La clase está revuelta. Es casi verano y se acaba el curso, el esfuerzo final (ese que nunca se deciden a hacer) les hastía y les pone nerviosos. Examen tras examen, hasta agotar su parca memoria, su todavía desconocido para ellos espíritu de lucha. Esas hormonas agitadas, el calor, las ganas de sol y playa... intentan estudiar mientras yo corrijo y miro por la ventana enrrejada; consigo abstraerme de la clase. Al otro lado de la ventana se ve la montaña, verde recortada en el azul del cielo veraniego y pienso que es una pena tenerles allí encerrados.
Una de mis chicas me habla, está aburrida, no sé qué le contesto porque mi mente vaga más allá... estoy intentando sentir y, es curioso, no siento nada.
Escucho sus voces, sus risas, a mi vez les hablo, pero dentro de mí escucho por primera vez en mucho tiempo el murmulo de la nada. El corazón que no se encoge, la mente que conserva una cierta relajación interrumpida por esas calificaciones que intento ordenar, mis músculos totalmente relajados, perdidos en la silla.
Para ellos el verano es preludio de pueblo, playa y diversión. Para mí, de cosas por explorar, de caminos que descubrir, de emociones que recuperar.
Andrea pensó que le sonreía, y sólo tropezó con mi mirada en el momento en que comprendí que nada me dolía.
Sentir "nada" es el punto cero, entre el pasado y el futuro. Cerrando puertas, empezando nuevas etapas, sin resentimientos, cicatrizando heridas, recuperando la ilusión.
Isabel, déjate contagiar de la juventud alborotada y rompe esas rejas, el futuro te espera.
Un cariñoso abrazo