Isabel

Siempre he sido una romántica empedernida... y así me ha ido. No hablo ya del amor, el romanticismo es una actitud de vida, ligada estrechamente con una sensibilidad y un modo de ver las cosas que puede llevar a un grado de vanidad poco usual. El sentido de la vida, bajo ese prisma, se convierte en una prolongación de todos los sentimientos posibles: lucha, altruismo, grandezas... y el modo de llevarlos a cabo llega a ser a veces un suicidio psicológico, por falta de equilibrio en la razón y por defecto de forma. Las cosas no son extremas, ni para bien ni para mal, y no tiene por qué encontrarse lo más perfecto, preciado o maravilloso en ellas. Pero una vez metidos en la causa justa, buena y excelente, hay que darlo todo. Y a veces, todo es TODO. Apuestas fuertes... adrenalina corriendo perpetuamente, ensalzando el sentimiento de riesgo a todas horas que nos permite vivir en una cuerda floja placentera en el dolor o en la satisfacción, dependiendo de dónde nos encontremos en cada momento.

Lo interesante siempre son las resoluciones, porque cuando no se encuentran no se disfrutan y cuando se encuentran, normalmente son en forma de pérdida. Se apuesta todo, se pierde todo, y te planteas una vez más si debiste hacerlo en aras de ese romanticismo que, con los años, va convirtiéndose en absurdo. Luchando por causas perdidas, velando por altos sentimientos no compartidos por la gente que vive en el mundo real... te perdiste en las ideas y toca encontrarse de nuevo.

Un post hermosísimo por lo que me hiere en lo más profundo de la melancolía, Albúmina humana, en el blog de mi amigo Tino Hargén, me hace mirar dentro de mí a lo que busco, a lo que no sé si quiero encontrar. De nuevo tengo que aprender hoy...