Es temprano todavía, para ser domingo. Apenas dieron las diez.
El sol entra por la ventana y la temperatura es tan agradable que el aire se nota como la misma piel; el cielo permanece, desde hace días, azul y despejado. Ya es verano.
Me asomo al balcón y me dejo acariciar, y vengo al ordenador a escribir esas impresiones que se me quedaron toda la noche escondidas desde que leí el útimo post de Frabisa, sobre la espera.
Sigo pensando lo mismo que ayer... no espero. No espero más, no espero nada. Sólo vivo, miro y disfruto de la inmediatez.
No puedo dedicar energías inútiles a guardar sentimientos y emociones para el mañana, para un futuro que no existe, que no ha llegado y que depende, en mucha medida de mí, pero en mucha otra, de los demás. No quiero dejar mi tiempo en manos de la incertidumbre o de las interrogaciones sin respuesta. Ni, por supuesto, dejar ahí mi felicidad.
El momento me da medidas. Sé que soy feliz porque es final de junio y mis vacaciones están a la vuelta de la esquina, porque tengo un billete de avión ya confirmado que me llevará a otro mundo del cual aún no sé nada... y lo que me hace feliz es saberme de viaje, que es lo único que sé posible.
Mis hijos aún duermen plácidamente al otro lado de esta pared. Se despertarán en poco rato y viviremos otro de nuestros días, aunque ni siquiera sepa lo que nos va a suceder, pero sí que estaremos juntos y eso basta.
Miro adelante y veo que no necesito nada de lo que un presunto futuro me pueda ofrecer y que no tenga ahora... exceptuando una sola cosa. Y el amor ni me preocupa ni me conmueve, porque si tiene que aparecer, ya lo hará y si no, seguiré aquí. Pero para seguir aquí tengo que vivir los instantes, disfrutar de las mañanas tiernas de domingo y no pensar en lo que haré el jueves... ya llegará.
Dejo una selección de fotos tomadas este fin de semana pasado en Granada, uno de esos viajes imprescindibles e inolvidables que valen la pena vivir segundo a segundo, sin esperar nada.
El sol entra por la ventana y la temperatura es tan agradable que el aire se nota como la misma piel; el cielo permanece, desde hace días, azul y despejado. Ya es verano.
Me asomo al balcón y me dejo acariciar, y vengo al ordenador a escribir esas impresiones que se me quedaron toda la noche escondidas desde que leí el útimo post de Frabisa, sobre la espera.
Sigo pensando lo mismo que ayer... no espero. No espero más, no espero nada. Sólo vivo, miro y disfruto de la inmediatez.
No puedo dedicar energías inútiles a guardar sentimientos y emociones para el mañana, para un futuro que no existe, que no ha llegado y que depende, en mucha medida de mí, pero en mucha otra, de los demás. No quiero dejar mi tiempo en manos de la incertidumbre o de las interrogaciones sin respuesta. Ni, por supuesto, dejar ahí mi felicidad.
El momento me da medidas. Sé que soy feliz porque es final de junio y mis vacaciones están a la vuelta de la esquina, porque tengo un billete de avión ya confirmado que me llevará a otro mundo del cual aún no sé nada... y lo que me hace feliz es saberme de viaje, que es lo único que sé posible.
Mis hijos aún duermen plácidamente al otro lado de esta pared. Se despertarán en poco rato y viviremos otro de nuestros días, aunque ni siquiera sepa lo que nos va a suceder, pero sí que estaremos juntos y eso basta.
Miro adelante y veo que no necesito nada de lo que un presunto futuro me pueda ofrecer y que no tenga ahora... exceptuando una sola cosa. Y el amor ni me preocupa ni me conmueve, porque si tiene que aparecer, ya lo hará y si no, seguiré aquí. Pero para seguir aquí tengo que vivir los instantes, disfrutar de las mañanas tiernas de domingo y no pensar en lo que haré el jueves... ya llegará.
Dejo una selección de fotos tomadas este fin de semana pasado en Granada, uno de esos viajes imprescindibles e inolvidables que valen la pena vivir segundo a segundo, sin esperar nada.