Se fueron ilusiones volando con el viento, llevadas a lugares profundos por la marea de la vida, pero no desapareció la esperanza que se mantiene agazapada en los corazones de los que seguimos en el camino.
Las luces de la calle se encendieron, burlando crisis, retando a un final que quizá llegue antes de lo que imaginamos. Final o principio, luz que se mantiene brillando dentro, en lo oscuro del alma inquieta, que acabará por aparecer, exultante y magnífica, a los ojos de todos los que, ciegos aún, ni siquiera miramos.
La gente camina, busca, pierde... quizá su propio Yo, y lo disimula entre comercios, fiestas, ágapes de mil sabores. Esconde su infelicidad y la pinta de Navidad, y acalla su conciencia recién despierta con panderetas y zambombas. Y no sabe que la verdadera música es la que se escucha en el silencio que retumba con la felicidad del día a día.
Que lo importante es tener pan que llevarse a la boca, tener el cariño de los que te rodean, cerrar los ojos y saber que estás en paz con un mundo que no entiendes, pero que es el único que tienes.
Desde dentro enciendo luces, siento magia, creo en todo, miro al cielo.
Desde dentro, la Navidad es otra cosa... es sentir que aún me muevo.
Desde dentro, mi recuerdo a los países que dejé, a la gente que encontré. A aquellos que, por un segundo, miré a los ojos y me dejaron huella. A los niños que me enseñaron a sonreir, a todos vosotros, que me habéis dado un pedacito de alma.
A mis hijos, a mis padres, a mis amigos.... al amor de mi vida, a todo lo que no sé dónde irá a parar a partir de este año que comienza pronto.
Incertidumbres, iluminación, recuerdos, dolor, dicha, sonido, sonrisas, amor. Dentro.