Puede parecer que nada necesito, porque lo tengo casi todo.
Puede dar la impresión de que mi independencia consiste en ser capaz de vivir apartada del resto de Universo, porque tengo un vasto mundo interior.
Quizá doy a entender que la afectividad no va conmigo, porque no preciso hablar de amor para vivir.
O tal vez que mi empeño en estar en todas partes, saber de todo un poco, tomar con avidez lo que voy encontrando, sin preguntar ni pedir permisos, es síntoma de que la soledad es mi compañera más preciada.
Y sí es cierto que me desenvuelvo sola, que vivo lejos de abrazos amorosos, que me despierto sola en mi cama grande y cómoda, sin dolores de espalda. También que mis hijos me besan, mis amigos me quieren, mi familia me cuida y yo misma he llegado a una claridad tan intensa en mi vida que a veces me deslumbra.
Pero no hay nadie en el mundo que no necesite nada, que no eche de menos algo pequeño, que no tenga algo de vacío en un lugar del corazón. Sea coraza, sea movimiento, sea actividad frenética o esa impresión de seguridad que a veces atemoriza... la cuestión es que soy persona, como todo el mundo.
Dicen que no necesito nada, y ciertamente soy inmensamente rica en tantas cosas... pero aún queda el rinconcito de la nostalgia, del beso, de las manos en la distancia.
No es tristeza. Es la revindicación de que soy humana, pese a mi independencia.
(No se me da bien el zen, pienso demasiado.
Lo mío es hacer jardines de arena y escribir haikus.
Seguiré intentando con el tai chi. Al menos, te mueves).
Arena y velas.
Besos. Versos.
Acariciame, como el sol.
Como el agua del mar.
Piel y mar, sal.
Sin ver, sentir.
Sin hablar, respirar.
Sin moverme, temblar.
Vivo. Sueño.
Necesito. Tengo...
Casi.