Isabel
Yo era una niña buena, más bien sumisa, ilusa, romanticona y crédula en demasía. Me habían educado en que las cosas se consiguen con esfuerzo, que la voluntad mueve montañas, que el amor todo lo puede y que si quieres, puedes.

Al crecer, seguí teniendo fe en muchas cosas... leía a Paulo Coelho, a Tagore, y creía que cuando pones tu voluntad en el Universo, él se dispone para ti. A medida que pasaba el tiempo y entraba en mi madurez como persona inteligente, más cuenta me iba dando de que la vida era otra cosa... de que ya podías confabularte con ese Universo, hecho de polvo y piedras, que nada se movía si no se tenía que mover. Aún así, pensaba que el amor era pura fuerza, que se tenía que reconocer, y que quien era capaz de verlo y entenderlo era capaz de mover el mundo. Hasta que la vida, de nuevo, me enseñó más que los libros.

Me da que no. Que lecturas como "El Secreto" son pura patraña, creados para ilusos que intentan ver la vida de color de rosa.
Me da que no. Que las cosas son como tienen que ser, que ya te puedes dar con un canto en los dientes; poco dominio tiene el ser humano sobre ciertas cosas.
Que el amor es cosa de dos y nadie puede obligar a nadie, te pongas lo linda, amorosa, sincera, emotiva que te pongas. Que lo que tiene que pasar, pasa.

Sí es cierto que hay momentos y situaciones que se pueden cambiar: lo que concierne a uno mismo, lo que depende de uno y es para uno. Pero si hay que implicar a otras personas, no hay nada que hacer.
Soy una adulta que mañana cumple años, ya muchos, nunca demasiados. Y que ha aprendido tanto que me siento orgullosa y forma parte de mi felicidad. Me alegra decir que también he desaprendido, que ya no soy de las que ponen en manos del Universo, o de leyes que no pertenecen a la Física, ni mi vida, ni mi amor ni mi destino.

Lo que tenga que ser, será. La vida y yo estamos reconciliadas. Me da que sí.
Isabel
Uno de esos domingos en que daría cualquier cosa por no tener que estar en casa... las golondrinas vienen a visitarme casi a la puerta de la terraza. Osadas ellas, que pueden volar libres de obligaciones.

La primavera gira poco a poco a verano, pero estamos a fin de curso y los exámenes se acumulan y la responsabilidad llama al trabajo, aún en mañana de domingo. Pocas veces me he sentido así de tranquila. Será que la edad lleva a esa madurez en que decides si tu vida se rige o no por una sonrisa. Ya se acerca mi cumpleaños de nuevo, no pienso hacer ni un solo balance, no pienso mirar hacia atrás, porque la vida no se mide por lo que pasó, sino por lo que está al llegar.

Me decía un amigo querido ayer que lleva una temporada en la que ha dejado de conformarse con las cosas que le otorgaba un pasado pasivo, y que a partir de ahora tocaba mirar el rendimiento que iba a sacar a los años que quedaban por delante. Esa es la actitud. Esa, y no otra. Porque uno trabaja su vida desde el presente que conforma el día a día, y con los días que se van, se debe afirmar lo que uno desea en adelante.

Miro por la ventana y no, definitivamente no me apetecen quejas ni malos humores ni pesares ni nada de nada que no sea imaginar la playita cercana. Y eso que no puedo... Crema a montones, sol de tarde, nada de horas punta... y bañarme en el agua caliente de las siete.

Uno hace de su vida lo que quiere. Podría estar amargada, decepcionada, llorosa y muerta de miedo, pero no me da la gana... estoy en una etapa rabiosamente adolescente en cuanto a mi propia revolución mental. No le tengo miedo a nada, quizá porque ya me venció tanto que, al final, es casi como decía Marlon Brando en Apocalypse Now: del horror hay que hacerse amigo.

Después de algunos capítulos de mi vida un tanto angustiosos, solo me queda descubrir lo que me espera allá delante y abrazarlo todo, como si fuera la primera vez. Querer hasta el último de los suspiros, desde el frío hasta el calor, dejarme la piel sintiendo la compañía y la soledad. Me queda la mitad de mi vida, como dice mi hijo pequeño (me da que cuenta mal o que me quiere mucho), así que adelante con ella, empezando por este domingo precioso entre exámenes. Si se me ha concedido de nuevo la vida, sería de necios no aprovecharla.

Isabel
...Y seguiré aquí. A pesar de que tocaba perseguir mis sueños y realizar lo que Coelho decía en su Alquimista... cada día que pasa me doy más cuenta de que la literatura no es más que eso, palabras en un papel. 

A pesar de que iba a emprender un viaje más allá de tiempos y distancias hacia lo que era desconocido, pero muy mío. Con la disposición de quien se adentra en una selva peligrosa, pero adorada, iba a tomar un avión y volar y volar... Pero no, una vez más la Tierra se me hace enorme e inabarcable. 

Y no solo la Tierra... las personas se me hacen lejanas e incomprensibles. He dejado de querer entender, de poco sirve ya. He dejado de hacerme preguntas sin respuesta. Ahí está mi vida, en toda su belleza y esplendor, en momentos de éxitos e ilusiones, de risas y de calmas. Ahí está, vaciando lo que quedaba en las bodegas, para que no pese demasiado. 

Llegará el verano y me pillará desprevenida, despistada, untándome con kilos de crema solar factor 60 y con cara de no saber muy bien qué hacer. Y creo que, a la vez, con la misma sonrisa y la misma gana de playa, esta vez solo de tarde. Descansaré en las tardes de luz de sueño, me bañaré en las aguas cálidas de mi Mediterráneo (¿pero dónde voy a estar mejor yo que en mi mar?). Y bailaré como si nadie me viera... ah, que también es literatura. 

Dejo aquí la letra de una canción de Ana Torroja que siempre me gustó. Literatura y música, mala mezcla para las emociones. Y ¡qué ganas de que llegue el verano! 

Te he querido tanto
y por tanto tiempo
y con tantas ganas
y con tanto empeño…
con tan poca suerte
con tan poco acierto
con poca esperanza
sin ningun remedio.
Isabel
Aunque se viven los días con intensidad profunda, agarrando el segundo a dos manos, sorbiendo cada instante e inspirando cada molécula con olor a tiempo... pasan los años.

Vuelan, haciéndose pasar por mentirosos, cuando te miras al espejo y sólo aconteció una sombra. Tú sabes que no es así.

Hay marcas que aparecen en tu cuerpo, señales inequívocas de que la física toma su papel y mueve el espacio a tu alrededor. Hay detalles que te aconsejan que vuelvas a detenerte y a fijarte en las cosas que parecen inmutables, y no lo son.

Miro a mis hijos hacia arriba... no son niños ya. Camino por las calles al encuentro del destino diario, a veces del destino del momento, allí donde he llegado, en el presente en que me encuentro, tan distinto al que había imaginado. Un presente feliz, en el que estoy como pez en el agua, al que he llegado tan lentamente que ni siquiera he notado cómo se sucedían las caídas de las hojas, los instantes de calor, las nieves que nunca antes había visto y ahora se me volvieron hasta naturales.

Los años me pasan  por encima, por al lado, incluso por dentro del reloj. No me doy cuenta, a veces, que no son los mismos segundos. Como el agua del río, brotan y se van... aparecen y me dejan huella. Los recojo y sigo adelante. Dentro de mí, el tiempo se paró hace ya... y en ese momento de espera latente, todo alrededor siguió girando. 


Años, esperas, tiempo, instantes, evolución... contradicciones eternas de mi ser que me mantienen viva o que quizá me matan. Es como sé vivir, y como quizá será durante muchos años.


Isabel
Pasan los años, pasan las Navidades, pero todas son distintas, todas especiales. 

No hago propósitos, que luego no los cumplo. Pero sí tengo deseos, porque aún creo en la magia, en todas las magias. 

Magia fue lo que ocurrió hace dos años, cuando enero me trajo el primer año de felicidad en muchos, que se han seguido repitiendo. 

Magia es lo que ocurre día a día, cuando río y cuando siento, cuando se me sube la tristeza a la nariz y sé que es porque estoy viva y tengo sensibilidad. 

Cuando miro a mis hijos y les veo crecer. Cuando me miro al espejo y me veo envejecer... lentamente y con estilo. Me gustan las Navidades sin nieve en la ventana y con calor en el corazón, con los síes y los noes, con las ganas de seguir intentando, consiguiendo, luchando, aprendiendo.

Magia es vivir la amistad en muchas dimensiones, conocer el lado bueno de la gente, rodearte de aquellos que te hacen sentir que todo vale la pena. Magia es seguir sintiendo que el amor existe, allá donde esté, escondido y sutil, pero siempre dentro de ti. 

Porque no necesito volver a casa por Navidad... la llevo en el interior, mi hogar está donde esté yo, donde mi sonrisa quiere, donde enciendo una vela y bailo en la oscuridad. En las letras de este blog, en las vuestras. Ésta es otra Navidad; de nuevo, la mejor.