¿Qué separa a la locura de la realidad? ¿Qué diferencia al cuerdo del que dejó de serlo?
Vivo en un mundo en el que ya no hay distinción. La locura se pasea por mi lado como si tuviese su hogar en donde me muevo. La he visto de cerca, la he mirado en los ojos del prójimo y la he rehuído mil veces con ese temor que produce el peligro al contagio.
Sin embargo, hay momentos en que me pregunto si no estaré metida en la rueda de la irrealidad, si no hay delirios que me persiguen como fantasmas y me hacen ver donde no hay.
Esos despertares angustiados, esos pensamientos recurrentes, ese afán por buscar lo desaparecido, todo pura paranoia del que no acepta lo que vive. Si las paranoias se descontrolan y se hacen presa de la mente, puede que la realidad se deforme y ese espejo roto en el que a veces me miro llegue a ser el único que reconozca.
No deseo mirarme y no verme, ni mirar a los demás y no llegar a reconocerlos. Los senderos de la cordura no me son familiares porque ni siquiera el ambiente más cotidiano invita a delimitar lo que es real de lo que no lo es. Las noticias llegan de todo el mundo cargadas de sucesos que parecen imposibles, sólo fruto de esa locura colectiva en que nos movemos. La misma vida de cada uno, los miedos y la falta de aceptación... y vuelve el terror, esta vez ya no a no superar las pérdidas, sino a dejar de entender. Cuando esos "por qué" se repiten día tras día muy dentro, cuando los bloqueos llegan a ser limitantes hasta para relacionarte con los demás, cuando te refugias en un blog para decir aquello que no te atreves a ver dentro de ti misma, llega el momento de plantearse si las experiencias más duras te moldean o sólo te sumergen en el principio del delirio.