Isabel


Para los momentos alegres, incluso para los tristes.
Para los seres queridos y para los desconocidos.

Para sentir intenso lo que te rodea, y por lo que no contemplan los ojos, pe
ro sabes que existe. Para quitar las arrugas de la vida, y poner las que te dan los años.
Para demostrar lo que vale cualquier detalle,
agradecer lo que se te ofrece, demostrar lo fuerte que eres.
Para hacer frente a las luchas, a los males, a los sinremedios.
Para todo eso, nada mejor que una sonrisa.



Hay tanta cura en una sonrisa, tanta vida por regalar... estos días atrás me llené de sonrisas al descubrir, en la tierra que me vió nacer, cosas nuevas en las que no había reparado en los últimos 46 años. Caminos desconocidos, senderos suaves, montañas que se yerguen orgullosas, ríos de plata que se cimbrean sensuales sobre los prados. El sol, que hace renacer de nuevo las experiencias internas. La Naturaleza exultante de vida, entre la tierra seca y caliente, donde las formas se adaptan y convierten la aparente fealdad en algo maravilloso.




¿Cuánto más queda por sentir?. Año tras año, no puedo por menos que agradecer a mi tierra caliza y blanca que se mantenga cambiante, siempre joven, dejándose acariciar por el agua que la penetra como un amante todavía enamorado, que descubre aún entre sus surcos la belleza que el tiempo le otorga y que le entrega.

Isabel
Existen momentos en que se vive hacia adentro. El único espejo que nos dice la verdad es el del alma, el que te refleja a ti misma, tal y como eres, ese tan difícil de encontrar y tan extraño de mirar.

Una vez lo has encontrado, empiezas a mirar el exterior y, ante ti, aparece una imagen que no esperabas. Una mujer serena, cuya belleza consiste en lavarse la cara y estrenar una sonrisa cada día. A la que el maquillaje le sobra porque no necesita el rimmel para que le brillen los ojos.

El rostro se ilumina y los labios perfilan esa curva que da el sentirse viva. La misma curva que deja escapar la risa cuando juego con mis hijos, cuando los veo crecer y comparto con ellos lo que llevo aprendido.

Es verano y eso anima a vestir la ropa que alegra el cuerpo que cubre. Colores vivos, rojos y lilas, o blancos vaporosos, flores que se escapan de dentro, del mismo fondo del corazón.

Paseando por las calles llenas de niños que juegan, que toman el sol. Encontrando a la gente que conoces, que saludas con el mismo brillo de felicidad, flotando al caminar entre toda la belleza que te rodea, en las personas que sonríen, en los árboles florecidos, en las frutas que te miran, henchidas de aromas y colores, en los puestos callejeros.

Quiero correr, cantar... y cuando me miro en los vidrios de aquel escaparate, veo de repente que se me ha contagiado la belleza del entorno con sólo haberme devuelto la sonrisa.



He abierto un nuevo blog, se llama Territorio Zen. Soy muy obstinada... lo sigo intentando.

Isabel
Puede parecer que nada necesito, porque lo tengo casi todo.
Puede dar la impresión de que mi independencia consiste en ser capaz de vivir apartada del resto de Universo, porque tengo un vasto mundo interior.

Quizá doy a entender que la afectividad no va conmigo, porque no preciso hablar de amor para vivir.

O tal vez que mi empeño en estar en todas partes, saber de todo un poco, tomar con avidez lo que voy encontrando, sin preguntar ni pedir permisos, es síntoma de que la soledad es mi compañera más preciada.

Y sí es cierto que me desenvuelvo sola, que vivo lejos de abrazos amorosos, que me despierto sola en mi cama grande y cómoda, sin dolores de espalda. También que mis hijos me besan, mis amigos me quieren, mi familia me cuida y yo misma he llegado a una claridad tan intensa en mi vida que a veces me deslumbra.

Pero no hay nadie en el mundo que no necesite nada, que no eche de menos algo pequeño, que no tenga algo de vacío en un lugar del corazón. Sea coraza, sea movimiento, sea actividad frenética o esa impresión de seguridad que a veces atemoriza... la cuestión es que soy persona, como todo el mundo.

Dicen que no necesito nada, y ciertamente soy inmensamente rica en tantas cosas... pero aún queda el rinconcito de la nostalgia, del beso, de las manos en la distancia.

No es tristeza. Es la revindicación de que soy humana, pese a mi independencia.

(No se me da bien el zen, pienso demasiado.
Lo mío es hacer jardines de arena y escribir haikus.
Seguiré intentando con el tai chi. Al menos, te mueves).


Arena y velas.
Besos. Versos.
Acariciame, como el sol.
Como el agua del mar.
Piel y mar, sal.
Sin ver, sentir.
Sin hablar, respirar.
Sin moverme, temblar.
Vivo. Sueño.
Necesito. Tengo...
Casi.