Isabel
A veces la vida nos guarda sorpresas insospechadas. Regalos de vida para que nos demos cuenta de que, por muy oscuro que todo parezca lucir a nuestro alrededor, siempre hay luz si sabemos mirar.
Mirando hacia Turquía he descubierto más luces de las que esperaba y he recuperado más sonrisas de las previstas. Porque en Turquía no sólo he visto el azul del mar en Antalya, las iglesias de piedra en la Capadocia o las mezquitas en Konya, sino que he aprendido a apreciar el humor turco, finísimo y divertido; las anécdotas del sabio Nasreddir Hodja, que allá por el 1200 y pico ya demostraba cómo se podía ser de inteligente e ingenioso; la meditación y el trance de los derviches de Mevlana y no sólo de ellos, sino de los seguidores piadosos que oraban y se emocionaban ante su tumba.

También he vivido momentos únicos, como el ascenso en globo sobre el valle de Göreme al amanecer... todo un espectáculo de silencio, luz y recogimiento, impresionante y emocionante. La vista de la cascada de Antalya, donde el río se precipita directamente sobre un acantilado de 60 metros de altura en las misma ciudad. La ciudad de piedra de Uchisar, donde la llamada a la oración de la mezquita nos dejaba sin habla.

Son tantos instantes, tantas historias, tantas vivencias... un baile donde turcos enseñaban a españoles pasos para seguir su música, donde no nos distinguíamos unos de otros, abrazados danzando, riendo, sin hablar porque no nos entendíamos. Pero no hacía falta; el entendimiento era otro, era otro el nexo.

No me dejé nada allí al final, no hizo falta porque lo que llevé es mío y yo soy la que debo acomodarlo en mi interior para que no pese. Lo que me traje me llenará durante mucho tiempo. Me enseñaron un poco más a vivir con menos y con mejor.
Isabel

Estoy cansada. No ha terminado el año y ya me siento como si hubiese pasado media vida sin pararme ni un segundo. Tengo el cansancio agarrado a los huesos, es la vitalidad disminuída al límite. Y cuando llegan momentos así, en que las noches se me hacen eternas y me inundo de nada, es cuando necesito irme.

La oportunidad se presentó en forma de un viaje a Turquía, otro de esos lugares que tenía pendientes en mi lista de sueños por cumplir; y no me lo he pensado dos veces. He contado con el apoyo de mis compañeros y jefes, todo hay que decirlo. Sin ellos no podría haber tomado una semana en medio del curso para mi curación personal, que a nadie le interesa si somos ortodoxos en cuanto al trabajo. Pero sé que no rindo bien estando a medio gas, que no puedo entender a mis chicos si no me entiendo yo, que no puedo ser la Isabel de siempre si no me siento yo, así que, agradeciendo la comprensión y el detalle, me voy lejos unos días.

Días de descanso, de ver, de oler, de otra lengua, otra gente, otro paisaje... esas cosas que me gustan, que me atraen, que me devuelven la vida. Vacaciones adelantadas y aparentes, porque en estos momentos representan más una necesidad vital que un solaz para el cuerpo. Porque necesito reencontrar mi propia alma.

En el fondo sé que es otra de mis huídas... ayer alguien especial me dijo que tuviese en cuenta que, por muy lejos que fuera, me seguía llevando conmigo lo que está en mi interior, que de eso no puedo huir. Y tiene razón, sé que no voy a poder dejar los lastres en Oriente, pero quizá llene tanto mi maleta interna que tenga que dejar forzosamente fuera lo que sobra.

Tengo ilusión, de esa que me hace falta, de la que me obliga a concentrarme en preparativos, detalles, mil pequeñas historias y me aleja del vacío. Una semana lejos de todo, de todos, de letras y de amigos, de cartas y de palabras; una semana llena de desconocidos, de sitios extraños y misteriosos, de luces y sombras, de no sé qué.

Mañana vuelo a Oriente. Sigo buscando y tal vez tampoco esta vez encuentre, pero al menos viviré momentos de los que suman.
Isabel

Hace muchos años leí en un librito de Phil Bossman un escrito precioso llamado "Marea alta, marea baja" donde comentaba el devenir de la vida entre subidas y bajadas de ánimo, momentos en que estamos eufóricos y otros en que nos derrumbamos, a veces con motivos y otros sin razón.
A medida que pasa el tiempo y maduramos, las estaciones se suceden no sólo en el tiempo, sino en el corazón. Inviernos fríos, otoños melancólicos, veranos cálidos y primaveras alegres. A veces incluso nos parece que siempre vamos a permanecer en un solo estado, pero el tiempo se encarga de demostrarnos que todo eso es parte de lo que uno vive y aprende.
Miraba por la ventana esta tarde de noviembre, aquí donde no parece existir este año cambio climático porque hace el mismo frío que en mi niñez perdida. El sol se ponía, los árboles amarilleaban con las pocas hojas que aún les quedan, la luna aparecía alta, a medio hacer. Y mi corazón ahí anda, tras un pecho frío, en un cuerpo con fecha de caducidad, movido por una mente que a veces piensa demasiado y otras no sabe qué pensar.
Me siento identificada con la estación, estoy entrando en un suave otoño de mi vida, de esos de colores rojizos que marcan la caída de la tarde. Otoño de mareas que suben y bajan, lleno de personas que vienen y van, que importan y que no, que se quedan y que me olvidan... como tiene que ser. Echo de menos el verano de largas noches, de calor intenso, de fuego en la sangre, pero ahora toca descansar y mecerse al abrigo de la noche, con las pequeñas nostalgias y las pequeñas satisfacciones, cada vez menos exigentes.
Quedan los recuerdos, quedan los momentos de calma, los días por llegar con el alma inquieta. Queda lo que quede de vida, las mareas que suben y bajan, la gente que me quiere, la que simplemente pasa.
Isabel
En este post quiero expresar mi admiración a una amiga a la que en sólo un año he aprendido a querer y respetar por encima de muchas cosas. Ella ha sabido superar obstáculos que para otros hubiesen sido insalvables y ha conseguido poco a poco cumplir sueños que para los demás serían locuras.
La veo sonreir a mi lado en la clase de música, ya cercano su viaje, y la siento tranquila y feliz. Intento comprender la magnitud de la aventura que van a emprender y siento emoción y algo de miedo.
Victoria toca el clarinete, como yo; canta en una coral, escribe y, sobre todo, VIVE. Nunca para, está llena de inquietudes y ninguna de sus circunstancias personales la hace retroceder ante lo que desea. Ella y su compañero de vida (me encanta cómo lo define) van a emprender un largo viaje en unos días: un año por África en una pequeña casa móvil. La ruta está por acabar de establecer, las motivaciones son muchas, poseen el tiempo y las ganas de enfrentarse a esto, de conocer mundo, gente, de aprender. Han comenzado a escribir un blog donde estarán sus experiencias y donde podremos vivirlas con ellos.
En UN VIAJE EXISTENCIAL nos mostrarán aquello que vean y sientan y, al menos a mí, me harán pasar esa envidia sana de quien se siente sin tiempo, con muchas excusas y con esa cobardía innata ante lo desconocido. Ella me da muchas razones para intentar lo aparentemente imposible.
Victoria, te voy a echar mucho de menos pero sé que estarás por esas tierras llevando ese derroche de vitalidad y ganas de vivir que tienes dentro.
Isabel
Mujer, adulta, en posesión de sus facultades mentales (creo), con título superior universitario, hijos adolescentes sin problemas, independencia económica... y tan poca inteligencia emocional.
Hace un año empecé a trabajar en el mundo de la educación emocional para que fuese un complemento a mi modo de enseñar y, a la vez, para ayudarme a mí misma.
Lo primero me funciona; es estupendo el modo en que se gana, pedagógicamente hablando, cuando además de enseñar matemáticas intentas poner en sus vidas ese orden en las emociones, les enseñas a identificarlas, controlarlas, vivirlas intensamente y deshechar aquellas que no convienen, así como a manifestar lo que sienten. Eso facilita muchísimo la convivencia en el aula, entre ellos y conmigo. Crea vínculos más fuertes, confianza y modos de atacar los problemas en clase con mucha más asertividad (es la palabra favorita de mis chicos).
Estoy orgullosa de mi clase, en dos meses trabajando con las emociones hemos llegado a niveles importantes de comunicación y para ellos representa descubrir un mundo que hasta ahora era caótico.
Hasta aquí estupendo... parezco hasta maravillosa. Pero sólo hay que irse al post anterior para descubrir que una cosa es enseñar y otra aplicar lo aprendido. Para ellos tengo respuestas, tengo soluciones, tengo palabras convincentes. Para mí tengo conocimientos y estrategias que no sirven de nada en el momento de la crisis. No soy capaz de controlar las emociones, todo y saber cómo hacerlo. No soy capaz de aliviar los miedos, las ansiedades, de asimilar las pérdidas de modo racional. Y se puede hacer... todo el mundo sale de las experiencias traumáticas, no son más que modos de aprender de la vida.
Me encuentro leyendo cosas del pasado, interpretando a mi modo palabras que tuvieron su contexto, escribiendo públicamente pedazos de mi alma como salida a una situación a veces poco sostenible. Escribir es un modo de purgar emociones incontroladas, por eso este blog es parte de mi autoayuda. Sin embargo, creo que es ya mucho el tiempo como para seguir manteniendo mi incultura emocional tan a la vista.
¿Cómo hacerme invulnerable? Creo que eso no está en los tratados. Mi propia profesora no era partidaria de las corazas, sino de reconducir los sentimientos. Soy capaz de hacerlo con los ajenos... no sé hacerlo con los míos. Aún no. Seguiré leyendo, seguiré enseñando, a ver si entre una y otra actividad se me enciende la luz.
Isabel
Hace ya años, cuando él y yo empezábamos una amistad que no sabíamos bien dónde nos llevaba, me enseñó la estrategia de las esquinas del ring. Allí donde se descansa de la lucha, donde existe un tiempo muerto para pensar en lo que viene luego y en cómo encararlo. Después de algo que casi nos cuesta nuestro nexo, entonces amistoso, él escribió:

"No olvides tu esquina en los extremos del ring. Desde ahí prepárate para que las vivencias erróneamente resueltas o neciamente sostenidas no te vuelvan a cobrar costos tan altos por aquello a lo que tienes derecho natural".

Meses más tarde, todo se precipitó y se convirtió en un amor difícilmente imaginable, difícilmente mantenible. Ahora, desde el tiempo y la distancia, desde el silencio y el dolor, me siento de nuevo en la esquina del ring y sonrío al pensar en lo que me decía: prepárate para las vivencias erróneamente resueltas, que no te cuesten tan caro. Ni imaginábamos que la siguiente iba a ser justo la nuestra, justo aquella por la que más precio estoy pagando. No me preparé entonces, no estoy preparada ahora.
Isabel
  • Leer cosas maravillosas y sentir esa envidia que corroe por dentro. Sé que no es envidia sana, aunque me alegra por los demás.
  • Depender de recuerdos que no son, rebuscar entre la basura del alma cosas que me duelen.
  • Sentirme débil, ser débil, mostrar esa mirada apagada que me pone de los nervios cuando me veo en el espejo.
  • Soportar que lo que para mí fue un amor inmenso se considere "asuntos domésticos" por parte de la otra persona. Me hiere, me ofende, me hace sentir tonta.
  • Todo y soportar más de un dolor, volver una y otra vez a caer en el error de continuar la tortura cuando él me encuentra.
  • Tener momentos deliciosos de gusto, de placer incluso, y marearlos y hacerlos añicos horas más tarde a base de remordimientos.
  • Sentirme culpable, una y otra vez, de delitos inventados, de situaciones absurdas, de momentos que se giran contra mí.
  • Pensar demasiado, en lugar de vivir un poco más... y mejor.
  • Haber perdido la fe. Sentir que no siento, aún cuando lo hago.
  • La sensación de negatividad que rezumo por los poros cuando más ganas tengo de reirme.
  • Que tenga que ser otra persona la que domine mi vida, la que decida por mí, la que me hunda cuando quiera.
  • No poder pasear bajo la luna acompañada, cenar a la luz de las velas, viajar a lugares hermosos, simplemente tener al compañero cercano para hablar.
  • Mi idea infantil y peregrina del amor. Ese amor no me funciona, no se corresponde con la realidad.
  • Que me pidan cosas que no puedo hacer, que me exijan lo que está fuera de mi alcance, de mi conciencia.

La lista sería enorme ahora mismo... siento que hay demasiadas cosas que no me gustan, de mí o de la humanidad. Siento que no estoy en conexión con el resto, que quizá estoy equivocada... o que no pertenezco al lugar donde me encuentro.




PD: Y no me gusta andar como fantasma escuchando su música, evocando perpetuamente su recuerdo en la voz de Janis Joplin. Pero lo hago.
Isabel

Soy de las que no toman café, por tanto una asocial para muchos. Lo mío es el té, quizá no exactamente a las cinco; lo tomo después de la comida, a media tarde, en esos momentos en que viene bien reflexionar sobre todo y nada, al calor de la infusión.

Miro como gira lentamente al vaivén de la cuchara, en ondas que desdibujan mi rostro. El humo que se levanta y me empaña las gafas; el aroma... bendito aroma que me trae evocaciones de otros lugares.

Pienso. Quizá no estoy haciendo lo que debo, o sí lo hago pero no en el lugar adecuado. No es la primera vez que estas ganas de salir de aquí me persiguen. Lo mío es la enseñanza, eso ahora lo tengo claro, pero creo que aquí no estoy dando todo de mí, o peor aún, no están recibiendo lo que tendrían que recibir.

No es que mis chicos no me escuchen, o no me atiendan, o no aprendan... supongo que algo les queda después de las clases, pero esa desgana suya contra la que lucho día a día, que a veces se vence y otras te vence, me hace pensar que hay muchos lugares en el mundo donde alguien daría lo que fuera porque le enseñasen a leer o escribir.

Más vueltas de cucharilla... estoy en plan heróico; misiones altruistas de enseñar al que no sabe. ¿Es eso o es mi famosa huída hacia adelante? Lo cierto es que no lo sé, no sé si quiero perder de vista el mundo conocido o pretendo que me pierdan de vista a mí. Justo ahora que tengo cosas por descubrir... no, de heroína nada, soy más bien cobarde.

Mi taza casi se enfría, doy pequeños sorbos que alivian el frío interior, el estómago medio revuelto de tanto pensar. Y me digo que es mejor saborear el líquido, cerrar los ojos y creer que aún tengo cosas que resolver por aquí, que mis chicos me necesitan para descubrir que desean aprender, que tengo que estrenar la preciosa falda que me compré esta tarde. Y allá, en el futuro, quizá algún día me esperen otros lugares con nuevos niños a quienes enseñar. Es otro sueño, tras mi té con pastas.