Isabel
La mañana no empieza muy pronto (por fin). El sol ya está alto cuando desayuna en la terraza, llevándose la taza a los labios con parsimonia, saboreando el Cola Cao que sigue tomando como cada día desde que tiene uso de razón.

Mira los geranios... los primeros que tiene en años. Nunca se le dieron bien las plantas, pero ahora tiene la paciencia y el tiempo que antes no tenía y lo quiere volver a intentar. Parece que esta vez sí, las flores rosadas están abriendo, los brotes verdes apuntan. Sonríe.

Arregla la casa, lo justo y necesario porque, en las temporadas que pasa sola, apenas se necesita un ligero mantenimiento diario. Todo reluce a su alrededor, todo tiene su sitio.

Casi a mediodía se sienta a leer. Ahora sí hay tiempo. Los libros se agolpan en la memoria del eBook y en sus ganas de devorarlos, de adentrarse en personajes y en circunstancias. Murakami y su Tokio Blues descargan sus pasiones página tras página. Sumergida en la lectura, el tiempo pasa sin apenas darse cuenta.

La comida, un capítulo de una serie de humor, otro rato de lectura... un paseo por la calle cuando el sol cae y ya no envuelve todo con ese calor espantoso de pleno verano.

Hasta la hora de dormir. Apaga la luz y cierra los ojos. Nada más. No hay pensamientos, no hay emociones, no hay impaciencia ni tampoco esperas. No quedan ansiedades vanas ni miedos, se borraron sentimientos que angustiaban. Sólo queda el sueño reparador.

Después de nueve meses de arduo trabajo, esos días de soledad veraniega le traen paz, le dejan el sabor de boca de la vida que transcurre, que fluye, sin más...

Mañana será otro día y Norvegian Wood seguirá sonando en las páginas de Murakami. Y quizá muy, pero que muy profundamente, sus ecos en algún lugar de lo más hondo de su corazón.