Isabel

... y después de todo lo vivido, me merezco un descanso hasta de sentir.
Se me aclararon las ideas un día de este invierno. Y tardando, porque madurar en casi 47 años tiene su chiste.
A estas alturas tengo claro que se trabaja para vivir, no se vive para trabajar. Porque aunque amo mi trabajo, aunque me doy en cada clase, en cada fragmento de conocimiento, en cada consejo, en cada palabra de cariño o cada bronca, mi horario se termina a las cinco y entonces, siempre que no tenga correcciones, mi deber es desconectar y convertirme en el ama de casa de friega, limpia y barre (porque no me lo hace nadie), en la mujer que descansa frente a una pantalla viendo películas, en la madre de dos adolescentes que hay que cuidar mejor que cuando eran bebés... o con más esmero, si cabe.

A estas alturas tengo claro lo que es el amor. O mejor dicho, lo que no es. Que el amor tiene etapas, tiene momentos de conversión. Y que ahora no tocan las mariposas en el estómago ni las palabras de adorno, ni las letras empalagosas de canciones... ni siquiera las poesías.
Sólo la compañía normal de un ser normal que realice funciones normales dentro de un hogar, con momentos dulces y momentos tiernos, y alguna discusión de tanto en tanto. Sin más. Porque pedir más es volver a juventudes que no existen, a ideales que hace tiempo pasaron a mejor vida.

A estas alturas tengo claro que mis hijos no son de mi propiedad. Carne de mi carne, sangre de mi sangre, cómo se me parecen... pero son individuos con su personalidad, sus gustos y sus aficiones. Y se irán antes de lo que me creo. Y tendré que dejarles marchar sin lágrimas, porque están aquí para eso. Intenté darles lo mejor para cuando partan de mi lado. Que sean los hombres que quieran ser.

A estas alturas sigo creyendo en la amistad como cuando tenía 12 años. Quizá porque encontré a mis compañeros de escuela (¡¡bendito, a veces, Facebook!!) y volver a verles y gozar de su compañía, más de 30 años después, ha sido lo mejor de este año con creces. En otros cuerpos, las mismas miradas, la misma frescura. La misma intensidad en los abrazos, aunque otras ideas... que la vida gira y gira, y nos lleva por donde jamás pensamos.

A estas alturas duermo. Lo cual es un regalo. Controlo mis emociones, dejando que todo fluya, lo bueno y lo malo, sin ser pasotismo, sino aceptación. Ya no lloro... se me quedaron las lágrimas por el camino, pero no la sonrisa. Me dicen que he perdido algo. Qué más dará, si me siento más viva que nunca... unas veces se pierde y otras se gana. Lo perdido, buena paga es por tener ahora lo que tengo... la conciencia de que a estas alturas queda mucho por esperar de la vida.