La vida no está hecha para vivirla en paz.
Es una montaña rusa que nos eleva y nos hace descender según el día y la experiencia. Y así mismo nos otorga la ilusión y el miedo.
La vida no es siempre un lecho de rosas, ni tampoco un pozo profundo donde nos perdemos.
Es el lugar en el que abrimos los ojos un día y nos encontramos, de pronto, respirando, y se nos ocurrió la idea de que todo debería ser redondo y plano.
A lo malo de la vida le llamamos frustración, dolor, pérdida o miedo. Pero no son más que duros mecanismos de defensa, aquellos que nos hacen aprender cómo se vencen, en un círculo vicioso de bipolaridad emocional.
Y la realidad es que la vida lleva un paquete completo de sorpresas, que quizá de pequeños nos enseñan a temer por sobreprotecciones ancestrales, y de adultos no sabemos aceptar por ser una lucha contínua y cansada.
Ahora que conozco las subidas y bajadas,
que llevo de la mano mis descensos,
que me elevo por encima de las nubes cuando sé que lo merezco,
ahora sé que, simplemente, vivo.
Y no me esfuerzo demasiado por ir contra el sentimiento,
porque si es malo, lo aguanto y lo capeo,
y si es bueno, lo dejo vibrar bien dentro,
hasta que me deja huella.
A veces es cansado vivir de esta manera,
la única que me deja ser yo misma,
aunque me falten opciones o me sobren las ideas.
Es una montaña rusa que nos eleva y nos hace descender según el día y la experiencia. Y así mismo nos otorga la ilusión y el miedo.
La vida no es siempre un lecho de rosas, ni tampoco un pozo profundo donde nos perdemos.
Es el lugar en el que abrimos los ojos un día y nos encontramos, de pronto, respirando, y se nos ocurrió la idea de que todo debería ser redondo y plano.
A lo malo de la vida le llamamos frustración, dolor, pérdida o miedo. Pero no son más que duros mecanismos de defensa, aquellos que nos hacen aprender cómo se vencen, en un círculo vicioso de bipolaridad emocional.
Y la realidad es que la vida lleva un paquete completo de sorpresas, que quizá de pequeños nos enseñan a temer por sobreprotecciones ancestrales, y de adultos no sabemos aceptar por ser una lucha contínua y cansada.
Ahora que conozco las subidas y bajadas,
que llevo de la mano mis descensos,
que me elevo por encima de las nubes cuando sé que lo merezco,
ahora sé que, simplemente, vivo.
Y no me esfuerzo demasiado por ir contra el sentimiento,
porque si es malo, lo aguanto y lo capeo,
y si es bueno, lo dejo vibrar bien dentro,
hasta que me deja huella.
A veces es cansado vivir de esta manera,
la única que me deja ser yo misma,
aunque me falten opciones o me sobren las ideas.