niveles importantes de comunicación y para ellos representa descubrir un mundo que hasta ahora era caótico.
Hasta aquí estupendo... parezco hasta maravillosa. Pero sólo hay que irse al post anterior para descubrir que una cosa es enseñar y otra aplicar lo aprendido. Para ellos tengo respuestas, tengo soluciones, tengo palabras convincentes. Para mí tengo conocimientos y estrategias que no sirven de nada en el momento de la crisis. No soy capaz de controlar las emociones, todo y saber cómo hacerlo. No soy capaz de aliviar los miedos, las ansiedades, de asimilar las pérdidas de modo racional. Y se puede hacer... todo el mundo sale de las experiencias traumáticas, no son más que modos de aprender de la vida.
Me encuentro leyendo cosas del pasado, interpretando a mi modo palabras que tuvieron su contexto, escribiendo públicamente pedazos de mi alma como salida a una situación a veces poco sostenible. Escribir es un modo de purgar emociones incontroladas, por eso este blog es parte de mi autoayuda. Sin embargo, creo que es ya mucho el tiempo como para seguir manteniendo mi incultura emocional tan a la vista.
¿Cómo hacerme invulnerable? Creo que eso no está en los tratados. Mi propia profesora no era partidaria de las corazas, sino de reconducir los sentimientos. Soy capaz de hacerlo con los ajenos... no sé hacerlo con los míos. Aún no. Seguiré leyendo, seguiré enseñando, a ver si entre una y otra actividad se me enciende la luz.
Isabel
Hace ya años, cuando él y yo empezábamos una amistad que no sabíamos bien dónde nos llevaba, me enseñó la estrategia de las esquinas del ring. Allí donde se descansa de la lucha, donde existe un tiempo muerto para pensar en lo que viene luego y en cómo encararlo. Después de algo que casi nos cuesta nuestro nexo, entonces amistoso, él escribió:

"No olvides tu esquina en los extremos del ring. Desde ahí prepárate para que las vivencias erróneamente resueltas o neciamente sostenidas no te vuelvan a cobrar costos tan altos por aquello a lo que tienes derecho natural".

Meses más tarde, todo se precipitó y se convirtió en un amor difícilmente imaginable, difícilmente mantenible. Ahora, desde el tiempo y la distancia, desde el silencio y el dolor, me siento de nuevo en la esquina del ring y sonrío al pensar en lo que me decía: prepárate para las vivencias erróneamente resueltas, que no te cuesten tan caro. Ni imaginábamos que la siguiente iba a ser justo la nuestra, justo aquella por la que más precio estoy pagando. No me preparé entonces, no estoy preparada ahora.
Isabel
  • Leer cosas maravillosas y sentir esa envidia que corroe por dentro. Sé que no es envidia sana, aunque me alegra por los demás.
  • Depender de recuerdos que no son, rebuscar entre la basura del alma cosas que me duelen.
  • Sentirme débil, ser débil, mostrar esa mirada apagada que me pone de los nervios cuando me veo en el espejo.
  • Soportar que lo que para mí fue un amor inmenso se considere "asuntos domésticos" por parte de la otra persona. Me hiere, me ofende, me hace sentir tonta.
  • Todo y soportar más de un dolor, volver una y otra vez a caer en el error de continuar la tortura cuando él me encuentra.
  • Tener momentos deliciosos de gusto, de placer incluso, y marearlos y hacerlos añicos horas más tarde a base de remordimientos.
  • Sentirme culpable, una y otra vez, de delitos inventados, de situaciones absurdas, de momentos que se giran contra mí.
  • Pensar demasiado, en lugar de vivir un poco más... y mejor.
  • Haber perdido la fe. Sentir que no siento, aún cuando lo hago.
  • La sensación de negatividad que rezumo por los poros cuando más ganas tengo de reirme.
  • Que tenga que ser otra persona la que domine mi vida, la que decida por mí, la que me hunda cuando quiera.
  • No poder pasear bajo la luna acompañada, cenar a la luz de las velas, viajar a lugares hermosos, simplemente tener al compañero cercano para hablar.
  • Mi idea infantil y peregrina del amor. Ese amor no me funciona, no se corresponde con la realidad.
  • Que me pidan cosas que no puedo hacer, que me exijan lo que está fuera de mi alcance, de mi conciencia.

La lista sería enorme ahora mismo... siento que hay demasiadas cosas que no me gustan, de mí o de la humanidad. Siento que no estoy en conexión con el resto, que quizá estoy equivocada... o que no pertenezco al lugar donde me encuentro.




PD: Y no me gusta andar como fantasma escuchando su música, evocando perpetuamente su recuerdo en la voz de Janis Joplin. Pero lo hago.
Isabel

Soy de las que no toman café, por tanto una asocial para muchos. Lo mío es el té, quizá no exactamente a las cinco; lo tomo después de la comida, a media tarde, en esos momentos en que viene bien reflexionar sobre todo y nada, al calor de la infusión.

Miro como gira lentamente al vaivén de la cuchara, en ondas que desdibujan mi rostro. El humo que se levanta y me empaña las gafas; el aroma... bendito aroma que me trae evocaciones de otros lugares.

Pienso. Quizá no estoy haciendo lo que debo, o sí lo hago pero no en el lugar adecuado. No es la primera vez que estas ganas de salir de aquí me persiguen. Lo mío es la enseñanza, eso ahora lo tengo claro, pero creo que aquí no estoy dando todo de mí, o peor aún, no están recibiendo lo que tendrían que recibir.

No es que mis chicos no me escuchen, o no me atiendan, o no aprendan... supongo que algo les queda después de las clases, pero esa desgana suya contra la que lucho día a día, que a veces se vence y otras te vence, me hace pensar que hay muchos lugares en el mundo donde alguien daría lo que fuera porque le enseñasen a leer o escribir.

Más vueltas de cucharilla... estoy en plan heróico; misiones altruistas de enseñar al que no sabe. ¿Es eso o es mi famosa huída hacia adelante? Lo cierto es que no lo sé, no sé si quiero perder de vista el mundo conocido o pretendo que me pierdan de vista a mí. Justo ahora que tengo cosas por descubrir... no, de heroína nada, soy más bien cobarde.

Mi taza casi se enfría, doy pequeños sorbos que alivian el frío interior, el estómago medio revuelto de tanto pensar. Y me digo que es mejor saborear el líquido, cerrar los ojos y creer que aún tengo cosas que resolver por aquí, que mis chicos me necesitan para descubrir que desean aprender, que tengo que estrenar la preciosa falda que me compré esta tarde. Y allá, en el futuro, quizá algún día me esperen otros lugares con nuevos niños a quienes enseñar. Es otro sueño, tras mi té con pastas.
Isabel
Extraña por todo. Sólo tres días de trabajo y cuatro de fiesta, un regalo para los que necesitamos descansar a estas alturas de año. Los chicos más revoltosos de lo normal, nosotros más agotados también, y todo del revés.
Del revés mis propias emociones... contradicciones en ellas, de esas que tan poco me gustan porque me colocan a la defensiva.
Mi compañero de música ha muerto. Andreu era joven aún, pero sobre todo, era feliz. De las pocas personas que se declaraban abiertamente feliz, que estaba satisfecho con su vida, alegre con lo que disponía, que te contagiaba ilusión por las pequeñas cosas. Ya no está, y llevo toda la semana pensando en tantas cosas... en lo mucho que nos quejamos a veces, en lo relativo de casi todo, en montones de buenas intenciones para mí y los que me rodean. Esas cosas de las que uno se olvida en poco tiempo, dejando la sonrisa atrás para hundirse con el primer revés que nos lleve a la frustración. Me he planteado dejar de sentirme así, pero siendo de talante hipersensible y en exceso emocional sé que no va a durarme mucho.
Por otro lado, la vuelta de pequeñas ilusiones. Esas que me propuse dejar atrás y que ahora, alguna que otra noche, vuelven a rondar por mi cabeza. Ilusiones hechas sonrisa, emociones que pugnan por salir y que freno porque sé que si lo hacen ganarán en intensidad... esa misma que siempre me pierde.
Entre cansancios, sueños, ilusiones y pérdidas se ha movido la semana. Y sigo pensando y sigo viviendo.
Isabel
Tarde de domingo, sol cálido a punto de caramelo. Sabe que tiene que dejarme, pero se resiste porque sabe que sin su calor no sonrío igual.


El tiempo pasa, se suceden las estaciones. Pereza de otoño con sol poniente. Extraño el mar, el olor a sal y el sonido de las olas, pero me llaman las montañas agrestes, la tierra oscura y fuerte. Mirando el azul del cielo se me pasan las horas, mientras lentamente el atardecer se vuelve rosado. No quiero pensar en añoranzas, ni en porvenires inciertos. No quiero pensar en nada que no sea el sonido de la música, el latido de mi corazón, las voces de los niños, el lento caminar del segundero en el reloj.


Mañana será otro día, el trabajo nos reclama a todos, pero sentir esas dulces tardes de domingo es un placer de los pocos que me permite la vida, de los que voy a disfrutar saboreando poco a poco, como los bombones de chocolate.

Felicidad de momentos. Hoy he vivido algo más con ella.




PD: Un pequeño retazo del pasado. Bellísimo.

Isabel

Todos los años, cuando se acerca el invierno y las noches se hacen largas y frías, recuerdo la sensación de la luz en la ventana.

Hace ya bastante tiempo, tanto que sólo me quedan instantes en la memoria, recorría las calles de Barcelona de camino a casa, la casa de mis padres, después de alguna tarde de domingo vivida y disfrutada junto a los que eran (y algunos siguen siendo) mis amigos. Tardes-noches intempestivas, heladas, oscuras, húmedas... ya cansada, no parecía llegar jamás a casa.

Miraba las ventanas de los demás, donde las luces encendidas indicaban hogares cálidos con personas que se amaban. Y eso me hacía pensar en que, algún día, yo misma tendría mi propia luz y, por añadidura, todo lo que eso significaba. Con los años tuve ratos en que encontré exactamente lo que deseaba; en otros, momentos amargos que deslucían esa luz que desde fuera debían de ver tan suave. Más adelante, la luz tuvo el frío de la soledad.

Durante esta semana volvieron las temperaturas casi invernales a la ciudad y en las noches en que regreso a casa helada, cansada y medio rota, me doy cuenta de que tengo mi luz en la ventana y que allí, en lo alto del edificio, me siento protegida, cuidada, feliz y descansada, aunque ni siquiera se haya encendido la calefacción.

A veces no nos damos cuenta de todo lo que tenemos tras nuestra propia ventana.

Isabel
¿Por qué me haces reir cuando estoy comprando sola, en medio de la gente? ¿Por qué haces que me miren y se pregunten qué demonios le pasa a esa loca?.
Es curioso el modo en que conversamos... es gracioso el modo que tienes de hacerme sentir que la vida es menos seria. O tal vez más.
Siempre me ha gustado reir a carcajadas, es una sensación agradable donde las endorfinas (sí, esas sustancias que segrega el cuerpo y que hacen que te sientas en el limbo) te poseen y te envuelven. Y la risa genera risa, y ésta genera esa alegría que no sabes de dónde sale, pero que te domina y te libera.
Reir en el supermercado me hace sentir esa libertad de poder ser yo misma, de olvidarme de los demás y dejarme llevar por las sensaciones del momento... qué gran alivio para el cuerpo y la mente.
¿Por qué tienes esa habilidad para darle la vuelta a las cosas, para hacerme pensar más de la cuenta, para exaltar mi imaginación? Creo que tengo tanta curiosidad por lo que eres capaz de hacer, decir o sentir que me arriesgaré a seguir riendo en lugares públicos. Y quizá en algún tiempo seas capaz de contestar a mis preguntas. Antes de que termine el invierno, antes de la siguiente luna llena.
PSD: Me dices que giro sobre lo mismo, pero es que tengo miedo. Aún lo tengo. De no saber explicarme las cosas. Por eso una y otra vez me autoconvenzo de que son como quiero que sean, no como son. I'm so afraid...
Isabel
Acabo de hacer unas cuantas visitas de blog en blog... esto de la sindicación de contenidos es buena cosa, vas más al grano.

De repente, encuentro una frase en boca (o teclado) de una perfecta desconocida: "Hay que intentarlo al menos una vez más". Y esa frase me ha tocado. No por nueva, precisamente, sino porque era una de las frases a las que más se agarraba Fernando, aunque en estos momentos no sepa muy bien por qué.

Intentarlo una vez más... a pesar de todo, a pesar del dolor que aún se conserva sordo, allá en el fondo, recordándote lo que fue, lo que pasaste, lo terrible de lo vivido. Intentar al menos una vez más... sólo una más, por si acaso. ¿Quién te dice que esta vez no es la buena, que la anterior no fue más que otro ensayo del destino, otra vuelta de tuerca puesta para llevarte en la dirección correcta?. Lo cierto es que no veo el por qué de tantos rodeos ni de tantas penas, por muy afortunada que vaya a ser en el futuro mi suerte.

Sin embargo, ahora tengo prisa. Toda la paciencia acumulada en los últimos años se me ha escapado como el aire de un globo roto. Es como si la vida huyera lentamente y ya no tuviese tiempo para muchas cosas. Por eso estoy dispuesta a intentarlo de nuevo, no sé bien ni cómo.

Estoy dispuesta a pronunciar palabras que aún me queman, a regalar caricias olvidadas, a aprender de nuevo el valor de un beso... estoy dispuesta a enfrentarme con ese destino que no sé dónde anda, ni en estos momentos me importa. Sé que no ando sobrada de paciencia, pero voy a intentarlo al menos una vez más... levantarme de nuevo y no sólo caminar hacia adelante, que eso ya lo hago, sino lanzarme en brazos de nuevas horas, de otros amaneceres, de otro porvenir que ni siquiera sé si anda por ahí buscándome.
Isabel
En días como hoy, ellos son mi enlace con la realidad. Son lo único que me hace creer que vivo una vida auténtica, con los pies en la tierra. En todos esos días en los que pienso que ni siquiera sé qué es verdad y qué mentira, qué es sueño y qué realidad, ellos llegan del colegio con sus risas, con sus gritos, con sus pequeños problemas y me hacen darme cuenta de que estoy en el mundo.
Desde que cada uno nació, la estabilidad de mis días y mis noches me la han dado ambos, con sus sin-dormir o sin-comer, cuando eran pequeños, con los problemas de adolescencia recién estrenada de cada uno. Sus besos y sus abrazos han sido los más reales y los más tiernos que he recibido en años, todo el núcleo de mi afectividad auténtica reside en ellos.
Me hacen reir, me hacen jugar, puedo volver a creer en que el mundo es firme y que piso el suelo. Saben hacerme sentir querida, saben hacerse querer.
Mis hijos son mi verdad auténtica, que se ve y que se toca, que a veces te saca de quicio y otras es lo que te llena de ternura. Ellos no conocen lo que se esconde dentro de mí pero saben que cuando mamá ríe, las cosas son diferentes y por eso me hacen sonreir, me hacen bailar, cantan conmigo y la casa se convierte en el único lugar mágico real de este mundo.
Mi felicidad auténtica está en sus rostros, en sus juegos, en su descanso plácido que nada es capaz de turbar, porque las lágrimas de mamá sólo empiezan después de la medianoche... y ahora ni siquiera todos los días.
Isabel

Me gusta la canción de Serrat, pero no va de eso el post.

Mi ordenador está para el arrastre, uno de estos días morirá sin remedio y sólo espero poder recuperar lo suficiente para no lamentar nada. Rebusco por sus entrañas para ir borrando aquello que no me sirva ya, como quien limpia los cajones de la mesita de noche. Y como quien busca encuentra (eh, Mabana?), hallé una dirección de sudokus entre mis favoritos.

Algo tan aparentemente tonto y cuántas cosas me hizo pensar... esa web era entonces el lugar en el que disfrazaba el tiempo perdido con juegos de números. En el que me detenía, para no pensar, mirándolos, discurriéndolos, mimándolos. Era el lugar donde me perdía mientras pasaban segundos eternos esperándole, muchas veces en vano, cada vez más.

Entonces me sentía ocupada, estaba haciendo algo medianamente útil (como mínimo, para mi intelecto) pero ahora, con el tiempo, me entra una especie de desidia pensando en los minutos, en las horas que derroché en algo que no valió ni la pena. Quizá pude haberme ocupado de otras cosas, quizá mi tiempo valía más que los cientos de sudokus que compuse minuto tras minuto. La perspectiva histórica me da ahora otra dimensión, y la pequeña historia de mi página olvidada de sudokus me regala como moraleja que hay otras páginas que también quedarán atrás en el recuerdo.
Isabel
A veces me parece que quiere amanecer de nuevo.
Me despierto con la impresión de que lo peor ha pasado, incluso con un cierto amago de sentir algo. Recorro los segundos de mi día con una especie de sombra agazapada tras mi espalda, la sombra leve de una esperanza incipiente que se presenta tímida. No sé si sonreir... la última vez que lo hice y abrí los brazos me quedé tan vacía que casi ni lo cuento.
Pero creo que no debo andar escaldada, como los gatos que huyen del agua fría. Creo que hay gente que me he enseñado mucho y sigue haciéndolo. Creo que la vida es más que un sólo sentimiento y que hay que dar paso a otros, nuevos, desconocidos, imprevisibles.
A veces me parece que me miro demasiado el ombligo.
Que no veo más allá de una o dos cosas que considero principales, aún sabiendo que no deben ser precisamente como las he imaginado o urdido. Pienso que todos tenemos problemas, que todos salimos de ellos con una suerte u otra, y que andar por la vida con excesivas precauciones sólo nos trae el amargo regusto de la retirada.
A veces sé que soy feliz, con esa felicidad que es de verdad y que pocos cuentan, porque está siempre a mi lado, en las cosas insignificantes del día a día. En personas que aparecen a mi lado, en aquel que me susurra al oído... sí, al oído, no sólo a la pantalla, en quien sabe mirarme a lo profundo de los ojos... sí, estos ojos miopes que aún pueden ser brillantes y alegres. Y que no son píxeles.
Quizá ahora sí amanezca... esperaré por si acaso. Un poco más.
Isabel
Ayer llovía a cántaros. Una tormenta eléctrica como hacía tiempo no veía.

El cielo, gris profundo virando al negro. El agua, cayendo como cortinas. Los rayos, iluminándolo todo. Y yo aún en la calle, a dos minutos de casa, bajo el paraguas medio roto y con el frío en los huesos. Sin embargo, algo raro había en mí.

Siendo sureña de nacimiento no he sido capaz de vivir sin sol; los días de lluvia me han entristecido y sumido en el medio-letargo propio de los roedores. Ayer sentí otras cosas... sentí un extraño placer en ver caer el agua, en esa humedad que me envolvía. Sentí un gusto especial al oir la Naturaleza rugir a mi alrededor. Cuando llegué a casa sonreía y lo mejor que se me ocurrió es darme un antojo: mi chocolate, placer para los sentidos, goce especial que disfruto mejor a solas y paladeo lentamente para que sea lo único que me embriague en aquel momento.
El chocolate y los truenos, la lluvia y el sabor dulce, la calma en medio de la tormenta.

Todo son cambios, todo evolución, todo es apreciar lo que antes no había considerado. Quizá encuentre novedades que me produzcan las mismas extrañas ganas de vivir y disfrutar que ese pequeño instante del otoño mojado.
Isabel

Se perdió entre las sábanas frías.
Se olvidó en los amaneceres solitarios.
Se desgastó de tanto usarlo... y luego, de tan poco.
Se vació mezclado entre lágrimas.
Se secó en el desierto de los sentimientos.
Se debilitó a fuerza de ser herido.
Murió de debilidad,
se secó de olvido,
se desgastó en el vacío,
se perdió en el camino.

Y después de haberlo escrito me di cuenta de que habrá que resucitarlo, o buscarlo, o darle de beber o llenarlo de nuevo de alguna manera, porque bastantes cosas mueren en esta vida para que también lo haga el amor.



Isabel
Muchas de las ideas que tenía en la cabeza se han dado la vuelta. Muchos de los conceptos en los que creía ahora se desmontan como castillos de naipes. A medida que el tiempo transcurre y conozco a otras personas, me siento desconcertada al comprobar cómo rondamos por los mismos sitios, sentimos las mismas cosas, nos duelen las mismas traiciones, siempre en grupos de afinidad que, extrañamente, acabamos por encontrarnos de un modo u otro.
¿Hay algún tipo de imán extraño que une a ciertos tipos de personas? Creo que es la emoción, mejor dicho, las emociones.
Esas emociones que a veces son grises, pesadas, densísimas, y que amalgaman sentimientos sin resolver. Esas que se nos meten por los poros de la piel y nos hacen aparecer atrayentes por lo de iguales o parecidos que podemos ser, por lo de menos solos que nos sentimos.
En la oscura soledad es donde encendemos luces, a ratos desesperadas, para encontrar otras que nos acompañen. En esas verdades crudas es donde esperamos hallar alguien que las conozca igual que nosotros para decirnos, ilusamente, que son mentira.
Encuentro a veces sin buscar... veo mi reflejo en otras miradas igual de desconcertadas que la mía, faltas de explicación y deseosas por encontrarla.
¿No sería más fácil simplemente vivir? A veces tantas preguntas me abruman, mi propia necesidad de respuesta me agobia. Pero cuando encuentro con quien compartir, vuelve mi esperanza de poder contestar a tanta duda, de poder mirarme en alguien de quien poder aprender.
Creo que tengo una extraña fijación con todo esto, creo que mi mente a estas alturas hierve en exceso y debería poder descansar. Duermo poco, pienso mucho y las ideas no acaban de quedarse quietas. Y hoy creo que debo de tener sueño, porque a veces no parece que sepa lo que digo. Y sí lo sé.
Isabel
Me veo en la imperiosa necesidad de redefinir aspectos de mi vida. Por ti, por mí, por la responsabilidad que representa el mirarme en el espejo y verme en la profundidad de mis ojos... y verte a ti. No conozco tu rostro, pero sé que compartes fantasmas conmigo. Quizá te conozco más por eso. Sé que, como nos dicen a menudo, tenemos que apartarlos de la mente para dejar caminos abiertos, pasos libres, horizontes limpios. Para sentir.

Este paréntesis en lo ancho de la vida tiene principio y fin, es uno más de muchos que llegan y nos dejan esas cicatrices que quizá nos hagan más atractivos a la larga.

Tendremos que alejar esas sensaciones que nos siguen dominando a veces y nos impiden contemplar lo que tenemos delante de los ojos. Tendremos que mirarnos para aprender a no estar solos, a no permitir que tengamos que vagar eternamente por un mundo cargado de aparente incomprensión, cuando nos tenemos el uno al otro, los unos a los otros.

Mírame, ahí a través de la pantalla. Soy estas mismas letras que no parecen decir mucho de mí. Mi esencia está aquí atravesando los píxeles para llegar hasta ti, para decirte que, tomados de la mano, todo será más sencillo. Que la vida es así, que los fantasmas no existen y que somos verdad.


Isabel
Esta noche tengo miedo.
Un miedo profundo e intenso.
Esta noche la ansiedad llama a mi puerta y no me abandona.
Hoy me di cuenta, de repente, de mi propia tragedia.
Esta noche me di cuenta de que no podré volver a amar.
Y tengo tanto miedo...
Isabel

Es un verbo hermoso... pocas letras para tanto significado simbólico y real. Fluir es líquido, es tiempo, son nubes y son sentimientos.

Fluye la misma vida con cadencia o con velocidad, dependiendo del momento exacto en que examines dónde te encuentras.

Hace siete años mi vida hoy era un infierno, pero en este momento el dolor se difumina y se trasforma... fluye y se hace líquido y se convierte en sonrisa. Hace unos meses mi vida hoy dió un vuelco, pero en estos instantes precisos gira y gira fluyendo como un torbellino de aguas embravecidas, llevándome quién sabe a dónde.

Y floto sobre la superficie de las emociones, de los descubrimientos, de los recuerdos y del mismo pasado, dejándome embriagar y dejándome modelar mientras fluye mi alma hacia el futuro.
Isabel

Llegas lentamente, aún tardía. Eres hermosa en tu oscuridad, bella incluso en la frialdad que comienzas a desplegar, me gusta sentirte en los hombros cansados.

Contigo, algo en mí se transforma. Vuelven recuerdos de otras como tú, en las que fui feliz. Pienso en cómo soy ahora, y sólo me acurruco en ese frío tierno que me rodea y cierro los ojos. Me imagino en muchas otras noches, envuelta en brumas o en rocío, en mi soledad llena de pequeñas esperanzas, rodeada de recuerdos y de futuros.

Hoy canté y las estrellas me escucharon. Y canté con todo el aire en mis pulmones, con toda la fuerza del comienzo, con toda la luz de las notas que fluían entre las minúsculas gotas de lluvia que se secaban antes de llegar al suelo... hoy has sido una de esas noches negras, frescas y húmedas en las que el calor insoportable del día se muere, en las que los agobios de la mañana se dispersan.

Qué felicidad la del agua sobre el cabello, la de las sombras y el calor del corazón... no está vacío, acabo de darme cuenta. Si lo estuviera, no te sentiría como te estoy sintiendo.
Isabel
"Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades".


Cervantes nos dejó esta perla de sabiduría hace ya mucho tiempo, pero este tipo de sentencias no pasan nunca de moda, es más, hoy en día las necesitamos más que nunca. Parece que en los tiempos que corren tengamos más dificultades; estamos tan consentidos por la vida que cualquier obstáculo se nos hace un mundo y estas palabras de consuelo o de esperanza nos ayudan a superar todos los presuntos imposibles.

El tiempo todo lo puede... puede hacer desaparecer lo bueno, puede desgastar lo más hermoso, pero sobre todo, tiene la virtud de hacer que lo negativo se relativice, que el ánimo se dulcifique, y que poco a poco sepamos volver a sonreir y a aprender de las experiencias que nos regala la vida.

Me gusta lo de las "dulces salidas"... y es que así es el paso del tiempo, al final. Dulce, suave, esperanzador y dueño de nuevas ilusiones.
Isabel

Nadie es perfecto, todos nos equivocamos. En la teoría sabemos que los errores tienen sus consecuencias, y también que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra... supongo que es el modo de justificarnos.

Hay instantes en que, movidos por la desesperación, la frustración, el dolor o el desengaño, hacemos o decimos cosas de las que luego nos sentimos terriblemente arrepentidos.

Soy persona de hablar mucho, aunque suela saber lo que digo... eso ya es un primer error. Si mucho hablas, aumentas la probabilidad de equivocarte.

También hay mucha pasión en lo que digo o hago... segundo error, porque si no eres capaz de dominar las pasiones se vuelven contra ti cuando menos lo esperas.

Reconozco que, una vez herida, soy hiriente a la vez. Mi boca dice lo que siento sin pararme a pensar... otro error más. Siempre se piensa antes de hablar, porque las cosas que hieren, una vez dichas, ahí quedan.

No ha sido la primera vez que, dolida o desesperada, he dicho más de lo que debiera o he escrito más de lo que sería aconsejable. Así he perdido no a una, sino a varias personas.

Nadie está hecho para soportar las armas arrojadizas de aquellos que nos hemos sentido a veces estafados por la misma vida. Y lo peor es que el mayor error de todos es no darse cuenta de que el estado en que estamos sumidos cuando nos volvemos rastreros con los otros pasará... que nada es inamovible, que mañana volverás a sonreir y entonces quizá ya no encuentres los amigos ni el amor que antes soportaron tus embates.

No parezco aprender, aunque lentamente y a medida que la vida me regala enseñanzas nuevas y personas a mi alrededor comprensivas y con ánimo dialogante, me doy cuenta de que al menos nunca cometo el que sería el error más grave: no pedir perdón.

Desde aquí deseo pedir perdón a aquellos a los que he herido, incluso a quien no me va a leer jamás. Porque estoy dispuesta a pensar antes de hablar, porque estoy dispuesta a medir mis impulsos, porque ahora la sonrisa me acompaña y no la voy a dejar escapar, porque hay mucha gente que vale la pena tanto como para no desear cometer errores.

A veces el precio es tan alto como el mismo futuro... otras veces, se puede pagar. No deseo perder a aquellos que, como tú, me hacen pensar y me ayudan a vivir.

Isabel

Como la película de Garci...

Me siento delante de un espacio y de un tiempo nuevos para mí. Estoy una vez más recién salida de quién sabe dónde, como habiendo estado perdida y teniendo que hallarme una vez más.

No quiero comenzar a caminar llevando lastres, así que lo mejor será decidir cambios. Lo primero es salir de un mundo que ya no me pertenece y crear mi propio espacio, mi propio tiempo. Lo segundo es mirarme al espejo y sentirme diferente... empezar por cambios físicos que me lleven a contemplar una persona nueva y llevar eso a lo más profundo de mi interior, no para cambiar nada de él, sino para sentirme nueva dentro de lo conocido y lo sabido.

Siento una energía especial que esta vez no procede de nadie, ni siquiera de los sentimientos o las emociones. Tengo ganas de moverme, quizá por tanto tiempo anquilosada en ese pequeño reducto de mis sueños y mis decepciones. La energía que me lleva a trabajar al máximo, a desarrollar mis propias capacidades, a tapar carencias que han llegado a ser tan parte de mí que ya ni duelen.

Deseo vivir en este mundo de realidades, en mi nuevo lugar donde colocaré un espejo el día en que tenga la certeza de que me veré diferente.

Hoy me sorprendí cantando en la cocina... hoy me sorprendí volviendo a la vida.
Isabel

Imágenes de Marruecos


From: snowgoose, 24 minutes ago





Estas son algunas de las mejores imágenes que he tomado en mis vacaciones. Expresan todo lo que fui capaz de sentir allí.

Isabel

Ya en el hogar después de un verano que comenzó amargo y con pocas esperanzas. Pero el mundo está lleno de lugares donde descansar, donde incluso avergonzarte de tus pequeñas miserias, de esas cosas que aquí son la vida y la muerte y allí se relativizan hasta mínimos.

Regresé de Marruecos y allí vi la vida con otros ojos. Los atardeceres a la orilla del Atlántico, la soledad magnífica del desierto, el resurgimiento de la vida a las orillas del Ourika. Me conmueve la sonrisa de la gente, la mirada limpia de los niños... una de ellas, preciosa, me hizo bajar la vista mientras me saludaba y reía feliz. Yo no podía devolverle la misma mirada, todo y desearlo profundamente.

Poco a poco, a medida que los días pasaban, pude sonreir con más limpieza, pude compartir cosas profundas con más gente. Llegué a sentirme dichosa regateando en el zoco, riendo abiertamente con aquel guapo vendedor que me contagió su entusiasmo... y se llevó mi dinero. África puede conmigo, es capaz de llevarme al fondo de mí misma, capaz de hacerme sentir tal y como soy, de apartar de mi mente y de mi alma esas pequeñas vanidades y disgustos que aquí a veces me mortifican.

He disfrutado mucho. He vivido mucho. Me he sentido con una pureza imposible de describir y he cargado con fuerza el alma de ilusiones.
Isabel
Y en todas las acepciones. Mis vacaciones han sido (están siendo) un remanso de paz, sólo entrecortado por esta horrible conexión teléfonica que me impide estar en línea mucho tiempo y que se empeña en no dejarme entrar a la mitad de lugares que quisiera, bajo la amenaza de colgar la máquina. También por algunos de esos días en que una se despierta llena de angustias pasadas y de cierto caos sin resolver, aún sabiendo que eso va a durar mucho tiempo más.
Sin embargo, estar en mi pueblo y regresar a las raíces, la compañía de quienes se quiere desde hace tanto y tanto tiempo, el recuerdo constante de los amigos que llaman y están a tu lado, eso no tiene precio.
Sigo aquí, en el pueblo que me vió nacer, aunque mañana vuelvo a mi hogar sólo para descansar brevemente antes de mi viaje a Marruecos, la última semana, las últimas fuerzas que adquiero antes de comenzar otro duro curso escolar al que me enfrento ahora con mucho ánimo.
Sigo aquí, escribiendo en el blog todo aquello que necesito desahogar, volviendo a compartir con aquellos que entienden mi sentir.
Y sigo aquí, en esta vida mía especial y única, que poco a poco vuelvo a apreciar en toda su intensidad y que estoy empezando a llenar de nuevo de planees, intenciones, cariño y pequeñas ilusiones... de momento pequeñas, pero irán a más, lo sé.
Hay mucho que decir, mucho que expresar, pero esta conexión sigue martirizándome. Mañana, en casa, nuevas impresiones.
Isabel
Es el subtítulo de la película que vi hoy en el cine. Y, en realidad, parte de nuestra vida es eso o debería dedicarse a eso, a dibujar una comedia sobre la felicidad.

Hoy me preguntaron : -¿Qué tal las vacaciones? ¿Has sido feliz en algún momento? .

Vaya, pues claro que lo he sido, en más de uno. Mi problema es la tendencia a dramatizar y también a no ver más allá de las cosas negativas... sí, es todo un problema.

Me miré al espejo para sonreirme... hace tiempo que sólo sonrío a los demás y a mí me tengo olvidada. Al atreverme a fijarme en el fondo de mis ojos, recordé que una vez había tenido magia, había sido capaz de hacer muy feliz a alguien, había llevado sonrisas, pasión y adoración a un corazón que se llenó con ello. Y la magia no desaparece así como así.

Te pueden robar la sonrisa, las palabras, pero los trucos los conoces tú y por tanto los conservas. Así que pensé en rescatar la magia, en volver a llevar la comedia a mi vida, poco a poco pero constantemente.

Decirme a mí misma que me acepto como soy, medio loca, romanticona perdida, ilusa como Anita, a veces excesivamente negativa, muy fuerte, muy débil... todo eso soy yo. Y muchas veces me gusto.
Isabel
Mucha alegría, el teléfono que no cesa de sonar, mails totalmente inesperados, la presencia de los amigos, la familia que está lejos pero no te olvida... y un nuevo cumpleaños que se llena de sonrisas y de felicidad.

Anita tenía razón y fue un día dulce de nata y chocolate. Mi principal regalo de cumpleaños: la certeza de saber que cada día te trae sorpresas, que las debes vivir como si fueran las primeras y las últimas.

La vida es el mejor de los presentes; el poder compartirla con los que quieres, la mejor de las suertes.
Isabel
Media hora apenas me separa de la medianoche. También de un año más recorrido en mi vida, ya son 44 los que estoy a punto de acometer y el balance me resulta positivo, pese a todo. Parece injusto ese "pese a...", no debería de estar haciendo otra cosa que dar las gracias por mi familia, por mis hijos, por mis amigos, por todo lo bueno que he conocido y he disfrutado, sin embargo en este preciso instante vuelven los recuerdos de ti.
Será el primero, desde hace cuatro años, en que no me felicites... en que no escuche tu voz en el teléfono diciéndome que lo pase bien, que me quieres... este año serán otras voces, otra gente, hermosos todos y llenos de buenas intenciones. Recuerdo tus palabras, tus videos de cumpleaños, tu cariño. Todo lo que se tuvo y, por supuesto, se perdió. No queda más que silencio, recuerdos que sólo recuerdo yo.
En media hora volveré a sonreir, me iré a dormir esperando a mañana, a la alegría de compartir buenos momentos con quienes se quiere... menos contigo. La gente desea que lo pases bien con tus seres queridos y me faltarás tú.
Tu imagen se me desdibuja por instantes, pero los recuerdos se mantienen limpios. Mi corazón poco a poco toma su lugar, mi sonrisa vuelve a mí, pero en días como estos, en estos precisos instantes en que casi atravieso no sólo un día, sino todo un año más, sigues en mi pensamiento. A partir de mañana, sigo retomando lo que empecé hace poco tiempo, sigo esperando buenos momentos y nuevos sentimientos, pero ahora sigues aquí, aunque ya no lo quieras. Sigues por un momento vivo en mi mente.
Isabel
El amor es como la energía, ni se crea ni se destruye. Sólo se transforma.

Comentaba este fin de semana con un buen amigo sobre esta afirmación, y él me daba la razón añadiendo que el amor se suele transformar en odio. Hablamos de esa fina línea que suena tan tópica... pero no estuve de acuerdo. El amor, como otras emociones, puede transformarse de muchas maneras, es uno mismo quien escoge en cuál.

El odio es fuerte, es grande y puede absorber todo el amor del mundo, pero prefiero otro tipo de mutación vital. En este caso decidí convertirlo en música, recogerlo en notas y dejarlo fluir en mis oídos, en lugar de en mi corazón.

Hay un precioso disco de los hermanos Steve y John Hackett, se llama "Scketches of Satie" y son versiones de las Gnossienes y Gymnopedies de Erik Satie, entre otras piezas más. Es delicioso, suena a sensibilidad pura, es centro de emociones que inundan el alma... es casi amor.

La música me ha enseñado mucho, a canalizar mis sentimientos, a expresar emociones positivas e incluso negativas, a hacer de mi vida un lugar mucho más hermoso. Desde que estudio música, ya en la mitad de mi vida, he descubierto nuevas formas de amar a través de la interpretación, de su lectura y de su escucha.

Por eso deseo que todo lo bueno que he sentido alguna vez, todo lo noble y grande, lo sincero, toda la felicidad que me ha dado la vida sea pura música para mis oidos, para no olvidarlo nunca, para poder volver a sentirlo cuando regrese y que así consiga reconocerlo.

Isabel
El crepúsculo en Madrid se me ha hecho delicioso. A medida que el sol caía y los edificios tomaban ese cálido color dorado que lo embellecía todo, me daba cuenta del manto de suavidad que envolvía hasta mi alma. Y es que en aquellos momentos todo se contagiaba.

El ambiente tranquilo, la paz de los paseantes, la quietud de la misma historia... todo parecía más hermoso de lo que era. He de confesar que el fin de semana en Madrid me devolvió sensaciones, emociones, modos de ver las cosas y también a las personas.

Miradas amables, incluso palabras y sonrisas de desconocidos que daba la impresión que sólo deseaban agradar a quien, como yo, miraba las cosas con la sopresa de la primera vez, todo y que no era así.

Siempre me gustaron las grandes ciudades porque es más dificíl entrever esa parte de Naturaleza que a veces incluso reflejan los ventanales de los edificios y, sin embargo, cuando lo consigues, el esplendor y la luz lo dominan todo, te llenan el corazón y te hacen un poquito más feliz.
Isabel
... en que vuelves a creer en la humanidad, en que tu fe te dice que todo es posible, que cualquier cosa puede ser cierta.

... en que aceptas tu realidad y luchas pese a todo, frente a todos, hasta frente a tu propia desgracia. Y en esos días puede llegar a lucir un sol que no sólo ilumine tu destino, sino que dé calor a la frialdad del alma atormentada.

... en que vuelves a reconocer cuando hablas con seguridad, con conocimiento de causa, con ese espíritu de quien es capaz de decirse: -Esta soy yo, esto es lo que ves. Transparente, auténtica y vulnerable, sí, pero es lo que soy.

No me importa ser así, débil a veces, valiente muchas. No importa si flaqueo y me hundo... puedo levantarme de nuevo cuantas veces sea necesario. Aprender de la vida, aprender de quienes me rodean y me ofrecen motivos para mirarlo todo con ojos nuevos.

Hay días en que necesito decirme que puedo empezar otra vez... incluso que soy capaz de creerlo.
Isabel
Tres fases comprenden el duelo:
  • El dolor
  • El resentimiento
  • La aceptación

Paso de la primera a la segunda con una facilidad pasmosa. Duele y duele, y tanto lo hace que se resiente el alma, se incomoda y se maldice por haber llegado a esto. Odio los resentimientos... esos que ahora mismo tengo y se intercalan con el dolor de las heridas.

Quiero llegar a la aceptación, a ese momento dulce en que ya nada importa, en que casi nada se siente y te dejas llevar hacia lo que tenga que ser. No soy capaz de dejar atrás mi fardo, ni siquiera de hacer leña de él para que me alumbre o me caliente. Sé que esa es la solución, que necesito luz y calor. Orientarme hacia la tercera fase, dirigirme lentamente hacia asumir la realidad y tomarla como propia, como parte de mí. Esta soy yo, así es mi vida, es mi camino y lo tengo que recorrer. Busco mi luz, y sé que la llevo encima. No soy sabia, no soy fuerte, sólo intento desprenderme de todo lo que me pesa y seguir adelante más ligera.

Cuando aprenda a aceptar, habré encendido la hoguera que me ilumine con los restos de lo que un día fue y ya no está.

Isabel
Palabras vacías, llenas de nada.
Palabras grandilocuentes que expresan sentimientos que no se sienten.
Es fácil hablar, es fácil contradecirse. Es fácil conquistar mediante la palabra... fácil escribirla, adornarla, dejar en un papel aquello que se pretende del otro, provocar reacciones, sensaciones, sensibilidades... qué fácil.
Pero vivir conforme a la palabra, eso cuesta más. Vivir practicando lo que se predica, sintiendo lo que se define, eso es otro cantar. Con la palabra se enamora, se vibra, se atrae... se establecen nexos que te cambian de por vida y no te llegas a dar cuenta de lo importantes que son para el alma y el corazón. Porque es la palabra la que en ocasiones alimenta el espíritu, es lo único con lo que se cuenta para sobrevivir.
Dejar las ideas impresas en cualquier lugar donde otro las recoja... donde alguien las tome y las haga suyas, se deje envolver por el sonido de una voz muda y mimar por las palabras.
De amor, de vida, de humanidad... también de desencanto, de ira, de indiferencia. Hablar de felicidad, escribir sobre el alma, cuando uno mismo no es capaz de conocerse. Qué fácil es hablar, que sencillo recitar frases aprendidas. Qué complicado es expresar lo que uno siente de verdad.
No deseo más literatura. Sólo personas honestas que vean el mundo de modo honesto, aún en su sencillez. No deseo poetas o escritores que regalen mis oídos con lo que quiero oir... quiero que me digan lo que sienten.
Me cansa la palabra que no dice nada, que no encierra nada, que no expresa nada. Al final, me cansa lo que hace sufrir, lo que no me permite el respiro de una pequeña felicidad.
Isabel

¿Qué separa a la locura de la realidad? ¿Qué diferencia al cuerdo del que dejó de serlo?

Vivo en un mundo en el que ya no hay distinción. La locura se pasea por mi lado como si tuviese su hogar en donde me muevo. La he visto de cerca, la he mirado en los ojos del prójimo y la he rehuído mil veces con ese temor que produce el peligro al contagio.

Sin embargo, hay momentos en que me pregunto si no estaré metida en la rueda de la irrealidad, si no hay delirios que me persiguen como fantasmas y me hacen ver donde no hay.

Esos despertares angustiados, esos pensamientos recurrentes, ese afán por buscar lo desaparecido, todo pura paranoia del que no acepta lo que vive. Si las paranoias se descontrolan y se hacen presa de la mente, puede que la realidad se deforme y ese espejo roto en el que a veces me miro llegue a ser el único que reconozca.

No deseo mirarme y no verme, ni mirar a los demás y no llegar a reconocerlos. Los senderos de la cordura no me son familiares porque ni siquiera el ambiente más cotidiano invita a delimitar lo que es real de lo que no lo es. Las noticias llegan de todo el mundo cargadas de sucesos que parecen imposibles, sólo fruto de esa locura colectiva en que nos movemos. La misma vida de cada uno, los miedos y la falta de aceptación... y vuelve el terror, esta vez ya no a no superar las pérdidas, sino a dejar de entender. Cuando esos "por qué" se repiten día tras día muy dentro, cuando los bloqueos llegan a ser limitantes hasta para relacionarte con los demás, cuando te refugias en un blog para decir aquello que no te atreves a ver dentro de ti misma, llega el momento de plantearse si las experiencias más duras te moldean o sólo te sumergen en el principio del delirio.
Isabel
Ana escribió una hermosa entrada sobre los equilibrios. Aunque ella y yo nos parecemos enormemente, y de hecho reconozco una parte de mi pasado en sus letras presentes, en estos momentos siento mis propios equilibrios muy alejados de los suyos.
No puedo decir que no soy feliz. Nadie conoce el secreto de la verdadera felicidad, pero sí sabemos cuándo esa sonrisa se asoma honesta a nuestro rostro, cuando esa sensación de oleadas de gusto invade nuestro interior. Sabemos mirar las pequeñas felicidades diarias con poco que las hayamos perdido... cuando reaparecen, las devoramos con avidez por diminutas y fugaces que sean.
No observo el mundo ahora como viviendo en sueños. Ni siquiera intento permanecer en una serenidad que sé que en mi interior no poseo. Cada vez que miro a mi alrededor y se me va la imaginación o el pensamiento vaga por ciertos derroteros, lo único que intento es agudizar la vista y mirar a lo que tengo a mi lado con todo el peso de la realidad. Un árbol, el mueble del comedor, la cortina del cuarto, mis hijos durmiendo, la comida que se cuece... ver los colores como son: rojo, azul, negro, sin más. Mi equilibrio se rige por la estricta realidad, y lo que aprovecho de ella, que es mucho y me supone paz y tranquilidad.
Lo único que deseo es llegar a asimilar en mi vida la frase que más me identifica:
"No conviene deleitarse en los sueños y olvidarse de vivir".
La vida es esto, quizá hay días en que la cruda realidad pesa, pero en otros es una realidad que tiene su belleza y no la quiero dejar escapar por ser capaz de fabricar sueños mil veces más hermosos que lo único que hacen es herirme al despertar.
Duermo por las noches; he vuelto a soñar, incluso. Y ahí es donde quiero que ellos se queden, en las horas nocturnas que acaban cuando sale el sol.
Isabel

El preludio del descanso... estas suaves mañanas llenas de luz, en que sonrío sin prisas, presiento la calma que ya llega, preparo la mente para el arte y tiendo mi mano a la paz del verano.

Imagino mi mar que ya me espera, amante tendiendo los brazos para mecerme en sus olas. Me estremece pensar en la frescura del agua, en los rayos que penetran en el mar y calientan la piel.

Imagino las tardes frente a los lienzos... mi caja de pinturas y los pinceles nuevos, aún sin estrenar, esperando el óleo de colores para crear quién sabe qué esta vez.

Imagino, sobre todo, el silencio, sólo roto por el canto de las golondrinas al levantarse la mañana. Cerrar los ojos y escuchar la explosión de vida que guardan los árboles, el agua, el aire. Escuchar el latido de mi corazón que vive... lentamente, segundo a segundo, gozando del tiempo que es mío, de mi propia imaginación.
Isabel
Te esperé infructuosamente. Esperé una palabra tuya que me convenciese de que lo que estaba sucediendo tenía sentido. A medida que ha pasado el tiempo he tenido que levantarme poco a poco, reconocer la casa vacía, nuestro mundo de dos roto, y me he sentido con necesidad de arreglar algo de lo que quedaba (siempre ese impulso de tener algo de orden a mi alrededor).

Entre las ruinas de lo nuestro, recogí pedazo a pedazo lo poco y bueno que dejaste. Tomé una caja apropiada y la llené de ti, de lo que puedo aún tocar con mis manos y disfrutar con los sentidos. Cuando todo hubo desaparecido bajo la tapa, la cerré sin una lágrima y la guardé ahora no recuerdo bien dónde.

En algún lugar de mi corazón oculté los recuerdos. En algún lugar de la casa, la caja con tus cosas. Navegas por los mismos mares que yo, pero en otra dirección que no sé a dónde te lleva. Por mi parte, silenciada toda posibilidad, sólo me resta construir otro mundo donde sólo se conservan las huellas de tu paso en mis heridas y en las cosas que guardé.

Isabel

La clase está revuelta. Es casi verano y se acaba el curso, el esfuerzo final (ese que nunca se deciden a hacer) les hastía y les pone nerviosos. Examen tras examen, hasta agotar su parca memoria, su todavía desconocido para ellos espíritu de lucha. Esas hormonas agitadas, el calor, las ganas de sol y playa... intentan estudiar mientras yo corrijo y miro por la ventana enrrejada; consigo abstraerme de la clase. Al otro lado de la ventana se ve la montaña, verde recortada en el azul del cielo veraniego y pienso que es una pena tenerles allí encerrados.

Una de mis chicas me habla, está aburrida, no sé qué le contesto porque mi mente vaga más allá... estoy intentando sentir y, es curioso, no siento nada.

Escucho sus voces, sus risas, a mi vez les hablo, pero dentro de mí escucho por primera vez en mucho tiempo el murmulo de la nada. El corazón que no se encoge, la mente que conserva una cierta relajación interrumpida por esas calificaciones que intento ordenar, mis músculos totalmente relajados, perdidos en la silla.

Para ellos el verano es preludio de pueblo, playa y diversión. Para mí, de cosas por explorar, de caminos que descubrir, de emociones que recuperar.

Andrea pensó que le sonreía, y sólo tropezó con mi mirada en el momento en que comprendí que nada me dolía.