Isabel
Se enfrió el aire tibio del otoño y se volvió hielo.
El cielo de color anaranjado se tiñó de grises.
La luz se despide temprano,
el viento envuelve la sombra del atrevido caminante.
Pero aunque afuera el invierno inclemente me desgarre,
y la escarcha pretenda cubrir mis entrañas,
aunque llueva hielo hasta el fondo del alma,
las brasas que por dentro me consumen no se apagan
y llenan de eterna primavera
el corazón que siempre la reclama,
aunque afuera haga frío o llueva.

Gélida caricia;
me envuelve con sus brazos
el invierno.

Frío mi pecho.
Un ardiente corazón
late por dentro.

Entre mis manos
se derrite la nieve
que cae del cielo.

No veo flores.
Aguardan dormidas
bajo la tierra.

Isabel
Hoy no quiero hacer poesía. Quiero seguir la estela de otros que han hablado de emociones. Darle, sobre todo, la razón a mi amiga Mencía cuando habla del control de emociones negativas.
Es fácil la teoría, como todo cuando se intenta comprender. Es sencillo tratar las emociones positivas como medicina para las negativas... sólo parece que sea necesario sentir algo agradable para que lo desagradable desaparezca.

O mejor aún, sólo se necesita controlar lo malo que aparece en el cuerpo y en la mente, cuando esas emociones te agarran, para que desaparezcan.
Pero eso es sólo negar una realidad evidente. Es sólo, muchas veces, un ejercicio de autoengaño peligroso.

Las emociones existen, las negativas y las positivas, y lo hacen para que nos aprovechemos de ellas, en un sentido u otro. Las primeras, para que aprendamos de lo que hemos de alejarnos y las segundas, para que valoremos lo que tenemos. Cuando una emoción negativa se apodera de nosotros, es porque algo la llamó a nuestro lado... la ausencia, el dolor, la frustración, el silencio, la ira, el miedo... se nos presentan y nos aturden, nos llevan a un estado mental de eterno cuestionamiento, y sólo cabe dejarlas pasar y asumirlas, o bien tratar de olvidarlas y sustituirlas.

Puedo engañar mi mente. Puedo hacerla creer en lo que yo quiera, para evitar sentir algunas cosas que me inquietan y me llenan de angustia. Pero no puedo hacerlo para siempre, ni puedo evitar que mi cuerpo note el esfuerzo y la tensión que me supone.
Intentar un control que no tengo, es absurdo. Intentar superponer emociones que no siento, más absurdo todavía.

Es mejor racionalizar, volverse pragmática, mirar todo lo bueno que se tiene alrededor y dejar pasar las tormentas. A veces, simplemente, no hay muchas salidas, no hay muchas soluciones. A veces, es saber que las emociones embisten una y otra vez como las olas en la playa, llevándose siempre algo de dentro.

Pero siempre, teniendo en la mente que hay que seguir latiendo, viviendo, soñando, mientras haya un atisbo de vida y de esperanza de que, al final, todo lo positivo va a ganar la batalla.

Isabel
Regálame un instante en que no haya pensamiento.

Un segundo en el que en la mente sólo exista el vacío.

Déjame que viva un momento en la nada, que sólo entonces conozca lo que es no saber, no ser, no entender.

Vuélveme niña de nuevo, con la mente luminosa preparada para todo.

Cierra mis ojos y déjame respirar, concentrarme en el mero acto de la inspiración, como si nada más fuera importante en este mundo.

Sólo un momento, porque la vida sigue y todo cambia alrededor. Porque la gente pasa, las decisiones pesan, los acontecimientos te piden, te exigen, te absorben los pensamientos, las energías... porque eso es vida.

Pero dame sólo un poquito de paz. De la que se siente cuando no hay gravedad, ni luz, ni sonido, ni estímulos externos. Como si hubiese viajado en el espacio. Como si estuviera de nuevo en el fondo del mar, rodeada de silencios.

Devuélveme sensaciones, por un instante, que me concentren en los grandes abismos del Universo.
Tan sólo un momento...
Isabel
"Limítate a pensar en los árboles: ellos dejan que los pájaros se posen en ellos y luego vuelen. No los llaman para que vengan ni anhelan su retorno cuando se alejan. Si los corazones de la gente fueran como los árboles, nunca estarían fuera del Camino"
Langya

Leía hoy esta pequeña cita zen.
El zen me ayuda a dimensionar ciertas cosas que no puedo, o no sé, asimilar dentro de una vida "normal". Por eso tengo un pequeño libro donde leo una o dos citas diarias sobre las que reflexiono, a veces simplemente pasando por encima, otras quedándomelas bien grabadas en el corazón.

El breve texto de Langya me ha fulminado. La contradicción que ha hecho penentrar en mi interior ha sido aplastante. La paz interior puede estar tan cerca como el hecho de mimetizarte con los árboles, vivir simplemente viendo pasar o pasando, fluyendo con lo que te rodea, no preguntando, ni buscando; teniendo y dejando. Y, sin embargo, es inevitable llamar, anhelar, sentir miedo a perder, ganas de ganar.

Si mi corazón fuera el de un árbol, entraría en esa calma que pretendo, encontraría mi lugar y dejaría atrás sentimientos encontrados. Pero no soy árbol, no puedo ignorar mis emociones. Soy un ser humano poco preparado para dejar de llamar o anhelar los retornos deseados y esperados... pésima aprendiz de zen...

Me debato entre la necesidad de adoptar ese pensamiento como mío, y la imposibilidad de negar mi naturaleza más íntima. Entre aceptar la verdad intensa que contiene y darme cuenta de que a veces las verdades no casan con las realidades.

Y me pregunto: si los árboles tuviesen brazos, ¿no intentarían acaso retener lo que más aman?. O quizá, si tan sólo tuviesen corazón...

Seguiré caminando; mi mente no encuentra descanso y aún no hallé lo que buscaba.

Isabel

TALES- Uriah Heep

Cuentos de hadas.
De príncipes convertidos en rana, de princesas que no se despiertan.
Cuentos de niños que juegan, de sirenas que cantan atrayendo la muerte.
Ilusiones de ensueño, heroes gigantes en pequeñas casas de chocolate y miel.
Vidas de cuento, imágenes vividas en la mente, escenas épicas de grandes batallas, de magos que convierten los deseos en realidad.
Bellas mujeres que vuelan en la oscuridad; reyes hermosos que pueblan las noches serenas. Unicornios blancos, mirlos negros. Brujas que devuelven la vida, veneno de manzana en las palabras del trovador.
Cofres que destapan sentimientos encontrados, piratas que ven más allá de los cuatro mares. Libélulas brillantes que iluminan los pasos del caminante que no es capaz de encontrar las migas de pan que marcaron su sendero.
Doncellas que esperan, con la trenza en la ventana, a que aparezca el caballero que venga a rescatarlas... hilando, pinchándose, sangrando, cantando melodías a la luz de la luna.
Cuentos de final feliz... y comieron perdices.
Magia y luz, sentimiento y sueño, realidad y leyenda... como mi vida.