Isabel
Píntame un día de VERDE esperanza;
no me ofrezcas el ROJO tortura.
Mírame con ojos AZUL de mar;
no me sientas en NEGRO noche.
Vísteme de NARANJA atardecer;
no me envuelvas de BLANCO hielo.
Rodeame del MALVA con aroma a lavanda;
aléjame del tiempo GRIS infinito.
Dame la luz del ARCO IRIS
y no permitas que viva en la ceguera.


Gracias, Tony

Isabel
De pequeña me gustaban los cuentos de hadas. Mi talante soñador y bohemio les daba forma y vida, las hacía revolotear a mi alrededor mientras salían de los libros. Me regalaron uno muy hermoso, con cuatro o cinco cuentos largos y bellos, de esos que, en cierto modo, te marcan para siempre.

Uno de ellos hablaba de una princesa que, de niña, se perdió en un bosque y allí encontró un castillo donde la recogieron y cuidaron. Una noche se durmió y soñó que el tiempo pasaba, que aprendía las artes y las ciencias, la música y la costura, y se despertó hecha mujer y sabia. Me fascinaba el hecho de que el tiempo pasara en una noche, de que asimilase conocimientos en un sueño, y deseaba que me pasase lo mismo... cosas de niña.

Estos últimos cinco años, sin embargo, se han convertido en la noche de mi vida, y no por oscura. Hoy miro hacia atrás y noto en las sienes el peso del sueño denso, de la resaca después del festejo; abro los ojos cansados, despiertan los sentidos embotados, y parece que todo pasó en un día. Me miro al espejo y me noto algo cambiada, pero lo más maravilloso es lo que aprendí mientras soñaba.

Porque se me fueron los años esperando, y un día creí que eran perdidos, cuando empezaron a pesar tanto... pero luego comprobé que todo era relativo, y busqué en mi interior lo que llevo ganado. Y como la princesa del cuento, he pintado hermosos cuadros, y tocado los Nocturnos de Chopin, he escrito con palabras de poesía, he creado pequeños versos enjoyados. He visto maravillas en el mundo, y hablado en extraños idiomas, y vestido preciosos ornamentos, y paladeado sabores impensables, y en cierto modo, he crecido.

Así que, al final, no hay vacío. Porque en el tiempo que dura imaginar un sueño, otros muchos sueños se han cumplido.
Isabel

Sé que todo va a cambiar. No me preguntes cómo, ni cuándo, ni por qué; va a hacerlo y va a ser rápido y contundente.

Y no es sólo porque me lo hayan dicho de la manera más convincente posible, es porque lo presiento. Y estoy entre la ilusión y el pánico.

Los cambios espantan... será que más vale malo conocido. A mí me han dado siempre un miedo especial, quizá porque no he tenido una gran necesidad de ellos. Pero ahora es el momento.

Quiero una vida diferente, no en la forma, sino en el fondo. Quiero mi derecho a una sonrisa perpetua, a una libertad sin límites, a amar sin sentirme culpable, a hablar sin miedo.

Quiero quejarme con razones, pedir con todo el derecho, no temer consecuencias ni huir con mis secretos.

Quiero gritar, sentir, hablar, reir, y llorar, también, que ni siquiera sé cuándo fue la última vez que alargué un poco más mi vida a base de tristeza. Quiero también eso.

Demostrar lo que valgo, lo que soy, lo que tengo, lo que doy. Que me den, reivindico mi derecho a ser querida hasta las últimas consecuencias.

Deseo que no crean que pido locuras, que ni siquiera me importe lo que digan; quiero ir con la cabeza alta, hasta cuando lleno el vaso de los errores y se me desborda sobre la piel.

Quiero un desnudo integral de mi alma, y que mis caminos tortuosos se conviertan en suaves senderos sin piedras, sin espinas.

Quiero cambios.
Isabel
A las siete en punto de la mañana, el despertador la sacó de su letargo, recordándole que había vuelto al trabajo, que la rutina comenzaba.

Preparó su rostro para el nuevo día… esas cremas que desde hacía unos pocos años sentía que necesitaba para seguir manteniéndose dentro de una cierta juventud.

El desayuno, la mitad de la comida del mediodía, limpiar algo la casa, vestirse, pintarse, ponerse los tacones y adelante, un nuevo día. Al cerrar la puerta, un adiós en silencio a los niños que dormían aún y que lo harían durante un rato más.

No fue el mejor de sus días, pero los había tenido peores, así que se echó las frustraciones a las espaldas y tomó lo mejor en compañía de la gente a quien quería. De nuevo, el desaliento en el trabajo le hizo pensar en la cada vez más fuerte idea de cambiar… al llegar a casa, volvería a enviar su Curriculum esperando la buena suerte.

Entrar por la puerta y ver a los niños era su gran aliciente, la vuelta de su sonrisa, del buen humor y de las ganas de hacer cosas… por ella, por ellos.
Así que, después de comer y descansar, algo de música suave para trabajar ante el ordenador… ese ordenador que ya no iba a cerrar a lo largo de la tarde porque era mucho el trabajo, porque era larga la espera.

Pensó en su letargo interno, en lo poco que se entretenía ya su mente en darle vueltas a las cosas y en el caparazón que se había fabricado para las que no le interesaban… caparazón de realidad. Era fácil: cuando le invadía esa angustia que tan bien conocía, se miraba las piernas, o los brazos, hasta que regresaba a ella, hasta que se veía inmersa en el mundo que la rodeaba, y todo volvía a ser, a estar, menos la angustia.

Y los problemas del día a día no se habían ido… seguía el trabajo en condiciones frustrantes, la espera sin fin, pero todo era real a su alrededor y no había lágrimas en sus ojos.

Al dar el reloj la medianoche, apagó el ordenador y, envuelta en el silencio, regresó de nuevo al mismo letargo, a la misma realidad, sin opresión en el pecho, sin dolores añadidos. Mañana será otro día.

Isabel
Mirando las aguas tranquilas del lago descubrí algo más que el reflejo de las nubes.
Más que la sombra de las montañas o la luz del sol iluminándolo todo.

Descubrí que nada dura eternamente, que tarde o temprano todo termina, lo bueno y lo malo, lo hermoso y lo feo, lo nuevo y lo viejo.

Que todo lo que en un momento aprisiona el corazón está destinado a desaparecer, para bien o para mal... se diluye en las aguas del tiempo, del olvido o de la felicidad.

Y no sabremos hasta el último instante si lo que atenaza el ánimo se resolverá certeramente o tendrá que quedarse en el pasado; simplemente la esperanza consiste en que no durará para siempre.

Escuchando el tenue movimiento de las aguas en un vaivén calmado y en paz, latía mi corazón acompasado. Miré el tiempo hacia atrás, ese tiempo que me parece una vida, y al levantar la vista y encontrarme el blanco de las nubes, supe que no tendré que esperar mucho más.

Mi esperanza es la certeza de que el viento se lleva las nubes, de que el lago se mueve, de que el sol se levanta y se esconde. De que el tiempo pasa y nada dura eternamente.