Isabel
Para que el hombre nos entienda, para que cese la violencia, para que nosotras sepamos ser quienes somos y hacer de ello un arte. 

Una mujer muy mujer aprende la diferencia entre vivir sola y ser solitaria. Comprende la dulzura de su hogar, con su toque especial, la calidez de las luces y el color de las paredes. A nuestro modo. Mientras el teléfono suena y la agenda se completa... dejando, de vez en cuando, momentos para esa soledad voluntaria de pijama, película y copa de vino.

Aprendemos a gustarnos y a querernos, independientes y libres, observando opiniones ajenas y guardando tu propio juicio para la decisión final: cada una de nosotras sabe lo que quiere de su ropa, del corte de su cabello, la largura de sus faldas o el alto de sus tacones. Y el "me gusto" del espejo prevalece sobre todos los demás.

Somos madres amantísimas y a tiempo completo, para rotos, descosidos, organización de cumpleaños o arreglos de ordenador. Las abnegaciones y sacrificios nos quedan lejos, porque funcionamos a base de amor y vida, de apertura, diálogo y luz. 

Amantes de fuego, incondicionales, tan capaces de escuchar en el silencio como de llenarlo de besos. O saltar a sus brazos y llevarle al cielo. Desde el respeto, desde la iniciativa, en momentos bajos, de soledad compartida, hasta en el mismo infierno. Compartiendo mundos de dos donde no caben violencias, ni maltrato. Donde dos son iguales, en el amor y en el desenfreno. 

Al final, lo que gusta de la mujer muy mujer es la sonrisa y la seguridad. Lo que gusta es que te gustes, y que bordes el sentido de tus movimientos al compás de lo que sabes y lo que vives. Feminidad, sabiduría, equilibrio, satisfacción... armas de mujer convertidas en armonía, en una obra de arte en la que no importa el envoltorio, sino sólo el magnetismo en el que todas, TODAS, somos canción. 

Vivamos con orgullo de ser madres, amantes, mujeres. De sentirnos guapas, de sentirnos bien. Obras de arte, llenas de luz.