Isabel
Después de mi verano tan particular ha costado llegar a casa y poner las cosas en orden.

Conforme pasan los años, el orden se convierte casi en obsesión... quizá porque la memoria empieza a fallar y necesitas rapidez para encontrar lo que hace falta, quizá porque te da seguridad en lo propio.

La casa ya está como debía, los libros andan en marcha, los archivos del ordenador (curioso el nombre) se hallan localizables, y yo comienzo a tener esa paz interior de quien mira las horas pasar y presiente su contenido.

La mente también está en su sitio: la organizo en pequeños cajones, como me enseñaron a hacer tiempo atrás. En cada uno se halla una emoción, un recuerdo, una persona, una ocupación, de manera que son independientes y se pueden cerrar o abrir a voluntad... la verdad es que, hablando de "mente" y de "emociones", el término "voluntad" es un tanto desacertado.

Con un poco de ejercicio práctico, que varía entre meses y años, dependiendo del sujeto en cuestión, una es capaz de abrir un cajoncito, extraer su información y ocuparse de su contenido sin necesidad de abrir el resto. Eso permite el lujo de concentrarse en una sóla cosa de por vez y no tener interferencias. Optimiza el orden emocional y elimina la pre-ocupación lo máximo posible. ¡Ni que decir tiene que sigo practicando el modo de sólo tener un cajón mental abierto a la vez!

Quizá porque ahora relativizo mucho las cosas, exprimo las realmente importantes y omito directamente las que me parecen triviales, me encuentro con un tiempo maravilloso del que puedo disponer. Me sobran minutos para poner en práctica el ejercicio de la risa, de la escucha, del silencio propio. Me sobran incluso horas para compartir con la gente, para dedicar a quien amo.

¡La de tiempo que se pierde cuando la vida se desordena! Y más si la dedicamos a todo aquello que nos sobra. Aprender a valorar lo que realmente, y desde el fondo del corazón, nos sirve es lo que único que importa.



Isabel
Y aunque al otro lado de la ventana caiga la lluvia con rabia y los truenos atraviesen el cielo y lo hagan vibrar, aquí dentro existe paz y alegría.

Cómo cambia la vida con las pequeñas cosas... cómo hacen madurar y verlo todo distinto. Y no es más que eso: mirar con otros ojos, sentir a través de otros, disfrutar de momentos intensos con cualquier cosa, trivializar acontecimientos y reir.

Siempre me gustaron las tormentas de verano, su ruido ensordecedor, su furia desatada, pero ahora no sólo me gustan... me producen emoción.

Y sé que si sigo así me van a salir arrugas alrededor de los ojos, pero ¡¡qué bienvenidas que van a ser!!. Porque el día que me vaya seguro podrán asegurar que he sonreído mucho, por todo, con todo.

Hoy quizá no tenga mucho que decir, pero sí mucho por sentir, y me gusta compartir la felicidad de finales de verano... o principios de otoño, finales de invierno... felicidades, en definitiva.

Gotas de lluvia, ruido de truenos, rayos luminosos, sonrisas al viento... para disfrutar.
Isabel
Dos velas con aroma a fruta.
Un libro de texto sobre la mesa.
Mi plato de verdura, el agua fría.
El pensamiento lejos, muy lejos.
Música de Miles Davis.
Los sentimientos... que se despiertan lentamente después de permanecer medio dormidos.
La inspiración, que gira como las notas del piano.
La noche entrando por la ventana abierta, sin luna.
Un teléfono que suena sin responder.
El teclado que acompaña a mis dedos.
Recuerdos que viven dentro de mi mente: el frío en el verano, estrellas desconocidas, horas fuera de tiempo, flores en el jardín.
La brisa que mueve las cortinas.
Mi silencio, mis latidos, mis sentidos.
Y yo.