No suelo hablar de amor en este sitio. Ni en ninguno. No porque no lo haya sentido o no lo sienta, simplemente no era el momento.
Pero, como cada año, llegó San Valentín, ese día engañoso y comercial en el que se dan cita hipocresías y verdades, donde se cruzan palabras bellas con sentimientos vacíos. Y no puedo por menos que pensar en el Amor. Con mayúsculas.Lejos de la concepción literaria, lejos de la poesía y del encanto de la química primera. En el Amor, como emoción que fluye, no como sentimiento. Voy a escribirte hoy, Amor, para que veas que no hay rencores en el alma, que no hay confusión y que, como emoción intensa, aún te quiero.
Porque has estado y aún estás, ahí guardado en un rincón del que no sales.Porque has llegado a mi encuentro en ocasiones contadas, intensas e inmensas.
Porque llegas y te vas, y me dejas el vacío y me llenas de nuevo para volverme a dejar.
Te escribo porque te creo, porque en el fondo, y aunque me resista, te admiro.
Porque eres oscuro y triste, o bien brillante y alegre, dependiendo de cómo te mire... soy yo la que te mira y la que te dirige, la que te da forma y la que esculpe mis propios miedos en ti, también mis pasiones.
Porque no me equivoco cuando sé que tu nombre inspira pocas realidades y mucho de lo que llevamos dentro... y sé que la vida te cambia y te lleva y domina. Y estás ahí, Amor, lejos de donde te construyen canciones y poemas, tan lejos...
Porque sé que el ser humano te disfraza de idealismo, de belleza, cuando eres menos hermoso y más profundo de lo que queremos comprender. Y te prefiero así, real en mis carnes, hondo en mi alma, duro en tu frialdad y en tu pureza.
La vida se vive contigo o sin ti, ni mejor ni peor, sólo distinta. Y lo bueno es que estás ahí, que te he sentido y que, el último día de mi vida, podré decir que has existido. Fuera de San Valentín.