La libertad parece a veces tan utópica, tan lejana.
Perdidos en un Universo donde no podemos movernos, atados a una gravedad que no nos deja volar, unidos a unos pulmones que no permiten que nos llene el silencio del fondo del océano...
Pero la verdadera libertad no es esa. La auténtica se consigue tras una madurez suficiente de mente y espíritu, tras el convencimiento de la propia identidad, cuando tienes las cartas sobre la mesa y estás dispuesto a jugar.
Nunca se juega sobre seguro en la vida, jamás las apuestas son tan altas y arriesgadas, pero las normas son claras y la actitud es lo que cuenta. Actuamos sobre creencias, sobre lo que somos y hacemos posible, sobre lo que late dentro de nosotros y nos empuja adelante.
Con mi libertad en la mano prescindo de lo que piensen y de lo que digan, sabiendo que estoy en camino correcto hasta que se demuestre lo contrario. Decido... rápida, sutilmente, con el corazón alerta y el alma en vilo, sabiendo que existen los errores y los aciertos. Tomo opciones y las mantengo libremente, pese a todo.
Desde mi libertad creo firmemente en lo que hago, aunque frente a mí vea obstáculos considerados insalvables... ¿para quién?. Ni soy valiente ni soy infalible, creo más bien en mi temeridad y en mi orgullo, y sé que esas cosas tienen precio, que a veces ese precio es muy alto, que se llena el cuerpo de miedo pero que lo más importante es esa sensación de saberse sola ante lo que puedes decidir.
Es ante lo que siento, que me rindo. Es ante lo que no puedo negarme a mí misma. Desde mi libertad escojo quizá lo que me hunda, pero será lo mío. Pienso, cerrando los ojos, dónde está mi felicidad, dónde mi paz... veo más allá de mi propio interior, vuelo por los cielos del mundo, navego por mares desconocidos buscando el objetivo donde pueda posar la mirada.
Desde mi libertad, busco sueños que quizá no estén nunca a mi alcance, pero no desistiré si en el camino encuentro la felicidad de ser yo misma, de hacer sin dar cuentas a nadie, de seguir adelante hasta caer o llegar a la meta.