Isabel
Es temprano todavía, para ser domingo. Apenas dieron las diez.
El sol entra por la ventana y la temperatura es tan agradable que el aire se nota como la misma piel; el cielo permanece, desde hace días, azul y despejado. Ya es verano.

Me asomo al balcón y me dejo acariciar, y vengo al ordenador a escribir esas impresiones que se me quedaron toda la noche escondidas desde que leí el útimo post de Frabisa, sobre la espera.
Sigo pensando lo mismo que ayer... no espero. No espero más, no espero nada. Sólo vivo, miro y disfruto de la inmediatez.

No puedo dedicar energías inútiles a guardar sentimientos y emociones para el mañana, para un futuro que no existe, que no ha llegado y que depende, en mucha medida de mí, pero en mucha otra, de los demás. No quiero dejar mi tiempo en manos de la incertidumbre o de las interrogaciones sin respuesta. Ni, por supuesto, dejar ahí mi felicidad.

El momento me da medidas. Sé que soy feliz porque es final de junio y mis vacaciones están a la vuelta de la esquina, porque tengo un billete de avión ya confirmado que me llevará a otro mundo del cual aún no sé nada... y lo que me hace feliz es saberme de viaje, que es lo único que sé posible.

Mis hijos aún duermen plácidamente al otro lado de esta pared. Se despertarán en poco rato y viviremos otro de nuestros días, aunque ni siquiera sepa lo que nos va a suceder, pero sí que estaremos juntos y eso basta.

Miro adelante y veo que no necesito nada de lo que un presunto futuro me pueda ofrecer y que no tenga ahora... exceptuando una sola cosa. Y el amor ni me preocupa ni me conmueve, porque si tiene que aparecer, ya lo hará y si no, seguiré aquí. Pero para seguir aquí tengo que vivir los instantes, disfrutar de las mañanas tiernas de domingo y no pensar en lo que haré el jueves... ya llegará.

Dejo una selección de fotos tomadas este fin de semana pasado en Granada, uno de esos viajes imprescindibles e inolvidables que valen la pena vivir segundo a segundo, sin esperar nada.


Isabel
Entra el sol por la ventana en esta tarde de junio. Ese sol de las siete, que guarda el calor y el afecto, que guarda la luz que ilumina el cabello y la mirada.

Escribo sentimientos que no necesitan un trozo de papel, sólo la calma y el silencio. Me gusta sentir el sonido del teclado que rompe la quietud, mientras me acarician los rayos del sol a través de las cortinas.

Quisiera saber escribir historias, cuentos de amor y vida, escenas de ternura, pero eso lo dejo a aquellos que nacieron para saber relatar lo que les dicta la imaginación. Me gustaría, incluso, poder describir mis sueños, que a veces entran por la misma ventana que estos rayos de luz y me iluminan aún en la oscuridad, pero tienen colores demasiado extraños, sonidos demasiado indescriptibles, y me pierdo solamente intentando retenerlos en mi memoria unos minutos o unas horas después de haberlos soñado.

Adoro esta soledad de tarde, que me permite entregarme a escenas contemplativas, a lecturas que me sumergen en otros mundos. Y no digo nada y lo digo todo... lo bello que es el mundo contemplado desde la sencillez de esta habitación cálida de tonos suaves.

Mientras escribo, se me ocurre que quizá debiera buscar un taller de escritura donde pueda aprender a desarrollar otras ideas, a expresar otras búsquedas y otros hallazgos. Y así la mente sigue vagando por los derroteros de la actividad... cuando llega esa calma ansiada, siempre busca de nuevo el movimiento para sentirse viva.

Ahora emprendo el sendero de la paz, de la quietud de las tardes de verano en las que cantan golondrinas y se pone el sol lentamente. Sintiéndome casi invulnerable, casi perfectamente feliz.
Isabel
Tiempo de volver a las andadas, ahora que calienta el sol.

Tiempo de escribir de nuevo. De pensar en cualquier cosa que ronda por los exteriores de mi cabeza (ya llegaron las golondrinas... qué calorcito que hace... a ver cuándo me escapo a la playa... ) y de querer plasmarlo en este papel virtual que no contamina y que me hace feliz.

Tiempo de volver a leer. Me paso la vida entre libros, libretas, letras, ciencias escritas, y no tengo ni un momento para volver a abrir ese libro que cría polvo en la mesita de noche, que guarda un final intenso (lo sé) y que reservo para alguna de estas noches. Y tampoco de visitar esos blogs amigos que me aportan momentos de buenos aprendizajes. Pero ahora sí, ahora ya llegan los minutos regalados, los instantes de sillón y de buena luz mientras pasa el tiempo.

Tengo tantas ganas de literatura que a veces ni me creo que tenga alma de ciencia. Y me sigue pareciendo pura poesía la misma vida que he estudiado con fervor, y siento el arte y la música en los números. Por eso necesito volver a escribir, invocar a las musas y poner a bailar frases. Y volver a leer, a aquellos que hacéis poesías, a los que vibráis con canciones, a las madres, a los hijos, a los que tienen amores y a aquellos que los perdísteis.

Ahora vuelve el buen tiempo... mi tiempo.