Después de mi verano tan particular ha costado llegar a casa y poner las cosas en orden.
Conforme pasan los años, el orden se convierte casi en obsesión... quizá porque la memoria empieza a fallar y necesitas rapidez para encontrar lo que hace falta, quizá porque te da seguridad en lo propio.
La casa ya está como debía, los libros andan en marcha, los archivos del ordenador (curioso el nombre) se hallan localizables, y yo comienzo a tener esa paz interior de quien mira las horas pasar y presiente su contenido.
La mente también está en su sitio: la organizo en pequeños cajones, como me enseñaron a hacer tiempo atrás. En cada uno se halla una emoción, un recuerdo, una persona, una ocupación, de manera que son independientes y se pueden cerrar o abrir a voluntad... la verdad es que, hablando de "mente" y de "emociones", el término "voluntad" es un tanto desacertado.
Con un poco de ejercicio práctico, que varía entre meses y años, dependiendo del sujeto en cuestión, una es capaz de abrir un cajoncito, extraer su información y ocuparse de su contenido sin necesidad de abrir el resto. Eso permite el lujo de concentrarse en una sóla cosa de por vez y no tener interferencias. Optimiza el orden emocional y elimina la pre-ocupación lo máximo posible. ¡Ni que decir tiene que sigo practicando el modo de sólo tener un cajón mental abierto a la vez!
Quizá porque ahora relativizo mucho las cosas, exprimo las realmente importantes y omito directamente las que me parecen triviales, me encuentro con un tiempo maravilloso del que puedo disponer. Me sobran minutos para poner en práctica el ejercicio de la risa, de la escucha, del silencio propio. Me sobran incluso horas para compartir con la gente, para dedicar a quien amo.
¡La de tiempo que se pierde cuando la vida se desordena! Y más si la dedicamos a todo aquello que nos sobra. Aprender a valorar lo que realmente, y desde el fondo del corazón, nos sirve es lo que único que importa.
La casa ya está como debía, los libros andan en marcha, los archivos del ordenador (curioso el nombre) se hallan localizables, y yo comienzo a tener esa paz interior de quien mira las horas pasar y presiente su contenido.
La mente también está en su sitio: la organizo en pequeños cajones, como me enseñaron a hacer tiempo atrás. En cada uno se halla una emoción, un recuerdo, una persona, una ocupación, de manera que son independientes y se pueden cerrar o abrir a voluntad... la verdad es que, hablando de "mente" y de "emociones", el término "voluntad" es un tanto desacertado.
Con un poco de ejercicio práctico, que varía entre meses y años, dependiendo del sujeto en cuestión, una es capaz de abrir un cajoncito, extraer su información y ocuparse de su contenido sin necesidad de abrir el resto. Eso permite el lujo de concentrarse en una sóla cosa de por vez y no tener interferencias. Optimiza el orden emocional y elimina la pre-ocupación lo máximo posible. ¡Ni que decir tiene que sigo practicando el modo de sólo tener un cajón mental abierto a la vez!
Quizá porque ahora relativizo mucho las cosas, exprimo las realmente importantes y omito directamente las que me parecen triviales, me encuentro con un tiempo maravilloso del que puedo disponer. Me sobran minutos para poner en práctica el ejercicio de la risa, de la escucha, del silencio propio. Me sobran incluso horas para compartir con la gente, para dedicar a quien amo.
¡La de tiempo que se pierde cuando la vida se desordena! Y más si la dedicamos a todo aquello que nos sobra. Aprender a valorar lo que realmente, y desde el fondo del corazón, nos sirve es lo que único que importa.